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Sociedad del espectáculoLetrasSergio Chejfec y Alejandro Zambra: la desintoxicación de la solidaridad

Sergio Chejfec y Alejandro Zambra: la desintoxicación de la solidaridad

Sergio Chejfec (izquierda, foto de Raúl Goycoolea, fuente: https://https://www.gradocerosuplemento.com/sergio-chejfec/) y Alejandro Zambra (fuente: https://culto.latercera.com/2019/02/04/alejandro-zambra-escritor/)

La actualidad es un ejemplo de escritura cooperativa: no dejamos de enviar correos electrónicos, nos afanamos en búsquedas, entradas de Facebook, mensajes de texto. Incluso cuando no estamos escribiendo, alguien, preferiblemente oculto, registra nuestros clics, movimientos y estados de ánimo. Se combinan así formas básicas de un digital sadomasoquismo, hasta urdir una irónica máscara de desprendimiento, a base de herramientas de escritura que destruyen normas fundamentales de responsabilidad: fundamental en esta historia de horror en serie, la fragilidad humana a merced del sobrehumano anonimato; las palabras de otro, bajo la luz implacable del entretenimiento.

Una peculiar intensidad nos asalta al recorrer los lugares de un territorio conocido que se superpone a los recuerdos y asociaciones acumuladas de periplos anteriores, “un silencio disponible”, apostilla el escritor y crítico argentino Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), “pero también el espacio abierto alrededor de ambos, como demarcando, en tiempo y lugar, el perímetro de un campo de lucha”. Se bosqueja un mundo extrañamente entretenido en el que la idea del aburrimiento se convierte en una metáfora prolongada de una existencia sostenida por el vagabundeo, atrapado en conversaciones con uno mismo, matando el tiempo entre “murciélagos, liebres, cocodrilos y ñandúes (…) deseosos de recibir su calor”.

Sombría, pero inmediatamente llamativa, una postura crítica diferente, un dispositivo inteligente, por el cual se nombra una patología que nos afecta a todos: argumentos para contrarrestar el pánico moral o el perpetuo altercado que nos tiene ocupados, denuncia del modelo de negocio que alimenta la pesadilla contemporánea. “Descubrimos que no necesitábamos un tema”, argumenta el poeta y narrador chileno Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975), “que escribir podía ser una ruidosa forma de quedarnos callados; que escribir era dilatar la obligación inmediata de aportar algo al debate, de decir algo oportuno o inteligente”. El profeta accidental nos ahorra los mandamientos, pero hemos sido advertidos. La idea potencial de su penúltimo tratado es revelar dinámicas: inestabilidad y fragilidad, posibles colapsos.

Ahora que todos estamos escribiendo o siendo escritos, conscientes de que un tweet más es una nueva oportunidad perdida, se impone abandonar nuestra propensión al eslogan y empezar a pensar. La frecuentación de la estulticia ha generado el relativismo y la autocompasión de nuestra iliberal democracia, con los previsibles resultados a los que asistimos. Nuestro compromiso con la particularidad implica el uso de estrategias que logren que la experiencia sea universal sin ser ecuménica. La más reciente literatura latinoamericana supone una crítica de las plataformas, pantallas y algoritmos que nos asolan, así como de las consecuencias adictivas, odiosas o potencialmente violentas, de nuestra interconectada necedad. 

Ascético, angular, solitario

A través del ojo para el detalle o la hipersensibilidad, se desafía el encuadre al que se ve reducida toda discusión. Se tratan los aspectos emocionales del tema con tanto respeto como los factuales. La narración es homenaje a esos enclaves claustrofóbicos que nos han legado una preferencia incurable por la vida en la urbe, sitios inhóspitos donde, después de haber pasado un tiempo a solas, descubrimos las delicias culpables de la literatura. Contrario a la idea de progreso, riqueza y prosperidad, el derecho al libre movimiento, fundamental para la liberalización de los regímenes totalitarios, el desplazamiento masivo de bienes, servicios y capitales en nuestra cultura de posguerra, la migración en el corazón del desarrollo, su inclusión en el estado de bienestar.

“La Guaira parecía el imperio de la necesidad siempre satisfecha, y más para los niños solos como él”. Frustradas por las fuerzas oscuras, las complicaciones que acosan al migrante, la hostilidad y el racismo que encuentra a su paso, la imposición de controles fronterizos que lo convierten en relato, frases e imágenes de una obra siempre en progreso. En 5 (Jekyll & Jill, 2019), el silencio precede al recuerdo, se observa cada cosa con una mezcla de sospecha, miedo e incredulidad, interrumpida por las disquisiciones. Se mueve Chejfec con cautela entre la ocultación y la revelación, fascinado por las duplicaciones y las fluidas identidades. Su literatura, singularmente preocupada por el destino, entrelaza fragmentos dramáticos en decepciones experimentales, ideas en proceso de reinvención, profundamente involucradas en el legado de su opresión.

Se ultima así una reflexión sobre las grabaciones y las gradaciones del trastierro: habitamos las páginas del libro, con la extrañeza de ocupar un país extranjero, pendientes del recuento topográfica e históricamente impreciso, que omite nombres o equivoca los detalles. En la ‘Nota’ adjunta a la narración, se comienza “por el final de unos hechos cuyas secuelas –me parece– siguen vigentes y están a la vista”; se conecta lo que sucede con lo que pasa solo en la mente o las conversaciones de los personajes; se anotan eventos insinuados, referidos de manera casual, poderosamente presentes, extrañamente significativos.

“La única profusión es la del silencio”, concluye el narrador de Mis dos mundos (2008) en el prólogo, al tiempo que hila una visión de nuestra existencia, del aburrimiento endémico y la espera sazonada de humor negro, un palimpsesto centrado en la observación de la vigilia, pero también del sueño, residuos de impresiones pasadas, expresadas de forma radical, los ruidos palpitantes de la coetaneidad antes del repentino mutismo. En brazos de un conjunto de verdades aceptadas y luego vueltas bruscamente del revés, una paradoja con la que el ensayista de El punto vacilante (2005) urde un retrato indeleble del artista inescrutable que se enfrenta a los tormentos de la existencia, ese solitario, en parte vidente, en parte ermitaño: ascético, angular, solitario.

Pertenencias

Queremos llenar el día con tantas experiencias como sea posible. Nos obligamos, para ello, a mentir cada vez de manera diferente, usándonos a nosotros mismos como materia prima para nuestras divagaciones. Los métodos del letraherido, que gusta de trazar paralelos directos entre el trauma personal y el grupal, o entre la psicología de los individuos y el carácter de las naciones, no son del gusto del economista, que tiende a enfatizar la particularidad de las circunstancias o la intrincada irrepetibilidad de los eventos. El autor Alejandro Zambra, sin embargo, traza en contrapunto los diversos problemas; discute, alerta no determinista, se abre a las texturas de la posibilidad.

Contrarresta el chileno motivos para el pesimismo, sabe ver los signos esperanzadores de abordar cuestiones específicas. La globalización del sentimiento que postula su colección de textos de ficción y no ficción Tema libre (Anagrama, 2019), con independencia de nuestra propensión al autoengaño, evidencia reductos, genera conciencias, postula interdependencias: “Dicen que los temas en la literatura son solamente tres o cuatro o cinco, pero quizás es solo uno: pertenecer”. Intenta el colaborador de Babelia, Revista Turia o Letras Libres, desencajar el proceso de creación de las consabidas etiquetas neoliberales. A través de lo fraccionario, de lo estrictamente desregulado, propende al exceso que nos permite sistematizar lo que queda afuera: “De eso hablamos siempre”, concluye, “en serio y en broma, en verso y en prosa: de pertenecer”.

Volver a dibujar el mapa, desplazamientos masivos para crear estados relativa o étnicamente homogéneos. La migración como una forma de abordar economías destrozadas. Libera el autor de Bonsái (2006) nuestras autodenominadas contrarrevoluciones, reduce o elimina el papel del creador, inflama escrituras: “El escritor es alguien que construye sentido juntando pedazos. Cortando, pegando y borrando”, aduce, mientras elimina regulaciones que se interpongan en el camino del debate, dentro de los parámetros del neodigitalismo ilustrado, consciente de que los factores que sustentan la resiliencia son de utilidad limitada cuando se trata de los miedos a los que (no) nos enfrentamos: “Una frase”, sostiene, “es hoy, más que nunca, algo que puede ser borrado”.

Tema libre aporta experiencias para hacer frente a los desafíos pan-globales, recurre a modelos particulares para encontrar soluciones generales, se enfrenta al global agotamiento de recursos (literarios o no). Frente a la muerte del libro, ¿estamos listos para participar en esta honesta autoevaluación? ¿Seremos capaces de aceptar la responsabilidad de lo no escrito? Colapsa bajo sus propias contradicciones la re-evolución. En contraste con la emulación de la mentalidad abierta, una tendencia insensiblemente nativista, autodestructiva. La pregunta no es qué pensar, sino qué hacer.

Basada en la contrición, una insular e inestable contingencia, en la que los sistemas, viene a concluir el poeta de Bahía inútil (1998), son esencialmente irrelevantes, lubricantes del negocio de producir y distribuir pensamiento: “Una persona es (…) una serie infinita de textos, ninguno de los cuales puede ser considerado el original”. Zambra no se resiste a participar en la autocensura de posponer: presiona, recuerda autocomplacencias que desembocan en frustración: “Mi lenguaje fingido es un lenguaje propio, una forma mía de hablar”. Frente a la cohesión, la disciplina reticente, la reflexión del anverso, el ethos inseguro de la polarización.

“Lo que escribo siempre busca la naturalidad de una conversación en que digo lo que diría si alguien me editara los balbuceos”. Un tono realista permite al cuentista de Mis documentos (2013) abordar preguntas sobre arte, fe, moral y vida, de manera sencilla, sin pretensiones. A través de una serie de ráfagas estimulantes y a menudo divertidas, se compone un volumen que no se preocupa por los grandes nombres, sino que responde las preguntas de un desprendimiento casual, “algo, cualquier cosa, no importa, no hay problema: tema libre”. Comparte el Premio Príncipe Claus 2013 nuestra posmoderna preocupación sobre las amenazas de la próxima desregulación, se enfrenta a las crisis, se refleja en la fragilidad de una democracia del intelecto, consciente de que “todos los libros son libros del desasosiego”.

El salvoconducto de la neutralidad

Hoy que la lectura se confunde con la escritura, algo ha cambiado en nuestra relación con un mundo que no se puede comprender del todo a la luz omnisciente de la tecnología. Algunos autores quieren meternos miedo y lo consiguen. Demuelen para ello los tropos con los que abordamos nuestra adicción en línea. En lugar de acudir a las raíces psíquicas y sociales que subyacen a nuestro malestar intergeneracional, aportan audaces experimentos de escritura. Buscan (y encuentran) nuevas formas de escribir nuestra biografía mediante la autobiografía. En 5, el interlocutor es demasiado mercurial para arrepentirse, “es un error asegurar que la luz ilumina (…) Si ilumina o deja de hacerlo no es asunto del sujeto que contempla”. Listo para complacer a nadie, está preparado para vivir en sus propios términos.

Explora Tema libre los imperativos de asumir responsabilidades (sin chivos expiatorios), muestra voluntad de aprender y capacidad de compromiso, a veces, incluso, tragar lo intragable. Frente al salvoconducto de la neutralidad, transforma desregulaciones bajo su propia responsabilidad, da cuenta de los accidentes endémicos y desestabilizadores que nos desfiguran: la desigualdad del cambio, el estancamiento de las conclusiones. El presente es difícil de comprender, y, por lo tanto, complicado de escribir. La más reciente producción escrita a orillas del Atlántico denuncia un pluralismo, amenazado por internet, que necesita ser reivindicado.

Todo lo que vemos, hacemos o creamos ha sido configurado por un sistema de signos y símbolos entrelazados. La realidad, por lo tanto, puede leerse como un texto que alienta versiones y perversiones, mientras arroja dudas sobre la posibilidad de novedad o progreso. Todo es lenguaje, al cabo: nuestra experiencia está codificada de tantas maneras que no podemos escapar de ninguna de ellas. El ideario de Chejfec y Zambra, ambivalente, inherente e interpretado, puede ayudarnos a abordar nuestros dilemas. Es la de ambos una crónica de idas y venidas, no solo de llegadas. A las ideas de hogar y pertenencia, moldeadas por las fuerzas del poder estatal, el capital y la interacción humana, enfrentan relatos de experiencia individual, entretejidos con la narración colectiva. A la marea del populismo egoísta que nos anega, oponen la desintoxicación de la solidaridad.

 

Talsi, Letonia, 2019

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