Una ciudad pequeña, burguesa, adormecida por el vertiginoso y cadente paso del tiempo. Una ciudad de un banquero a donde llega un poeta seguro de que “no hace falta la promesa del triunfo para defender las convicciones”. Luis García Montero, dice una asistente a la charla, parece “un predicador”. Yo creo que parece un poeta.
“La conciencia es la que vigila tus compromisos con la realidad”. Luis García Montero no es artificio, ni juego floral, ni barroquismo pseudointelectual al servicio de si mismo. La poesía es un yo, pero un yo en interacción permanente con el otro.
En esta ocasión lo habían invitado a hablar de Poesía y Conciencia, dentro de un programa denominado Poesía con Norte. por eso llegó del Sur, que es a donde apuntan la mayoría de las brújulas rebeldes. Y desde allá, desde la Granada que habita y que lo habita, García Montero ha llegado a Santander, en el norte de la península Ibérica, a remover conciencias. Justo aquí, donde parece sembrado cierto aletargamiento tan de moda por la gastada Europa.
Dice no ser optimista, pero toma prestado el título de un libro de un poeta amigo ya fallecido para repetir en varias ocasiones: “sin esperanza, con convencimiento” (Ángel Gonzalez, 1961). Por eso no ha animado al centenar de personas presentes a escribir poesía, sino a involucrarse con la realidad, a no resignarse a “que el pesimismo, la fatalidad no nos haga caer en el cinismo” en un momento de “crisis de valores, no de crisis económica”.
Cada uno desde su trabajo, que es “el mayor espacio de socialización”… como poeta, explicaba García Montero, apostándole a la “poesía como ejercicio de conciencia, poesía que cree más en la palabra conocimiento que en la palabra diversión”. Porque el poeta está cansado de las “tecnologías de la opinión”, del individualismo y del modelo de los “paradigmas virtuales” impuestos por el poder y por el “modelo neoliberal”. Apostar así a la profundidad, “volver a relacionar al ser con la experiencia”, “no confundir la espontaneidad con la sinceridad o con la verdad”, recuperar la “lentitud” en la que se cocinan las ideas propias, sin dogmas, repletas de matices, esas que pueden llevarte al acto sublime de decir no a los tuyos”.
El poeta recomienda “huir del acomodamiento”, asumir la incomodidad del que piensa y estar dispuesto a incomodar a tu alrededor para ser el “yo hago…” y no reducirse a la triste y reduccionista expresión del “yo soy…”.
Hay aplausos en esta tarde de calor sin aviso, pero fuera, ya, o todavía, el viento se está enfriando. Mientras el poeta se deshace para rehacer un discurso necesario hay una manifestación de docentes, otra de bomberos, otra en una residencia de ancianos, otra de quienes aún no saben que es su obligación protestar. También hay soberbia del poder, desprecio por la ciudadanía, conciencia contaminada y diseminada a través de los medios convencionales.
Camino fuera de la burbuja de palabras actuables que ha construido Luis García Montero. El aire no está acondicionado y remueve muchas de las pestilencias evadidas en este rato de diálogo sin contraparte. Camino pensando en mi ignorancia y en las urgencias de este tiempo histórico interminable. Camino recordando la cita de Machado en sus consejos de Juan de Mairena con la que el poeta ha resumido la libertad usurpada: “La libertad no es decir lo que pensamos, sino pensar lo que decimos”. Ese primer paso, pensar, se da con lentitud, en un tiempo propio constituido de los tiempos de los Otros. Camino y vuelvo a Juan de Mairena para mantenerme erguido, consciente de que “es más difícil andar en dos pies que caer en cuatro”.