
Con el título de El universo de Sigfrido, la galería madrileña Utopia Parkway homenajea a uno de los pintores figurativos y suavemente metafísicos de el último tercio del siglo XX en Madrid. En su ensayo sobre el pintor, titulado Notas para un Sigfrido, escribe el crítico, ensayista y poeta Juan Manuel Bonet: “Un homenaje coral al gran Sigfrido Martín Begué, ¡quince años! después de su desaparición a los cincuenta… Pese a lo corta que fue su vida, ¡cuánto hizo, y cuánto bueno! Verdad es que empezó muy temprano, pues su primera individual fue en 1976, en la Escuela de Arquitectura, y tenía 17 años. Arquitecto-pintor, pintor-arquitecto. Algunos casos, en nuestro siglo pasado, por ejemplo Joaquín Vaquero padre, o Juan Navarro Baldeweg. Más frecuente, sin embargo, el pintor que inició estudios de arquitectura y los dejó (caso paradigmático: Guillermo Pérez Villalta, uno de los grandes amigos de Sigfrido), o el pintor titulado en arquitectura, pero que no ejerció. En su caso, sí hay un trabajo como arquitecto, en sordina, pero sostenido, desde mediados de los ochenta, en que abre estudio con Pedro Feduchi, Luis Moreno y Álvaro Soto. Entre otras exposiciones, en 1985 y 1986 montan las dos sucesivas de Quico Rivas sobre la Movida. Y hay una producción de muebles para B. D. Y en 1984 un prólogo de Rafael Moneo en el catálogo de su individual romana, en la Galleria AAM. En 1979 es seleccionado para nuestra Academia de Roma, ciudad que le marcó como a pocos de los becarios. Sus dos lecturas de cabecera eran entonces el Viaje a Italia de Goethe, al que detestaba, y el de Stendhal. El Tempietto de Bramante comparece en su obra, por ejemplo en Máquina de Trucolor (1988). Profesor en la Facultad de Bellas Artes de Cuenca, donde coexistió con artistas muy distintos a él, pues estamos hablando de un centro que se ha inclinado más por el conceptual y la experimentación. Sigfrido, mirándose siempre en el retrovisor del pasado. De los maestros de antaño, de Patinir y otros flamencos y los italianos a Ingres, pasando por El Greco y su Vista de Toledo, por Velázquez y sus Meninas y sus Hilanderas, o por Zurbarán y sus santas, o por Arcimboldo (Aritboldo, 1989), a pequeños maestros simbolistas, y a héroes de las viejas vanguardias, de cuyas obras la suya está llena de ecos: futuristas como Balla, Russolo el de los Intonarumori, o “Don Fortunato Depero” (por decirlo con sus propias palabras) y su colaboración con la Casa Campari, Picabia, Marcel Duchamp (una auténtica obsesión: a propósito de su propia pintura, Sigfrido habla de “ready mades pintados”), Le Corbusier (suyo fue el comisariado y montaje de la muestra que en 1987 le dedicó el Reina Sofía, y suyo el montaje, en 1996, y en el mismo museo, de la de Schlemmer), Malevich (al que representaría sobre fondo moscovita con mausoleo de Lenin incluido), Max Bill, Giorgio de Chirico y sus Valori Plastici, Morandi, el bailarín-pintor Vicente Escudero… Incluir a De Chirico o Morandi en una lista de las viejas vanguardias, obedece por mi parte a la lógica de la época, y si el primero se convirtió luego en un pasatista militante, no siempre lo fue, y en el caso de Morandi, estamos hablando de una obra concentrada y silenciosa, que arranca del lado del futurismo y la metafísica, para luego abolir cualquier contexto. Obra que Sigfrido mezcla, en juego arriesgado como muchos de los suyos, con el universo también italiano de Pinocho. En el caso de De Chirico, fantástica su Máquina metafísica (1989), con el Castello Rosso ferrarés al fondo. Como a su amigo Pérez Villalta, sobre cuyos pasos caminó a menudo, le fascinaba lo neomoderno. De ese estilo es la cubierta, geometrizante, casi suiza o escandinava, del catálogo de su individual de 1986 en Oliva Mara. A propósito de simbolismo, me acuerdo de que Sigfrido era gran admirador de Julio Romero de Torres, cuyo Poema de Córdoba he leído siempre, por mi parte, como una suerte de Córdoba la muerta, en clave Georges Rodenbach. También admiraba, lo mismo que Dis Berlin, a Nikolai Roerich, el enigmático pintor ruso del Himalaya. Y a Magritte, cuyos cuadros de crepúsculos bruseleses suponen una continuación del simbolismo de su tierra, por otros medios”.
Dónde: Galería Utopia Parkway, Madrid
Cuándo: Hasta el 11 de abril