Después de más de un año viviendo en África, Burkina Faso, provincia de Yatenga, Ouahigouya, mis oídos se están cerrando, quizás como mis ojos y el resto de mis sentidos. Siento las cosas de otra manera o mejor dicho estoy empezando a no sentirlas. No siento, no huelo, no veo, no oigo. El gusto es lo que más me aguanta, quizás porque nunca lo tuve bueno.
Me he sorprendido esta noche escuchando el silencio. Y, de repente, desgajándolo, prestando atención a tantos ruidos de fondo que cuando llegué aquí me asombraban un día y otro, una noche tras otra: sonidos de animales a los que no estaba acostumbrado, conversaciones en las otras cours, gritos y susurros, voces de niños jugando, algún bebé llorando, un hacha haciendo leña de algún tronco caído, la vida misma flotando en el aire… una vida que me era completamente extraña y que me maravillaba descubrirla… Pero a todo se acostumbra uno.
Son bonitos, cuando te acostumbras a su presencia y a notar movimientos extraños por el rabillo del ojo y no asustarte
Al principio de llegar escribía sobre todas esas sensaciones que me sacudían continuamente, sobre todo en la soledad de las sombras de la noche, cuando uno se siente más solo y desamparado en un lugar que todavía me resultaba extraño. Todas esas noches pasadas en blanco sobre el negro de la oscuridad y el blanco del cuaderno en el que iba desgranando mis sentimientos.
Si me asusté la primera vez que no me llamó la atención un pequeñajo desnudo jugando entre las basuras más me ha sorprendido haber llegado al estado en que los sonidos de la noche ya no despiertan mi mente. Ni el coro de rebuznos de los burros, ni los gallos cantando a destiempo a las estrellas, impacientes del alba. Ni siquiera las llamadas a la oración de los almuédanos en la noche, o el ruido de ese ciclomotor que no se sabe si viene o va, el metálico gorgojeo de algún gecko que siempre comparte habitación conmigo. Esos ruidos inquietantes en el plafón del techo, que no sabes si son geckos, ratones o escorpiones, pero que siempre me sacudían la zozobra, antes de apagar la luz y disponer a entregar mi alma y mi cuerpo a la inconsciencia… Porque a todo acaba acostumbrándose uno.
A éste cuesta más acostumbrarse, es el primero que me he encontrado en mi dormitorio, espero que no tenga familia
No sé qué tengo que hacer pero tengo que hacer algo. No creo que sea culpa de las variadas enfermedades que he acabado pillando, que la mayoría son normales en España y de aquí sólo los bichos del estómago y la recurrente malaria. Aunque hay algunos otros síntomas por los que disputan los médicos de los dos continentes. Que gane el mejor, yo sólo me siento el terreno de juego…
‘Baño’ de niños los fines de semana en mi casa cuando venían a tomar galletas y zumos, ahora les ha prohibido la ONG que vengan, así que pasean entre la basura
y el polvo de la calle
¿Por qué? Razones tendrá la razón que el corazón no entiende, o como se diga
En todo caso quiero volver a reaccionar ante lo que veo, siento, huelo, oigo… como si acabara de llegar, quitarme la costra que me está volviendo insensible.
Tendré que volver a acercarme a los niños, no como algunos de los ministros de la Iglesia Católica, pero sí para sentir de nuevo la frescura de sus corazones y la alegría que transmiten aunque te hagan cualquier trastada, porque para eso estamos los trastos viejos para que nos sacudan el polvo y las telarañas del corazón, de lo contrario se nos acabará parando.