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Mientras tantoSí, Summertime es una ópera

Sí, Summertime es una ópera


 

 

Sí, esto (también) es una ópera. Esto se llama Summertime y, desde hoy, puede verse y escucharse en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona embebido en la obra a la que pertenece, que es de George Gershwin. Se llama Porgy and Bess, en una producción (canónica, espléndida) de la ópera de Ciudad del Cabo.

 

Cómo me suena esa canción, versionada en anuncios y en películas y por todos los grandes. Cuántas veces habré escuchado ese estándar tan elegante, ese canto definitivo al verano, sin tener ni la más remota idea de dónde había salido… Salió del mismo sitio de donde sale todo: de donde sale la música.

 

Aparte de lo refrescante del vídeo, que da cuenta del poder inmortal que tiene la pieza en cuestión, y aparte del debate en torno a los límites entre ópera y musical y todo lo demás (suspiro acalorado), lo más gratificante aquí es comprobar cómo las melodías viven, reviven y vuelven a vivir gracias a libros gordos como el que tengo aquí al lado, en la estantería. Gracias, también, a quien las silba con las manos en los bolsillos.

 

Es un volumen que se llama The Real Book, que todo músico debería tener, y que podríamos considerar la biblia del jazz: los estudiantes de Berkeley se ocuparon durante años de recopilar, decantar y fijar negro sobre blanco todos los estándares jazzísticos para garantizar su supervivencia más allá de las grabaciones. Está todo (pero solo las melodías, sin arreglos, para que nadie se vicie). Es como una tienda de caramelos interminable de la que,  con las ventanas abiertas y este calor excepcional es posible hacer lo que queramos. Incluso sacarlo a pasear por la Rambla: véase la lista que incluyo al término de esta entrada.

 

Lo más curioso es que al lado tengo otro libro de estándares, pero este de los siglos XVII y XVIII. Fandangos, pasacalles, preludios… de doscientos y pico, trescientos años de antigüedad que adquieren la misma vigencia que un buen Summertime al abrigo de Billie Holiday, de Ella Fitzgerald, de Miles Davis, ¡de Janis Joplin!

 

Cuando todos esos mundos posibles se tocan (el jazz, el barroco, la ópera contemporánea) saltan chispas, chispas de esas que prenden la hoguera para una buena parrillada en compañía de viejos amigos y que devuelven, en fin, el sentido que esto siempre ha tenido. Como bien declaraba ayer mismo Chucho Valdés a El País, solo hay dos tipos de música: la buena y la mala.

 

Ábranse una sandía, échense hacia atrás y disfruten: el viaje, por suerte, va a ser largo.

 

¡Feliz verano!

 

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