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Mientras tantoSiempre hay un felón

Siempre hay un felón


 

A uno no le quedó más remedio que ser monárquico por nacimiento, lo cual es como aquello que una vez le oyó decir a Bono, el de U2, acerca de que el hombre no puede ser libre si los dos hechos más importantes de la vida, nacer y morir, no dependen de su voluntad. Uno nació al mismo tiempo que el Rey luchaba por serlo, un Jefe de Estado moderno en un país moderno y, cuando tuvo conciencia, él ya estaba allí. Hasta hoy. Era un tipo alto y atractivo. Y simpático y serio. El padre de una familia agradable y querida que fue la mejor Marca España. Pero sobre todo, el Rey siempre le ha resultado alguien emocionante. 

 

Se habla de emociones porque el reinado de Don Juan Carlos se ha sustentado en ellas, pasando por encima de los hechos no menos sentidos. Es una lástima que éstas hayan ido desapareciendo, como tantas otras cosas. Hablando con un amigo sobre interpretación le comentaba que si uno fuera actor usaría las emociones del Rey para provocarse las lágrimas, igual que usaría la última escena, “¡Oh Capitán, mi Capitán!”, de ‘El Club de los Poetas Muertos’, o la de ‘E.T’ despidiéndose de Eliot, “séee bueeeno”, al pie de la nave, imágenes de infancia que inevitablemente siempre le sacan una congoja.

 

Se entienden los recelos, los desacuerdos, el rechazo de la figura de aquellos que nunca sintieron estas emociones, y que no tienen por qué sentirlas, sino otras incluso igualmente emocionantes y totalmente contrarias. Uno se cree al Rey viejo que sale del hospital y dice que lo siente y que no volverá a ocurrir. Esto es de hombres valientes de otra época, por estudiada que esté la oportunidad. Después uno le perdonó todo, si es que había algo que perdonar, porque se reconoce sensible, y también admite que cualquiera pueda pensar que más que sensible es sentimental ante un personaje que soporta en su senectud la ira espoleada del pueblo, que se queja y no sin razones.

 

El Rey llegó a España de niño desde Portugal un poco como Puyi, manejado por un régimen y otros intereses, confinado en ciudades prohibidas. Luego fue un hombre muy joven que hizo enormes cosas, dificilísimas y delicadas cosas (tanto como pensar hoy en un músico capaz de componer una sinfonía cercana en virtuosismo al de los clásicos)  frente a hombres muy viejos, rancios, ayudado por otros hombres muy jóvenes, como Suárez; que construyeron un país para Fraga y para Carrillo, para Felipe González y Aznar, para Zapatero y para Pablo Iglesias y Cayo Lara. Por eso uno a veces imagina a Carrillo dándole un pescozón a Lara en esos sueños gratuitos, recordándole cómo él y Alberti y la Pasionaria aplaudían a aquel monarca en el Congreso.

 

 El Rey con ojeras el día de su proclamación es una prueba de contención. El Rey sosteniéndose en pie mientras su padre le dice: “Majestad, por España, todo por España. ¡Viva España! ¡Viva el Rey!”, es para que se le caigan a uno los testigos, como viéndole llorar junto a la Reina en el entierro de quien treinta años antes le dijo esas palabras. Uno no puede olvidar esos momentos, y otros, por muy lejos que queden de la realidad actual. Y se comprende, más bien se asimila, con tristeza, que un joven de hoy no sepa ni entienda nada de esto, porque en ello hay mucho más, quizá evaporado para siempre.

 

Son nuevos tiempos a los que ha venido Urdangarin en gran medida, como podría haber sido otro, para acelerarlos. Siempre pasa. Siempre hay un felón. Súmesele un elefante (rosa, como el de un colocón) y ya está la República despierta como si la Monarquía fuese el problema de España y no un asidero al que agarrarse en cualquier caso. Uno lleva el Juancarlismo en la sangre. Juancarlismo en el Felipismo o en el Leonorismo por España (lo que le lleva a pensar que a lo mejor ya es un monárquico de sentimiento por obra de Juan Carlos). Todo por España. Le toca a Felipe y en este sentimentalismo, qué coño, en esta sensibilidad de hoy uno recuerda otra escena que le remueve por dentro, aquella de ‘La Carretera’ de McCarthy en la que el hijo le dice al padre: “Dijiste que no me abandonarías nunca”, y éste, moribundo, le responde: “Lo sé. Perdona. Te llevo en mi corazón. Como te he llevado siempre. Eres el mejor que conozco. Siempre lo has sido. Aunque yo no esté tú puedes seguir hablándome. Puedes hablarme y yo te hablaré a ti. Ya verás.”

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