A ver, ¿cuántas féminas que conozcáis han estado en un barco atunero en el que solo había hombres? Eso es, o pocas o ninguna. Por eso tenía que contarlo. Y básicamente porque si no lo cuento, reviento, que diría mi padre (perdón papá por citarte en este blog de perdición).
El periodismo se paga mal, cierto, pero te brinda unas oportunidades que no tendrías en otro oficio. Como la de subirse a un atunero de última generación. Y allí estaba yo, en Canarias, con una temperatura que ya la quisiéramos aquí en Madrid, yéndome al atunero a las cinco de la mañana. Gensanta, ya hay que tener ganas de atún para subirse a un barco a esas horas tan poco amables.
Tripulación: 35 hombres hechos y derechos, de nacionalidades bien diversas. Teníamos a los españoles, básicamente vascos y gallegos. Y luego los foráneos: mucho africano de Senegal, Ghana, etc. Como decía el fotógrafo que me acompañaba, un tipo que yo sospeché desde el principio era una mezcla de yihadista e hipster (barba poblada, camisetas chulas, faltaba la gafapasta), el africano tiene mejor porte. Esto es así. Se ponía él a hacerles fotos a los africanos y salían bien de cualquier forma, sin posar. Sin embargo, algunos nacionales parecían, los pobres allí entre las redes, pues cualquier cosa: postura desganada, cuerpo mal hecho… Bueno, salvo uno, que yo no dejaba de ver pasar e imaginármelo desnudo (perdonad, estaba trabajando sí, pero eso no quita que yo me pueda imaginar a algunos miembros de ese navío desnudos…). No era muy alto (más bien bajito) pero qué cuerpo, queridos lectores: ni gimnasios ni pollas, enrolaros ya en un barco atunero coño. Este chico lo tenía todo bien puesto: el culo (Jesús qué culo), el pecho y esos brazos torneados que igual agarraban un cabo, que abrazaban la red o lo que fuese. Sí, ya me hubiera gustado ser abrazada y otras cosas finalizadas en ada, un ratito en su camarote. Me los imaginaba a todos, torsos desnudos y engrasados (de grasa de motor no, de aceite de ese que brilla bonito) bailando a ritmos de coreografías frenéticas en un amplio espacio de la proa. Que fijo que ese espacio estaba para eso, para las fiestas que debían organizarse y que a falta de mujeres a bordo, debían jugarse a la botella el papel de Loreta, fijo que sí. Pero estábamos trabajando hamijos, nada de coreografías a lo Viva la Vida de Coldplay ni de polvos encima de un amasijo de redes. Limpias, que luego el olor a pescado no se va.
Llegados a este punto quiero detenerme en el look marinero, porque existe, al igual que existe el de los hipster o el de los votantes del PP. El marinero suele llevar ropa deportiva, cómoda en general. Camiseta (algunas mejor elegidas que otras), zapatilla deportiva o aquella que no resbala, tatuajes en los brazos (supongo que en el resto de su anatomía también) y muy importante, pendiente. Todo marinero que se precie tiene que llevar pendiente. Tenga la edad que tenga. Un colgante al cuello viene a afianzar ese look duro, de hombre de la mar, hecho a sí mismo, que se tira meses alejado de la tierra y que lucha contra los elementos, cual prota de libro de Hemingway. Bien es cierto que algunos no acertaban totalmente en la elección de la joyería: había un señor de cierta edad (viejo), que llevaba un mono azul (feo), con cremallera bajada casi hasta el ombligo (horror de los horrores) y al cuello un colgante de plástico que parecía ¡un chupete! Nooooo, eso no da imagen de seriedad ninguna. En absoluto. Que el señor parecía un gay viejo que llega tarde a una rave…
Pero volvamos a los miembros follables de aquella tripulación, que haberlos, haylos. El capitán por ejemplo. Sí, y no saquéis conclusiones precipitadas de que me gustaba el capitán porque era uno de los máximos representantes de la jerarquía marina o porque su uniforme me ponía. El capitán era mono mono, mono hasta decir basta. Y jovencísimo: a mí cuando me pidió los datos yo pensé que era el becario y mira tú por donde no, que era el capi de aquel navío. El capi, vasco de nombre árido como él solo, tenía un polvo. O varios, según lo que hubiera aguantado su cuerpo, que no el mío, y lo cómodo que hubiera sido su colchón, que la verdad, todo hay que decirlo, cómodos parecían.
A lo que iba: el capitán tenía varios polvos pero chicos, le faltaba un estilismo. Sí, no digo que había que depurar su estilo digo que le faltaba un estilismo total. Coño, que parecía un poligonero de Vallecas con sus pantalones cortos anchos como de rapero y su camiseta ancha también. Mal. Muy mal. Y ya la vino a cagar totalmente cuando para una foto se subió el cuello de la camiseta. Jesús, no te lo folles si va con esas pintas. Normal. Tampoco deseaba yo un uniforme como el del capi de Vacaciones en el Mar, blanco impoluto y gorra, pero hombre, unos mínimos, que este chico tan mono parecía Paquirrín pero con pelo y pesando mucho menos.
He quedado con él a su vuelta a tierra, en unos meses. Me parece bien porque aunque vendrá con la misma ropa o incluso, otra peor, si cabe, también traerá ganas de follar y el ánimo vigoroso. Ya me encargo yo de pillarle algo de ropa para transformarle en un hombre Esquire, aunque la vaya a tener puesta poco tiempo. Me ha dicho que me trae unas latas de atún. Es que es un romántico…