Me gustaría que algún día leyeras un reportaje sobre cementerios que son, paradoja, lugares llenos de vida. De los sugestivos camposantos –y campoateos– gallegos a la mole madrileña de La Almudena. Una larga crónica sobre el acordeón, que es a veces –percibo– un instrumento como desprestigiado. ¿Por qué? También quizá otra sobre el bigote. Pero antes deberías leer el relato de una esquina a dos manos o la narración de la narración del crimen de Asunta. Después vendría una crónica del concurso del carnaval de Cádiz sin tópicos, pero con tripas. Y tal vez las historias de quienes sobrevivieron el 24 de julio de 2013 y de la barriada del descarrilamiento al margen de la tragedia, sin la caricaturización que de los vecinos hicimos los periodistas. Una exhaustiva y emocionada –aunque me hayan advertido que desde la emoción no es recomendable escribir– crónica de la Semana Santa salmantina con pastas de libro y otra sobre José Luis Martín Descalzo. Todas estas historias algún día las querría escribir. Y así podrías leerlas. Pero antes hay mucho que leer con los pies en el suelo.