Solo a un visitante incauto se le ocurriría llegar a Lima en los meses de verano. Entre enero y principios de marzo, la capital peruana es un sauna donde al calor y la humedad se le amontona la polución y el polvo del desierto. Sin embargo, en los meses de invierno, entre julio y septiembre, cuando las temperaturas descienden a los 15 grados y un viento frío cubre a la ciudad con una gasa de gris, es posible disfrutar mejor los caminos de Lima, estos barrios encajados en un espacio plano entre los cerros y el mar.
El invierno es una nube que persiste sobre sus edificios. Los limeños, cual habitantes del Polo Norte acostumbrados a los largos meses de oscuridad, también llegan a odiar el persistente cielo oscuro y la garúa que empapa las mañanas con su capa líquida. Sin embargo la ciudad se deja caminar y con un abrigo ligero, desafiando a la humedad, se recorren con gusto las veredas de Miraflores, Barranco, Cercado, Pueblo Libre, Jesús María, Surco, Surquillo, San Borja, Rímac, San Isidro, San Miguel, Magdalena, Breña, La Molina, Ate.
Lima, en este invierno de mitad de año en que celebra su independencia (cada 28 y 29 de julio) es una ciudad tomada por los colores rojos y blancos de las banderas que flamean en los techos de los edificios y en los espacios abiertos de sus plazas. Con la garúa, los espacios públicos y las zonas de playa son parcialmente abandonados y la población se vuelca, no solo hacia uno de los grandes cultos del peruano: la comida, sino también a una oferta cultural que pareciera enriquecerse cada día con nuevas alternativas: festivales folklóricos y cinematográficos, ferias de libros, de fanzines, de historietas y de artesanías, exposiciones y galerías, teatros, óperas, música clásica y circo.
La Feria Internacional del Libro de Lima es uno de esos eventos (con ciertos dolores crónicos e improvisaciones inaceptables que se deberían de corregir) que contradice las presunciones de que esta es una ciudad desapegada de la literatura, donde nadie lee. Desde mediados de julio hasta principios de agosto, hemos confluido en este lugar, actores que desde una u otra dirección creemos pertenecer al mercado literario de nuestro país. Llama mi atención en especial, la cantidad de editoriales independientes que se han desarrollado durante la última década, hasta convertirse en piezas centrales de una movida que no existía en los primeros años de este siglo.
Lima: la ciudad en el desierto donde crecimos protestando por la escasa producción editorial, no solo es el lugar donde se edita Etiqueta Negra, esa joya de la crónica bien escrita que es un referente en cualquier evento de seres humanos que manejan el castellano como primer idioma, sino también la ciudad donde se distribuye gratuitamente Buensalvaje, un encuentro de cada dos meses con los libros, reseñados en extenso y con cuidado, y con la literatura: un regalo de lujo para intelectuales que, si bien participan en sus páginas colaboradores desde diferentes ciudades del mundo, se construye pensando en los lectores limeños. En la FIL de Lima, como en otras similares, se encuentran puestos con letras brillantes y tremendas que venden Planeta o Alfaguara, pero lo que distingue a ésta de las otras ferias son los puestos de las editoriales independientes.
Editorial Estruendomudo, por ejemplo: no solo aprovecha el mercado peruano para poner en su catálogo a figuras de la televisión que (mal que bien) desean alegrar al lector con sus pininos editoriales, sino también entrega obras de autores que hasta hace muy poco solo era posible conseguir en editoriales de España; o libros no reeditados hace mucho tiempo en Latinoamérica, como ciertos títulos de César Aira, José María Arguedas o Aurora Venturini. Editorial Madriguera: pone en circulación a la historietista viajera Powerpaola, contribuyendo a una expectativa que pertenece casi por completo a círculos culturales del mundo de los fanzines, alrededor de la película basada en su libro “Virus tropical”. En esta FIL 19, además de presentarnos como invitado a Javier Cercas, también aparece reeditada para los peruanos «El lugar del cuerpo», la notable primera novela del boliviano Rodrigo Hasbún en el recién creado sello Santuario Editorial, se ofrecen poemarios peruanos que habían desaparecido de las librerías, desde las casas editoriales Paracaídas y Lustra; y hasta una antología del cine de serie B en el Perú con la editorial Mutante.
Habría que mencionar también la oferta considerable de libros especializados que sale desde las editoriales universitarias y el trabajo de selección de buen material editado en el extranjero que hacen algunas distribuidoras como Heraldos Negros.
En una noche de estas grises de las que hablo, fui testigo del trabajo excepcional de muchos historietistas e ilustradores peruanos, cuyo tiempo a veces se debe desgastar creando campañas sosas para agencias publicitarias. Ellos han encontrado en este auge editorial el espacio ideal para contribuir con su talento, brindándonos traducciones en imágenes de lo que otros ponen en palabras, al convivir a diario con las alegrías y miserias de nuestra peruanidad. Merece especial atención el trabajo de Jesús Cossío, cuya novela gráfica Barbarie potencia el contenido del informe de la Comisión de la Verdad acerca de los hechos de violencia que se vivieron durante la década de los 80 y 90. Y así como es un lujo que Etiqueta Negra, desde Lima ponga en las manos de los lectores lo mejor de la crónica mundial, el fanzine limeño Carboncito desarrolla un trabajo permanente de difusión de los historietistas latinoamericanos. Alrededor de esa movida aparecen con regularidad nuevos fanzines, talleres y exposiciones.
Lima es gris en invierno. Sin embargo, su oferta cultural (que se incrementará en algunos días con una nueva versión del Festival de Cine de Lima) la convierte en una ciudad de tonalidades múltiples, en un tiempo ideal para caminarla y seguirla descubriendo.