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Mientras tantoSiempre vendrán tiempos mejores (canción atribuida a Yuri, cantante popula mexicana)

Siempre vendrán tiempos mejores (canción atribuida a Yuri, cantante popula mexicana)

La vida en Comala City   el blog de Bruno H. Piché

 

Cada quien hace lo que debe, pero sobre todo lo que puede. Recuerdo los lejanos días en que cursé mis estudios en El Centro de Estudios Internacionales (CEI), en la que me gusta seguir llamando La Casa de España en México. Es fama que su biblioteca, que lleva el nombre de su fundador, contiene el acervo más grande de América Latina. Y eso sin sumarle las colecciones digitales con contenidos de toda especie y que no ocupan ni medio centímetro en los más de siete mil metros cuadrados que la conforman, considerando los otros cuatro mil que se añadieron, desde 2017, el anexo Mario Ojeda, una institución en sí misma dentro y fuera de la propia institución.

Ignoro el número exacto de generaciones (allá en las faldas del Ajusco les llaman “promociones”, como si la cosa se tratara del Buen Fin) del CEI que, en busca de información útil y actualizada, no se haya ensimismado en los largos anaqueles que contienen la colección completa, desde el primer número, de la revista Foreign Affairs. Entre las reliquias disponibles, los estudiantes podíamos leer, por ejemplo, ensayos clásicos y magistrales como “The Sources of Soviet Conduct”, firmado por “X” ―la vigésimo quinta letra del alfabeto que escogió George Kennan, primero entre los mandarines del Departamento de Estado y fundador del Policy Planning Staff, el cerebro y generador de ideas por completo autónomo del liderazgo político de Foggy Bottom―, o bien el sofisticado ensayo de Isaiah Berlin, “Generalissimo Stalin and the Art of Government”, una lograda mezcla de erudición histórica acerca de los imperios rusos y de una formidable capacidad de observación y análisis prospectivo. Igualmente publicado en la revista Foreign Affairs en el año 1952 bajo el pseudónimo de “O. Utis”, el texto del más prestigiado miembro del All Souls College de la universidad de Oxford, resultó una lectura de máxima utilidad para el liderazgo político británico encargado de mantener a raya al gran oso soviético en sus intentos de avanzar sobre Europa más allá del Pacto de Varsovia.

Años después, no hubo oficina de un funcionario de rango tendiendo a alto en la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, lo cual pocas veces tenía correspondencia con la capacidad craneal del susodicho, a la que yo ―penosamente obligado, ni modo― tuviera que entrar y al interior de la cual no se desplegara en libreros corrientes, de madera conglomerada a punto de desintegrarse, tramos inconexos ―no se me ocurre otra expresión―, nunca números sucesivos e invariablemente intonsos de Foreign Affairs, jamás hojeados por el genio en turno. A mí la escena me recordaba a las bibliotecas ornamentales de mi lamentable parentela de León y Celaya, incapaces todos de leer y retener dos párrafos seguidos, si bien el objetivo que perseguía el alto funcionario diplomático ante un joven como yo era demostrarle que, nomás faltaba, estaba al tanto de las principales polémicas y discusiones más relevantes de la política internacional.

Viene a cuento esta juvenil evocación a raíz de las primeras y contundentes operaciones de deportación de migrantes del gobierno del presidente Trump. Los mexicanos, también los colombianos, incluso después del lamentable numerito de mandatario de apellido Petro ―¿o es Trepo?―, pidieron a los hondureños cancelar una reunión extraordinaria de la todopoderosa CELAC, lo cual, lástima, hubiera otorgado a los distinguidos asistentes la inmejorable oportunidad para viajar sin pagar boleto y tragar indigestas pero suculentas catrachas, no se diga degustar unas buenas baleadas y, ya en pleno empache, moderar los retortijones con un buen y humeante platón de sopa de canecho.

Ni modo, ya será para la próxima. Luego de las primeras y esperadas deportaciones que arrancaron apenas Trump regresó a la Casa Blanca, México y su diplomacia invariablemente evocaron la sublime noción de nuestra “hermandad latinoamericana” como la mejor y sempiterna solución ante cualquier crisis diplomática, política, comercial y en ocasiones excepcionales, por qué no, futbolística.

Es fama que las tribus de izquierda atribuyen a san Carlos Marx la célebre frase: “Si los hechos contradicen a mi teoría, tanto peor para los hechos”, cuando en realidad fue Hegel, el chocante y críptico filósofo que el autor de Das Kapital, se dice, puso de cabeza presumiblemente por la consumación del proceso dialéctico. Lamento informar aquí que fue el filósofo y médico inglés, John Locke, empirista rabioso y cero idealista como son todos los hooligans, quien se les adelantó a los amigos germanos desde el siglo XVII al declarar ―pido disculpas, prescindiré de la corrección política― muy pelo en pecho: “Si la realidad no coincide con mis palabras, peor para la realidad.”

Regreso por fin, que no hay mal que dure cien años, al affaire de la revista Foreign Affairs, la cual no solo perdió relevancia desde hace mucho tiempo; peor aún: de sus páginas desaparecieron los grandes pensadores ―voluntaria o involuntariamente― visionarios, capaces de elucidar en unas cuantas páginas los múltiples y factibles horizontes que, al filo de la mañana, anunciaban ya los rumbos que tomaría la política internacional, los nubarrones y dilemas urgentes en las relaciones entre países, no se diga los conflictos ideológicos, armados y desarmados que, en cuestión de meses o unos cuantos años, terminarían por sacudir al mundo entero. Quizá el último entre ellos fue el profesor y político Ash Carter, poseedor impar entre su generación de una imaginación de gestión, administración y cooperación entre agencias de inteligencia para la prevención de ataques terroristas contra intereses de Estados Unidos En la edición de noviembre/diciembre de 1998 de Foreign Affairs, publicó ―en conjunto con sus colaboradores― un ensayo cuyo título contenía una clara noción del porvenir: en “Terrorismo catastrófico” Carter levantó todas las alarmas ―sin caer en el drama civilizacional maniqueo al estilo Samuel Huntington― al advertir que ataques tan lejanos contra objetivos estadounidenses, por ejemplo las devastadoras explosiones simultáneas en las embajadas de Nairobi y Dar es-salam en agosto de 1988, vinculados además con las operaciones de Al-Qaeda, podrían ocurrir en el frente doméstico siguiendo la estética apocalíptica de Hollywood, tal como terminó sucediendo en el segundo y definitivo ataque terrorista a las Torres Gemelas en septiembre de 2001 bajo la dirección de Osama bin Laden. Desde entonces, no fatigo al lector con obviedades, no hay terrorismo que no sea catastrófico.

¿Qué tienen que ver con lo anterior algunas de las lecturas hechas por un alumno de la Casa de España en México en la segunda mitad de la década de los noventa? ¿A qué viene a cuenta esto, qué relación podría tener con el regreso de Trump, ahora rebautizado, con razón, como Trump 2.0?

La respuesta es simple y a la vez lamentable: en un momento particularmente complicado no solo para nuestro país, sino para la cuidada, bien mantenida y sin duda fructífera construcción de las relaciones entre México, Estados Unidos y Canadá, los espacios que podrían ser utilizados para presentar ya no propuestas ―esas no cuestan, salen gratis― sino análisis inteligentes, bien informados y escrupulosamente preparados, como en los casos antes mencionados de Kennan, Berlin y Carter, incluso visionarios diagnósticos que mapeaban el futuro, lo que ahora tenemos, en el caso de la revista Foreign Affairs, en su versión en español ―que replica textos procedentes de Nueva York―, y más concretamente en el texto, por llamarlo de alguna manera, que en su más reciente número publicó la ex representante del gobierno de México en Washington, Martha Elena Federica Bárcena ―la primera mujer en ocupar el cargo diplomático más importante no solo de México sino de cualquier país: una letanía de lugares comunes, de observaciones y comentarios ―no confundir con análisis ni pensamiento estratégico― sin valor agregado, reiteraciones que cualquiera encuentra en la prensa, lagunas importantes cuando se refiere a su propia gestión al frente de la embajada mexicana entre los años 2018 y 2021, información desactualizada, afirmaciones erróneas ―algo muy cercano a lo que un ex director de la BBC llamó “desinformación”, así se ofrezca de manera involuntaria por ignorancia, pereza, o un rígido y soberbio State of Mind. El yerro más grave, empero y sin duda el más penoso y deplorable tratándose de una profesional que logró romper el infamante techo de cristal, está en la falta absoluta de autocrítica y de crítica hacia el presidente que la nombró en el cargo, Andrés Manuel López Obrador y la mínima, no digamos rigurosa, evaluación de las políticas del gobierno al que Bárcena representó, en tanto funcionaria de carrera de eso que ya es común referirse en las redes sociales como el #OrgulloSEM.

Vamos por partes pero rápido, porque las diez paginitas del artículo en cuestión de la embajadora, titulado, como no podía ser de otra manera entre quienes poseen una cultura  de manual, con el proverbio chino “Ojalá vivas tiempos interesantes”. Caramba, ni Martha Elena Federica ni los editores de Foreign Affairs en español están enterados de que el proverbio es presumiblemente apócrifo, es decir una invención de los colonizadores británicos; cualquiera que sea el caso, la expresión “Que vivas en tiempos interesantes”, en su sentido original, en absoluto convoca a una eventual oportunidad según colige la embajadora, sino que apela a una maldición, y en su traslación del mandarín, a una blasfemia. Basta consultar a mi querida profesora Flora Botton para salir de dudas.

Confusa manera de la embajadora para desear y hasta emitir recomendaciones de política para evitar el naufragio de las relaciones entre México y Estados Unidos en este 2025, año de la serpiente de madera de acuerdo al calendario lunar chino: pasémosla mal que una vez en el fondo, todo es oportunidad y ganancia.

La embajadora Martha Elena Federica se refiere en su opúsculo al “estilo diferente” de Trump: “con resentimientos y deseos de revancha por su derrota em 2020”; en otras palabras, exactamente lo mismo que el televidente promedio que jamás ha puesto un pie en Washington y escucha su noticiero nocturno en Fox News o en CNN.

En el mismo sentido que el equívoco en el título de su escrito, la ex embajadora recomienda al gobierno de México “un tipo de ajedrez tridimensional con acciones a nivel federal, estatal y local, con el Congreso estadounidense, la iniciativa privada [sic], las organizaciones de la sociedad civil y los medios de comunicación.” Mi reino por un caballo que Martha Elena Federica no juega ajedrez, de lo contrario no se referiría a un ilusorio “ajedrez tridimensional”, sino ―lo saben quienes sí saben― a una partida simultánea.

Y bueno, el recomendado “ajedrez multidimensional” resultó en dos partidas ―así se dice, embajadora, cuando dos personas se sientan a jugar ajedrez: eso se llama partida; la primera con la presidenta Sheinbaum en su llamada telefónica con Trump al lograr la posposición de la imposición de aranceles por un mes; y la segunda partida, completamente desvinculada del más delgado hilo de cooperación entre México y Canadá ―la embajadora ya demostró sus conocimientos de ajedrez―, ni siquiera fue una partida simultánea en la que dos gobiernos en apuros se coordinaran para responder a la misma crisis. A Justin Trudeau le tomó dos llamadas telefónicas e igualmente rendirse a más o menos las mismas condiciones impuestas a México por Trump, pero también logró la hazaña de posponer por un mes la aplicación de aranceles.

Sobra tela, de calidad poliéster, de donde cortar. Un ejemplo: tanto desecho medieval que vertió, y filtró en medios, sobre uno de sus antecesores, Arturo Sarukhán, para terminar repitiendo la fórmula de la cual mantiene a la fecha copyright el  ex embajador, a saber calcar sin el menor asomo de mínima originalidad -primero uno encuentra una aguja en el pajar que una idea original entre el 99.9 porciento de los «sacrificados» diplomáticos de carrera: “Cada minuto se comercian 3 millones de dólares entre los dos países: es decir, 2000 millones de dólares al día…” etcétera, etcétera.

Al tocar el tema de la “revisión”, que cada hora y cada minuto parece más bien será una renegociación in-full del TMEC y su vínculo con el tema de la seguridad, la ex embajadora se refiere al ingreso de fentanilo a Estados Unidos como tema irremontable con Trump, con fiscales y congresistas Republicanos. No parece, sino que revela el desconocimiento del poderoso bargaining chip que, si quisiera, el gobierno mexicano podría poner sobre mesa: datos recientes y consistentes indican el descenso de muertes por sobredosis de fentanilo en Estados Unidos, tema acerca del cual Ioan Grillo y yo mismo hemos escrito con datos duros en la mano, no fantasías provenientes de insustanciales informes diplomáticos, los mismos que se aprenden a redactar a lo largo de la sacrificada “carrera”. En el mismo apartado, la diplomática se refiere, otra vez, como todo mundo, a la guerra comercial de Trump con China, y a la designación de México y Canadá como plataformas “de producción” de la potencia asiática. A ver, embajadora emérita: eso ni siquiera es tema. En un artículo que escribí para un medio mexicano, incluí las regresiones graficadas donde se demuestra que, en términos de importaciones provenientes de China, ambos países han sido colonizados por sus productos, entren o no a Estados Unidos.

Cuando ya en pleno lance maquiavélico, la ex embajadora de México en Washington toma el camino de ofrecerle recomendaciones de política al actual gobierno de México, en una sección de su escrito que lleva el cándido subtítulo de “¿Cómo negociar con Trump?, remite al lector a una pieza que ella considera clave: al secretario de Estado Marco Rubio: “por su origen y trayectoria anticomunista radical […] ha criticado a México por sus posiciones respecto a Cuba, Nicaragua y Venezuela, así como la percibida condescendencia del gobierno del expresidente López Obrador con el crimen organizado.” Sí algo está claro respecto a México, Canadá, Ucrania, Rusia, Israel, es que será el propio Trump, como bien lo señaló en entrevista el ex canciller Jorge Castañeda, quien llevará directa y personalmente cuanto asunto tenga que ver con dichos países. A Rubio le tocará tronar cuanto él guste y quiera contra las dictaduras de Venezuela, Nicaragua, desde luego Cuba, y en casos excepcionales apretar las tuercas a las falsas izquierdas latinoamericanas, si bien la crisis con Petro demostró que a la hora de los cates Trump no pierde oportunidad para ponerse los guantes.

Lo que sí es un hecho, ya no palabras a considerar por parte del gobierno de México como meros desplantes y ocurrencias de Trump a ser tomadas con calma, paciencia y ondita Zen, molestias estomacales que al ratito se le pasan y entonces cambia de opinión, lo señaló con toda claridad Jorge Castañeda, también profesor con tenure en NYU que sí sabe de Estados Unidos, es que Trump 2.0 está, sea con treguas de un mes, dos o seis, cumpliendo al pie de la letra, con o sin ocurrencias, las promesas y amenazas recitadas como mantras en su campaña política. Respecto a semejante y grave asunto, las fanfarronadas con serias consecuencias para el país por parte de la mayor potencia del mundo que la secta arribista del 2018 desdeña y, en casos de idiotez mayúscula, toma a broma, sí están ocurriendo, así digan misa los colaboradores de Foreign Affairs en español.

 

 

 

 

 

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