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Siempre hace frío en Estocolmo

Donde el autor reconstruye eso extraños cambios ideológicos de varios “aliados feministas” con empatía parecida a una bolsa de cementos Portland

Al saltar la noticia de Pablo Iglesias como gran polinizador, secreto a voces en Somosaguas de la Complutense, he recordado la película Stockholm y su excelente reconstrucción de ese tiempo de ligues industriales en la capital. Con la excusa de la liberación sexual, antes de cualquier ola puritana, todo el mundo de Contrapoder funcionaba como una colmena llena de miel similar al certamen Miss America de Donald Trump: allí acudían las abejitas.

Lo sorprendente de todo este tipo de personajes, dejemos fuera el físico, era la insoportable pesadez que les hacía humillarse a niveles extremos por un mísero polvo. Y, luego, al conseguirlo, parecían proyectar su humillación en crear dependencia amorosa a través de un finísimo terrorismo psicológico. “Finísimo” si tienes menos de 25, porque siempre iban a niñas en las cuales podían soplar una burbuja alrededor y aislarlas de todo entorno social.

Todo esto cambió en 2012: las olas feministas recriminaron esa actitud miserable, perfectamente estudiada (no he conocido a ninguno de estos que no planificara, lo cual hace el romanticismo imposible), y la mayoría se reconvirtieron con la delirante frase “mujer, estoy en tu lucha”. Mi primer recuerdo de “aliado feminista” fue un discurso fantabuloso que se plantó un conocido en la barbacoa de unos amigos. Todos los tópicos del pensamiento “woke” más desenfrenado, el heteropatriarcado o la conspiración histórica de ellos a ellas, desfilaron como dogma infalible. Hace apenas medio año me comentaron que este “curilla” poco antes tenía como credo una frase un tanto contrapuesta: “hay que meter ficha a todas, porque así una cae”. En el tiempo de la barbacoa, poco antes, evoco también la expresión de otro tipo: “yo tenía un blog de lloros, pero me follé a varias”. Una cita tan cercana a otras barbaridades célebres como “necesitamos una solución final al problema judío” o “o una muerte es una tragedia, un millón una estadística” dichas por humanistas conocidos por todos. Hará un año, en ocasión del evento que colaboraba un amigo, el tipo del “blog de lloros” ejerció de azote de los justos por no contar con representación femenina entre los ponentes.

La pregunta era, claro, ¿A quién querían engañar? Las relaciones tóxicas con mujeres, esa idea de control enfermiza que vi en los dos citados, se fundaban en su primera adolescencia. Ellas, así, parecían la mascota que solía incluirse como muñequito extra en los blísteres de figuras de la Guerra de las Galaxias, Marvel u otras franquicias de éxito. Ligues encantadores…hasta que ella alcanzaba un celemín de ego y comenzaba una ruptura sin final salpicada por intenciones falsas de suicidio de ellos o broncas de extenuación de ellas.

Aquellos alrededor, temerosos, no se metían en esos cambalaches de inmaduros, pero a la postre solían apoyarse en él porque “es colega” (te ponía verde a la mínima), “conmigo se ha portado siempre bien” (que no me bloquee en redes sociales), “luchó en el 15M contra el capitalismo” (enviado desde mi iPhone), “me consiguió un trabajo en una revista de tendencias” (el Pulitzer de Malasaña), etc. La empatía, vaya, acababa donde empezaba la cuenta del banco. Todo eso era la práctica común a inicios de las redes sociales y apenas dos o tres tenemos ya memoria de aquellas tenebrosas biografías sexuales anteriores a 2012 (¡incluyendo borrado masivo de tweet!).

«Mujer, estoy en tu lucha….»

Me pregunto a veces cuántas víctimas psicológicas habrán dejado en el camino los citados y otros. A quiénes engañarán ahora y cuál será el ardid “progresista” para burlar a la subsiguiente dama boba (recordemos su proyección industrial). En todo caso presiento que con la edad la mentira será más y más evidente: la soledad será el perfecto refugio para encontrarse con quién más amaron.

¿Lo adivinan? Ellos mismos en un espejo.

Pero pasarán frío. Mucho. Siempre hace frío en Estocolmo.

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