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Mientras tantoSi me necesitas, no me llames

Si me necesitas, no me llames


 

¿Cómo se las arreglan para estar 65 años juntos?

Nacimos en una época en la que si algo se rompía, se arreglaba, no se tiraba a la basura» (visto en facebook)

 

 

 

La próxima vez que tenga un mal día, alguien debería recordarme que bajo ningún concepto lea a Raymond Carver. Y mucho menos que escoja uno de sus relatos al azar. Porque ayer ya era de noche y quería leer algo corto. Había pasado el día con Divorcio en el aire, de Gonzalo Torné –un libro maravilloso-, pero después de tanta intensidad solo quería leer un relato y dormirme. Entonces lo vi muy claro: el libro estaba en la estantería, era uno de esos Compactos de Anagrama: Si me necesitas, llámame, de Carver. Como si me llamara a mí. Así que lo cogí y lo abrí por el último relato, el que da nombre al libro, el único que no había leído.

 

En él, un matrimonio a punto de separarse –ahí ya debí haber dejado la lectura – decide irse a pasar el verano juntos para intentarlo de nuevo. “Aquella primavera habíamos tenido una relación cada uno por su lado, pero cuando el curso acabó en junio decidimos alquilar nuestra casa de Palo Alto”. Después de asumir que cada uno se ha ido con otro se prometen que durante el verano no llamarán a los “respectivos” y se marchan lejos. Quieren darse una oportunidad, la última. Ay. Cuántas veces –en la vida y en la literatura- se repite ese mismo argumento, me dije.

 

Sé que muchos opinan que Raymond Carver está sobrevalorado. Hemos oído muchas veces –incluso lo hemos podido comprobar en el libro Beginners– que fue Gordon Leash, su editor, quien en realidad le dio ese estilo tan característico a sus relatos. Bien por Leash entonces. Pero más allá de esa manera de narrar tan escueta y tan directa, el “territorio Carver” es distinto a cualquier otro. Sospecho que en realidad, uno de los mayores problemas de Carver es que a alguien se le ocurriera compararlo con Chejov. Porque comparar es marcar, acotar. Es una manera como otra de no dejar avanzar.

 

Pero sí, Carver me sigue fascinando. Porque en sus relatos parece que no pasa nada pero pasa todo. Los protagonistas de Si me necesitas llámame son un hombre y una mujer en crisis. Pero hay otros: un colibrí que se posa en la ventana y que huye repentinamente, un pescador de truchas que les desea suerte a la pareja, o esos caballos que irrumpen como por arte de magia en su jardín, en la última noche que pasan juntos, cuando ella ya ha decidido abandonar ese simulacro de felicidad.

 

Cerré el libro pensativa. Cuantos divorcios en un mismo día. Me había pasado horas con Divorcio en el aire, cuya primera frase es alentadora: “Fuimos al balneario para salvar lo que quedaba de nuestro maldito matrimonio”. Más tarde, había intentado ir a ver la película Week-end, escrita por Hanif Kureishi, que recientemente había resumido su película con esta frase: «Los matrimonios acaban muriéndose forzosamente». Así que al llegar la noche tenía la sensación de que si leía otra historia más de crisis, iba a empezar a tenerla yo también. De manera que después de leer a Torné y a Carver –habiendo tachado mentalmente Week end de mi lista de «pendientes»- me acosté con muy pocas ganas de casarme y valorando seriamente la posibilidad -gracias al poema La hora del paseo-, de comprarme un perro.

 

En fin. Pobre Carver. Aunque el relato me encantó, no me arregló el día. Dejé el libro de nuevo en la estantería y me quedé pensando en el título de la historia. Porque Si me necesitas, llámame es una frase que a menudo decimos. Es ambigua, como el cuídate, como ese qué tal estás del que muchas veces no esperamos respuesta. Sí, hay frases tan huecas como las calabazas de Halloween. Me pregunté entonces si aquel si me necesitas llámane no era el título perfecto para un final, una manera tierna pero definitiva de decirse adiós.

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