Sin equivocaciones, la apuesta más ambiciosa de Evelio Rosero es su novela dedicada a desentrañar el mito del libertador. La carroza de Bolívar (Tusquets, México) es una narración bien cuidada, plena en matices. No ahorra páginas al enfrentar temas tan diversos como la historia del sur, los conflictos políticos que se gestaban durante los años 60, una fracturada relación familiar de sus personajes, la idiosincrasia enigmática de los habitantes de San Juan de Pasto, a la vez alegres pero reservados, carnavalescos pero nostálgicos, una sociedad al tiempo hipócrita y desenfadada. Rosero arremete contra la leyenda bolivariana, demasiado endeble para pasar impune doscientos años. Con discusiones eruditas sus personajes introducen un inventario de detalles olvidados, datos perdidos, evidencias históricas, una profunda investigación basada en certezas, no en delirios patrioteros. Corrobora lo que han señalado intelectuales tan distantes como Marx, Sañudo o Salvador de Madariaga: Bolívar fue un matarife sanguinario, asesino excepcional, un desquiciado engrandecido por la leyenda de la independencia pero minúsculo según su vida real cubierta de traiciones, violaciones de jovencitas, genocidios, conspiraciones oportunistas, amén de una egolatría destructiva y detestable, inmensa vanidad, que hizo estilo en las jóvenes repúblicas hasta nuestros días. Caudillismo, le dicen. Esas evidencias en manos del doctor Justo Pastor Proceso se convierten en una metáfora elocuente: la elaboración de una carroza para el famoso desfile del 6 enero en Pasto, con el monigote de Simón Bolívar escoltado por niñas vírgenes violadas, carroza adornada de bajorrelieves escenificando sus episodios más vergonzosos. El fusilamiento del negro Piar. La traición a Miranda. Las estrepitosas derrotas en el sur a manos de indios insumisos y mal armados. Las vergonzosas huidas del tirano cobarde abandonando a sus tropas, al que Marx bautizó Napoleón de las retiradas.
La imagen más sugerente, prometida desde las primeras páginas, es que esa carroza montada por un héroe ridículo y criminal, entrará triunfal a los carnavales de una ciudad que lo recuerda como su verdugo sin aceptarlo en voz alta. Una entrada que repite hechos en farsa, siendo comedia de la otra llegada de Bolívar a tierras nariñenses cometiendo las peores matanzas que hubo en la independencia, con sevicia especial hacia mujeres, niños y ancianos inocentes. Rosero homenajea la memoria de los pastusos, primeras víctimas de una república tejida en sucesivas violencias.
Esa enumeración histórica es un acierto y un desacierto a la vez. El relato adquiere el tono de una obra de teatro renacentista, dónde los personajes alternan la conversación con el único propósito de deslizar datos, referencias históricas, discusiones eruditas. Así, voces bien construidas pierden credibilidad, acaban impostándose.
El lector espera, una página y otra, ver desfilar esa carroza de la discordia cuyo rumor basta para desatar una catarata de odios y persecuciones, que siguiendo el curso de otra novela de Rosero, derivan a una situación tensionante. Otro tropiezo del autor. Sentir que se repite con su pareja de esposos en crisis, con su médico solitario y viejo que acaba derrotado por los acontecimientos, perdiendo el control de la vida en días turbios bajo el sopor del carnaval que cierne la amenaza de la violencia. Queda así un mal sabor, aquellos protagonistas podrían ser a ratos los mismos de Los ejércitos. El resto del relato se toma con la borrachera desbocada del médico Justo Pastor Proceso, en busca de no se sabe bien qué, deambulando por Pasto sin percatarse de que un grupo de estudiantes radicales lo busca con la intención de pegarle un tiro, por reaccionario, por ofender la memoria del libertador. Excelente símbolo sobre Bolívar: es figura intocable de liberales o conservadores. Desde los militares o guerrilleros, hasta la ultraderecha o la izquierda radical, todos idolatran su figura. Un monigote vaciado de contenido. Al final no es Rosero contra Bolívar. Es Bolívar, el libertador de las cinco naciones, el mito fundacional latinoamericano, la leyenda que se hizo a pesar de sí misma, en contra de sí misma, la que arremete contra Rosero impidiendo que ésta obra sea valorada y difundida como merece. Quizá a la novela, que ya ganó reconocimientos internacionales, le pasa lo mismo que a la carroza: espera guardada el carnaval del año entrante.
Sería una lástima que la novela no consiguiera abrir la discusión que propone, opacada por la inercia del relato oficial sobre los hechos de la independencia. El debate más amplio se resume en una frase cogida al vuelo del texto: “No hay Dios en la historia de Colombia, ni justicia, y muchas veces son los más nocivos y parásitos quienes se salen con la suya”. Una sentencia que resume nuestra formidable capacidad de crear fabulaciones, versiones históricas idílicas, sacralizando personajes que fueron nefastos dentro de su contexto. Pienso, por pensar, en algún presidente mafioso elevado a la categoría de prócer y salvador de la nación, antes de escribir la conclusión dura pero muy cierta, por lo mismo difícil de sostener: “que Bolívar es una gran mentira, nada más”.
Camilo Alzate es colombiano por convicción. Nació y vive en Pereira, una ciudad dónde las únicas letras valiosas son las letras de cambio. Enamorado de las montañas. Escribe porque no sabe hacer otra cosa. En FronteraD ha publicado, entre otros artículos, Morir en los tiempos del cólera. Adiós a Gabriel García Márquez, Juan Gabriel Vásquez: El decepcionante ruido de las cosas al caer, La escritura y el viento y Como los cóndores. En Twitter: @camilagroso