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Shakespeare en Viterbo

A ver qué les parece esta historia y ya me dirán si Shakespeare no pudo haber ambientado uno de sus dramas en Viterbo. Estamos en la Italia de la segunda mitad del siglo XIII. Carlos de Anjou ha derrotado el 23 de agosto de 1268 a Conradino Hohenstauffen y a los gibelinos en la batalla de Tagliacozzo. Esta batalla le supuso a Carlos de Anjou la corona de Sicilia y al desdichado Conradino la pérdida de su cabeza en la plaza del mercado de Nápoles. Antes de aquella batalla, los Montfort eran un linaje franco-inglés caído en desgracia. Los dos supervivientes, Guy y Simon, querían a toda costa cobrarse venganza del ultraje al que fueron sometidos los cadáveres de su padre y sus hermanos tras caer en la batalla de Evesham en la enésima revuelta de los barones contra el Rey de Inglaterra. Un encuentro inesperado en Viterbo, la ciudad de los papas, propiciaría el fatal desenlace de este drama shakespeariano. Pero retrocedamos en el tiempo.

En la primavera de 1266 Guy, en Italia nos referiremos a él como Guido, tras la derrota de Evesham se evadió de su prisión en Dover y se reunió en Francia con su hermano Simón, quien se había acogido a la protección de Luis IX, en religión San Luis de Francia. Abandonada toda esperanza de recuperar sus tierras y títulos en Inglaterra, ambos hermanos se trasladaron a Italia y pusieron su espada al servicio de Carlos de Anjou, el hermano de San Luis. Guido participó en la batalla de Tagliacozzo al flanco del de Anjou, con tal bravura que un cronista lo describió como “un jabalí luchando contra una jauría de perros”. Para recompensarlo, Carlos de Anjou le concedió el condado de Nola y un buen número de castillos, entre los que destacaba el de Cicala. Su imparable carrera para levantar su proscrito blasón entre la aristocracia feudal italiana alcanzó su cénit cuando desposó por poderes a la joven Margherita, a quien ya hemos encontrado en este libro, la hija de Ildebrandino degli Aldobrancheschi de Sovana y de Pitigliano, el Conte Rosso, el señor feudal más poderoso de toda la Maremma y fiel baluarte güelfo y de Carlos de Anjou en la región. La dote era impresionante: las tierras que le había dado a modo de concesión la abadía romana de San Anastasio ad Aquas Salvias: Porto Ercole, la isla del Giglio, Monte Argentario, Ansedonia, Orbetello, Marsiliana, Tricosto, Capalbio, Montauto y Scerpena. No cabe duda de que Margherita era un gran partido. Con esta base territorial, Guido fue nombrado vicario general de Carlos de Anjou en Toscana y comandante de la Liga Güelfa para que pusiera fin a los últimos núcleos de resistencia gibelina en la región. El 10 de agosto de 1270 ya tuvo tiempo de desposar con la debida pompa a Margherita en la catedral de Viterbo. Todo parecía apuntar a que la estrella de los Montfort había vuelto a elevarse sobre el firmamento. Pero entonces, en marzo de 1271, noblesse oblige, el sagrado deber de la venganza se interpuso en su camino. En aquellos días, Carlos de Anjou y Felipe III de Francia llegaron tras el fracaso de la Cruzada de Túnez a Viterbo. Su objetivo era apremiar la conclusión del cónclave que llevaba cerca de dos años demorándose para elegir al sucesor de Clemente IV. Guido y su hermano Simón, acompañados del Conte Rosso y de un nutrido séquito de hombres, se dirigieron a la ciudad de los papas para rendir homenaje a los dos monarcas. En el séquito de Felipe III se hallaba Enrique de Almaine (es decir, “de Alemania”, debido al rango imperial de su padre, Ricardo de Cornualles, que había sido elegido Rey de Romanos). Su tío, el príncipe Eduardo Plantagenet, apodado “piernas largas”, le había encargado a su sobrino que negociase con el nuevo Rey de Sicilia la liberación del infante de Castilla Enrique “El Senador”, hermano de Alfonso X y cuñado a su vez de Eduardo (1), y que de paso tratase de reconciliar a los miembros de la familia Montfort exiliados en Italia ─Guido y Simón─ con la familia real inglesa. Las cosas no fueron como se esperaban y los Montfort encontraron la oportunidad de vengar la memoria de su padre y de sus tíos en la persona de Enrique de Almaine. La ocasión se presentó en la mañana del 13 de marzo, cuando Enrique fue a rezar en la Iglesia de San Silvestre. En mitad de la misa, Guido y Simón se abalanzaron sobre un sorprendido Enrique, lo acorralaron, para colmo de sacrilegio, junto al altar y allí lo ultimaron.  En el fragor de la lucha también cayó muerto un clérigo de los que oficiaban la misa. No contento con la muerte de Enrique, Guido arrastró por los cabellos el cadáver hasta la plaza del mercado y allí lo desmembró a golpes de espada. Es una pena no haber conocido esta historia cuando visité Viterbo con Eva Fernández hace algunos años camino de Bomarzo. Hubiéramos sin duda acudido a conocer la Iglesia de San Silvestre, aunque, conociendo la peculiar manera de indicar las señas de un monumento por parte de los locales, creo que no hubieramos dado nunca con ella. Vuelvo a Shakespeare. Consumada la tragedia Guido y Simón huyeron de Viterbo y se refugiaron en Sovana, el baluarte de su suegro. Carlos de Anjou privó inmediatamente a ambos hermanos de todos sus honores y ordenó el secuestro de sus tierras, pero la pasividad de sus hombres en Viterbo arrojó una sombra de complicidad sobre él en este crimen shakesperiano. Los hermanos pasaron su caída en desgracia en la Maremma, protegidos por las redes de influencia de los linajes güelfos de la región.

El corazón de Enrique de Almaine fue llevado a Inglaterra y colocado en una urna de oro sobre una columna en el Puente de Londres sobre el Támesis. Qué quieren que les diga, nada en comparación con un sepulcro etrusco. Dante situó a Guido entre los asesinos del VII círculo infernal, el de los violentos, inmerso hasta la espalda en la sangre hirviente del río Flegetonte, aislado del resto de condenados por el carácter horrendo de su crimen. Dante ni siquiera usa su nombre, sino que recurre a una críptica paráfrasis:

Nos indicó una sombra solitaria
y dijo: “Atravesó en lugar sagrado
un corazón que aún hoy venera el Támesis”.
Inferno XII, 118-120
Trad. de José María Micó

A comienzos de 1273 Eduardo Plantagenet, ya rey de Inglaterra, regresando de las Cruzadas, se detuvo en Orvieto, donde a la sazón estaba la curia pontificia, y demandó al Papa la condena formal de Guido de Montfort por el asesinato de su primo Enrique. El 1 de abril fue promulgada la sentencia de excomunión en la que se amenazaba, además, con el interdicto eclesiástico a todo aquel que brindara protección al condenado. La historia de Guido de Montfort no terminaría aquí, pues su vida es una auténtica anatomía de la inquietud, incluso tiene un capítulo en el remoto reino de Noruega, pero su nombre para los restos ya estará asociado a la tragedia shakespeariana de rencor, venganza y crimen que protagonizó en Viterbo.

(1) Encomienda en la que no tendría demasiado éxito, pues el infante Enrique purgó veintitrés años en una mazmorra hasta su liberación en 1291. Gran novela la de su vida.

 

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