“No, gracias”.
Edmond Rostand
Últimamente le he cogido un cariño al matrimonio que qué sé yo. Porque a priori es algo que ni me va ni me viene, pero entonces me entero en el trabajo de que me dan 15 días libres por casarme y el asunto se me va de las manos. Ahora no puedo evitar ir por la calle pensando en declararme a diestro y siniestro, a la primera de cambio echar la rodilla al suelo y prometer amor eterno como si el mundo no acabara. Y eso que creía que era mejor tomarse estas cosas con calma, pero tampoco se nota uno tan joven como para andar perdiendo el tiempo; un par de frases y basta.
—¿Y tú quién coño eres?
—Ya nos iremos conociendo después de la boda, señora.
De todas formas, así la noche nupcial tiene más gracia. Que igual de tanto precipitarse, tras los canapés y las copas, uno de los dos se presenta en la habitación virgen y entonces ya sí que se ha liado buena. Mejor aún, porque van bien las sorpresas, que si no acaba por reducirse todo a dormir en camas separadas y tener sexo en pijama. Además, en la cama a cualquiera le saltan las manías, ahí lo emocionante de no conocerse mucho. Como una muchacha con la que estuve quedando un tiempo, que me salió de repente con que antes de follar tenía que fumarse sí o sí un canuto, y yo ya con los calzoncillos resbalando los tobillos pues como si me hubiese dicho que no íbamos a ningún lado hasta que me fumase yo otro; seis si quería, aunque me costase el polvo caer redondo. Si es que terminas por adaptarte a todo. Hasta en circunstancias adversas, como si tienes que congelarte el culo por follar al amanecer en el balcón de un primero con un frío del carajo, cómo no lo vas a hacer si te pilla en plan romántico.
Porque es lo malo, que estamos todos muy sensibles. Nos roza alguien el hombro por la calle y suspiramos con nostalgia girando el cuello viendo que desaparece. Y en estas condiciones pues vete tú a saber qué pasa como te veas un par de veces con la misma persona, que igual hasta te da por componer canciones… Si llegas a este punto ya casi que mejor le enseñes la canción a todo el mundo, si puede ser diciendo “la he compuesto para ti”, que es la única manera de que la gente escuche estas cosas. Por eso, para que el tema no se complique demasiado, intenta quedar siempre por bares o aparecer en su casa con un par de botellas de vino bajo el brazo, así lo más probable es que os despertéis cada mañana pensando “qué ha pasado”, y cada vez que os volváis a ver será como si apenas hubieseis quedado. Más emocionante ¿no? Este verano conocí a una chica en la barra del bar de un hotel y nos pilló el amanecer entre palmeras hablando de todo lo que se puede hablar borrachos, y así se pasó el resto de la semana diciéndome cada vez que me veía: “Cállate ya. Que eso ya me lo has contado”. Hay que encontrar el equilibrio y así irá todo sobre ruedas. O bien directamente no acordarse ni del nombre, ya cada uno como quiera.
Lo que hay que dejar de lado es eso de querer conocerse tan a fondo antes de nada, que luego la relación no sale de whatsapp y cuando te pones en plan aventurero y propones tomar algo quedas como un lanzado, atrevido, canalla…, suspirando porque lleváis meses hablando por el móvil y no ha habido ni medio beso. Estas cosas se sobrellevan con fotos (por poner algo de carne), supongo, y yo a esto no consigo pillarle el truco. Será por pudor, que yo veo una foto enviándose con medio hombro mío descubierto y no puedo evitar ruborizarme. Pero bueno, digo yo que serán de esas cosas a las que uno con el tiempo se acostumbra, y hasta termina por cogerle el gusto. Con suerte en un par de meses, a la mínima que reciba por whatsapp un mísero “hola”, antes del doble check azul ya estaré empujando los vaqueros hasta el suelo a punto de hacerme la foto. Y esto, como todo, es más que nada por no ser descortés, como lo de los piropos, que si alguien te silba “bombón” por la calle no te vas a quedar tú sin decir nada. Lo difícil es lograr mantener el tono en tu respuesta, como Jude Law haciendo de Dom Hemingway devolviendo el halago a la muchacha que le rodea en la piscina:
—Tienes una barbilla noble.
—Pues tú tienes unos pechos muy nobles.
Eso es, manteniendo el adjetivo para no arriesgar en nada.
El otro día un amigo se plantó a las 11 de la mañana en la habitación donde yo dormía y se bajó los pantalones y los calzoncillos muy contento para enseñarme quemaduras de tercer grado en su culo por haberse dormido encima de una manta eléctrica. Le dije que o me dejaba dormir o nos íbamos a urgencias, y a los 15 minutos volvió con otro amigo para darle intensidad a la herida, y el drama estaba en que encima este le había quitado a la chica.
—No solo no follo, es que además me abraso el culo.
Y para colmo el tío se acercaba muy contento y me decía: “Toca, toca”. Y aquí pasa lo mismo, que por cortesía terminas acariciándole el trasero a tu amigo y consolándole, pensando que más merece esto 15 días libres que una boda. Aunque después de ver Relatos Salvajes ya si que no hay duda, te casas seguro, pero sin brindis de discurso ajustado ni una noche de bodas en la que estrenar pijama, mejor una fiesta accidentada, infidelidades, sangre, un despropósito de baile para culminar consumiendo el amor rodando por encima de la tarta y diciéndole al cámara cuando haya lágrimas:
—Néstor, ¡fílmame esto!
Y es que lo de casarse es mejor hacerlo a lo grande, si nos sobran motivos. Como Napoleón, que al enterarse de que su amante se había quedado embarazada, escribió corriendo a su esposa para comunicarle que la abandonaba, que debía desposarse con otra mujer Por el bien de Francia.