Nuestro limitado oído nos impide disfrutar del lamento etéreo de la levadura y del crepitar de las esporas de basidia que John Cage añoraba escuchar. Somos incapaces de gozar de los hermosos murmullos con que las plantas se comunican entre sí o de detectar los aullidos de las células cancerígenas. Nos está vedado estremecernos con los subgraves densos y profundos de la estrella gigante xi Hya o habitar el universo sonoro que se esculpe cuando una crisálida se transforma en mariposa. La belleza insólita de su cabeza también está prohibida a nuestros torpes ojos.
¿Por qué? ¿Quién demonios somos? Más allá de lo que logramos comprender, ¿qué somos capaces de percibir? ¿Será acaso éste nuestro castigo original, el verdadero precio a pagar fuera del Paraíso? No tener acceso a lo que está demasiado lejos ni demasiado cerca. No poder escapar de la superficie, habitar para siempre una delgada membrana donde todo es mucho, irrelevante, continuo y a la vez. Nuestros pobres y ensimismados sentidos están hoy abotargados por la velocidad, por el ruido sin fisuras y por un miedo atroz a la interrupción, es decir al vacío.
Tu existes porque me oyes, yo existo porque te hablo. En su espléndido libro “El silencio”, el antropólogo David Le Breton alerta sobre el peligro de confundir mundo y discurso, de querer decirlo todo y a todas horas (la obligación de decirlo “todo” se diluye en la ilusión de que el “todo” ha sido dicho), del mensaje infinito, de esa transparencia impoluta que anula los espacios del secreto, los espacios del silencio, dándole la vuelta al hombre, como un calcetín, para que todo él retumbe obscenamente en la carne viva de su superficie.
Solo nos queda el silencio de los fonendoscopios.
Enlaces:
http://www.darksideofcell.info/singingcell.html
http://www.nytimes.com/1981/11/22/books/sounds-and-mushrooms.html?pagewanted=all
http://beheco.oxfordjournals.org/content/early/2013/01/28/beheco.ars206.full.pdf+html
http://www.eso.org/public/news/eso0215/
http://artsci.ucla.edu/BlueMorph/research.html
Imagen: Museo de Historia Natural de Londres. Mi agradecimiento a Mónica Benítez por descubrirme tan bella fotografía.