“El recorrido está organizado en ocho secciones más un conciso epílogo, que no siguen un orden cronológico. El criterio de articulación tiene como base el principio del ciclo, que las comisarias [Claire Bernardi y Estelle Buegué] consideran la clave central del trabajo artístico de Munch, y que se desplegaría en el concepto de metabolismo, según el cual la humanidad y la naturaleza fluyen unidas en un mismo ciclo: el de la vida, la muerte y el renacimiento. Con ello se quiere transmitir que el método de trabajo de Munch consistiría en la variación temática de una idea que se va desplegando de forma diferente en diversas obras. Ese planteamiento tendría su plasmación inicial en la serie de obras El friso de la vida,de la que forma parte El grito. Aquí se sitúa uno de los aspectos centrales que esta exposición nos da para comprender y sentir en profundidad el arte de Munch. Aunque vivió y respiró el ambiente de las vanguardias artísticas, en todo momento fue un solitario, un artista que trabajaba individualmente, al margen de grupos o asociaciones. En realidad, buscaba ir al fondo de su experiencia vital, siempre compleja y difícil, con muertes familiares, dificultades de relación, y problemas mentales que por una profunda depresión nerviosa determinaron su internamiento en una clínica de Copenhague del otoño de 1908 a la primavera de 1909”. La cita de la lúcida reseña de José Jiménez en El Cultural es larga, pero, por si había alguna duda, permite armarse todavía de más razones y argumentos para emprender el camino de París antes de que eche el cierre este Edvard Munch. Un poema de vida, de amor y de muerte que reúne más de cien obras: 50 pinturas, además de dibujos y grabados que permiten comprobar de qué manera el artista noruego que vio con sus propios ojos los estertores sombríos del volcán indonesio de Krakatoa junto al espejo de su fiordo.
Dónde: Musée d’Orsay, París
Cuándo: Hasta el 22 de enero
