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«Sin techo»: cuántos y quiénes son

 

La última estadística del INE sobre personas sin hogar corresponde al año 2012. De acuerdo con ella, el número de ellas atendidas en centros asistenciales en ese año fue de 22.938, por encima de las 21.900 de 2005, fecha a la que corresponde el anterior estudio de estas características. Por cada 100.000 habitantes, había 71,3 personas sin hogar. Las mayores tasas se localizan en Melilla y Ceuta, con 638,4 y 549,9, respectivamente, seguidas de País Vasco y Galicia (141,3 y 133, por ese orden). Las menores, en Castilla-La Mancha (24,4), Comunidad Valenciana (32,8), Murcia (35,4) y Canarias (48,2).

 

 

La mayor parte de quienes sufren la lacra de no tener casa son hombres (80,3%). El sociólogo Pedro José Cabrera Cabrera comenta respecto a este dato: “Los patrones tradicionales que reservan la calle para el hombre, mientras a la mujer la confinan en el interior de la casa, encuentran su respaldo en esta mayor disposición de los hombres a ‘echarse a la calle’ cuando aparecen los problemas. El carácter de huida por un lado y la convicción de que, en determinadas circunstancias, resulta una salida digna para un varón, mientras que la mujer ‘debe’ acomodarse y encontrar la forma de resignarse a convivir incluso en las peores condiciones antes que ‘verse en la calle’, tiene como resultado final un claro patrón sexista en el reparto de la exclusión residencial extrema”. También es verdad que las mujeres, aunque no tengan casa, viven menos en la calle: la red de emergencia reserva con más facilidad un lugar bajo techo a una mujer sin hogar que a un hombre.

 

 

Sigamos con más datos. El 57,7% de los sin hogar que contabiliza el INE tiene menos de 45 años y sólo un 3,9% tiene más de 65 años (vivir en la calle reduce la esperanza de vida 30 años, según algunos cálculos).

 

 

En cuanto a nacionalidad, el 54,2% son españoles. Casi la mitad son extranjeros, por tanto, por lo que están sobrerrepresentados en la población que sufre la forma de exclusión social más severa. Si combinamos ambas variables, la edad y la nacionalidad, nos encontramos con este gráfico tan curioso que revela que los inmigrantes sin techo son más jóvenes que los españoles:

 

 

Personas sin hogar por edad y nacionalidad

 

 

El 44,5% lleva más de tres años en la calle. Y, respecto a los motivos de su situación, las víctimas apuntan la pérdida de trabajo en un 45%, la incapacidad de pago del alojamiento (26%) y la separación de la pareja (20,9%).

 

 

Pero no todas las víctimas viven en la calle, como podemos ver en esta tabla:

 

 

 

 

A raíz de estos números, podemos hacer una primera clasificación de los «sin hogar»: quienes no tienen casa y quienes no tienen techo. Los primeros, viven en lugares que no son suyos, los segundos, literalmente en la calle.

 

 

Y, a continuación, nos permitimos hacer una conjetura: seguramente, todos estos datos se hayan quedado muy viejos y las cifras de «sin techo», «sin hogar» se hayan disparado.

 

 

Las dificultades metodológicas para saber cuántos y quiénes son

 

 

El propio nombre de la estadística de la que estamos extrayendo los datos muestra su gran limitación: sólo se cuentan las personas que utilizaron centros asistenciales. Así, como señalan los investigadores Pedro José Cabrera y María José Rubio: “Estos datos son deudores esencialmente de la matriz institucional que atiende a la población más excluida en cada región y que ha aceptado implicarse en la encuesta del INE”. Y continúan: “La medición del sinhogarismo, cuando ha de hacerse a partir de datos de encuesta a entidades especializadas en el tema, resulta enormemente dependiente de la distribución del mapa de recursos, esto es, del directorio de centros, servicios y programas que haya servido para comenzar el trabajo de campo y realizar el muestreo”. Así, por ejemplo, los centros de alojamiento de mueres víctimas de violencia de género unas veces se incluyen y otras, no. Lo mismo sucede con los centros de internamiento de hogares sin papeles o solicitantes de asilo o refugio. Aunque hay que tener en cuenta que el estudio de 2012 es una encuesta directa a los propios usuarios de los recursos que existen para ellos.

 

 

De todas maneras, el estudio del INE es el único estudio realizado en nuestro país con una muestra amplia y representativa de la población que acude a la red de centros que atiende, básicamente, a personas sin hogar.

 

 

Éste es, pues, un primer problema, más que nada metodológico, a la hora de saber cuántos “sin techo” o “sin hogar” hay en España. El universo no es todo el colectivo, sino sólo el que usa los servicios sociales.

 

 

El segundo inconveniente viene de las diferentes denominaciones que utilizamos para referirnos a un colectivo diverso que consideramos uniforme, aunque ni mucho menos lo sea. Son nombres distintos, además, que se refieren a realidades diversas. Así, estar sin techo no implica estar sin hogar. La investigadora María Rosario Sánchez Morales expone la diferencia de esta manera: “La persona con aspecto saludable y aseado, vestida correctamente, comunicativa, que acude (a los dispositivos de la campaña contra el frío, por ejemplo) en compañía de colegas y que, a primera hora de la mañana desayuna y se ‘va a buscar la vida’ no tiene nada que ver con el ‘sin hogar’ que también acude a ese mismo lugar”. El primero tiene un nivel de integración social con el que no cuenta el segundo.

 

 

Además, aportamos un dato de la última encuesta sobre personas sin hogar: sólo el 16,2% de las personas sin hogar están casadas o tienen pareja. De ellas, el 48,2% comparte su vida con ella. Estas parejas no tienen casa, pero sí tienen un hogar, aunque sea sin techo. De hecho, Sánchez Morales ha detectado un aumento del número de familias completas que viven en la calle, pero juntos: “Es muy difícil verlas porque la gente va buscando el anonimato, porque saben perfectamente que si los detectan, no tienen mucho que hacer… Incluso si un trabajador social descubre su situación, tiene la obligación de denunciarla y sacarla a relucir”. De estas familias también se puede decir que están sin techo, pero no sin hogar.

 

 

Los problemas conceptuales

 

 

El concepto “sin techo” es puramente físico, descriptivo, que se refiere a quien no tiene un techo bajo el que guarecerse. Ser un “sin hogar” es mucho más. La estadística del INE habla de “sin hogar” pero, en realidad, no sabemos si es tal, teniendo en cuenta la distinción que realizan algunos sociólogos.

 

 

En la nota metodológica, el INE aclara que considera “persona sin hogar a aquélla que tiene 18 años o más, que en la semana anterior a la de la entrevista ha sido usuaria de algún centro asistencial o de alojamiento y/o de restauración y ha dormido al menos una vez en alguno de los alojamientos ubicados en municipios de más de 20.000 habitantes…”.

 

 

Pero no se puede limitar el “sinhogarismo” (o el «sintechismo», si es que preferimos llamarlo así, o si lo denominamos de esta manera con propiedad), como explican María Rosario Sánchez Morales y Susana Tezanos Vázquez, a un problema de vivienda, desconectando el problema del proceso hacia la exclusión social más extrema, el desarraigo y la desvinculación social. Haberse quedado sin vivienda puede ser sólo la punta del iceberg de una concatenación de tragedias de la existencia de quien ha caído en esa situación.

 

 

Más que factores económicos: la “enfermedad del ánimo”

 

Sí, es cierto que el sinhogarismo conlleva, en primera instancia, una exclusión situacional en el sentido de despojo de un lugar físico en el que desarrollar la vida. Pero no hay que perder de vista que es como consecuencia de factores estructurales, de causas relacionados con el modo en que están organizadas nuestras sociedades tanto política como económicamente: influyen, pues, el funcionamiento del mercado de trabajo, del de vivienda, la política fiscal y la distribución de la renta.

 

 

Pero no todas son causas económicas. También las hay relacionales. El debilitamiento o pérdida de las redes familiares de apoyo es un elemento común entre las personas sin hogar y los consiguientes minusvaloración personal, fuerte soledad, un profundo aislamiento y un gran desarraigo social, sentimientos que se retroalimentan unos a otros. “El denominador común entre estas personas es que han vivido una serie de sucesos vitales traumáticos muy estresantes y de naturaleza multifactorial (…) Diversos estudios realizados con personas ‘sin hogar’ han puesto de manifiesto que padecen un elevado número de sucesos estresantes a lo largo de sus vidas”, comentan Sánchez Morales y Tezanos Vázquez.

 

 

Malos tratos en la infancia, haber vivido en orfanatos o centros de menores, haber estado institucionalizado en cárceles o en hospitales psiquiátricos, ser consumidor de sustancias, haber asistido a la muerte de familiares queridos, separaciones de pareja, violencia de género, haber sido abandonado por los padres, la pérdida de un trabajo, un desahucio, ser enfermo físico o mental… son todos factores que, interconectados, pueden dar con los huesos de alguien en la calle y, en la mayoría de los casos, en soledad.

 

 

Esa “enfermedad del ánimo” gestada con el tiempo es una de las claves de su situación. A ella contribuyen, además, la cultura de la sociedad: y en ésta parecen primar la insolidaridad, el individualismo, la competitividad y la tendencia a culpar a las víctimas de los problemas que sufren. Los «sin techo», los «sin hogar» no sólo son depositarios de la indiferencia de la sociedad. Lo son de su desprecio. Y ello ayuda a perpetuar su situación de extrema exclusión.

 

 

No conforman un colectivo: estas personas sólo comparten no tener casa

 

 

Hay expertos que alertan del riesgo de darle demasiada importancia a los componentes íntimos, psicológicos de las personas que acaban en la calle. Implicaría despolitizar el problema y considerarlo resultado de la existencia de personalidades raras, desviadas, que no acaban de encajar en la sociedad. Cuando las causas estructurales, sobre todo económicas, son las verdaderamente determinantes. Por eso, muchos sociólogos inciden en que éste no se trata de un colectivo y que lo único que comparten estas personas es su situación “habitacional”. Así lo dice Pedro José Cabrera Cabrera: no estamos ante ninguna comunidad humana con una identidad compartida y semejante, la única circunstancia compartida por todos es el lugar (un no-lugar en realidad) en donde viven.

 

 

En este sentido, lo mejor que tienen las estadísticas es que ayudan a romper mitos y estereotipos: ni las drogas ni el alcohol ni siquiera la falta de educación son factores que han determinado su situación. El 55% de quienes viven en la calle no consume alcohol y un 30% señala hacerlo de manera ligera. Sólo el 3% bebe de manera excesiva. En cuanto a las drogas, un 62,7% declara no tomarlas. Además, el 60,3% de la población sin hogar ha alcanzado la educación secundaria y el 11,8%, estudios superiores. Sólo el 5,7% de las personas se declaran sin estudios.

 

 

Pero, de todas formas, sí, se les echa la culpa. La sociedad asume que el hecho de estar en la calle es una situación que sólo se ha de achacar a las características y los pecados particulares de quien ha acabado así. No se considera que sea un proceso que se puede atajar desde que aparecen los primeros síntomas, con unos servicios sociales que adopten esta perspectiva y “ataquen” a cada víctima de acuerdo con el momento que vive y no a todas por igual paliando unas necesidades, las más concretas y urgentes (en muchas ocasiones, institucionalizando a estas personas para sacarlas de las calles, porque molestan) y no las causas. De esta manera, se contribuye a cronificar su carácter de “sin hogar”, cuando se les debería acompañar en la reversión del camino que tristemente han recorrido, es decir, en su reincorporación a la sociedad como un ciudadano de pleno derecho. Para ello, por ejemplo, sería necesario vincular las políticas sociales con la de vivienda y la de integración en el mundo laboral.

 

 

Quiénes habitan en viviendas precarias: una visión amplia del «sinhogarismo»

 

 

Pero hablábamos de las estadísticas, de a quién se puede contabilizar en ellas. Es importante si se quiere diseñar una buena red asistencial pública que atienda a personas concretas con sus particulares problemas. Pero esto se hace todavía más difícil si tenemos en cuenta que hay quien, por ejemplo la propia Unión Europea (ETHOS: European Typology on Homelessness), que establece una tipología aún más compleja con trece categorías, desde quienes viven a la intemperie, en la calle, hasta quienes tienen techo, pero su vivienda es insegura o inadecuada. Estaríamos hablando, pues, de una perspectiva extensa del «sinhogarismo».

 

 

De acuerdo con los cálculos de Pedro José Cabrera, según contabilicemos y consideremos en sinhogarismo, éste puede ser un problema que afecta a apenas unos pocos miles de personas, como veíamos al principio, es decir, a los que viven estrictamente sin techo, o convertirse en una cuestión de amplio alcance que afecta a un millón y medio de personas, si incluimos a quienes viven en casas inadecuadas.

 

Respecto a esto último, Eurostat tiene estadísticas muy completas y muy interesantes. Se trata de los indicadores de privación material en el ámbito de la vivienda. En concreto, de los que estudian el porcentaje de la población que habita en una vivienda con un techo con goteras, paredes húmedas o podredumbres en marcos de ventanas; o las personas que no tienen baño ni ducha en su vivienda; o las que no disponen de inodoro exclusivo para su casa; además de quienes consideran que la casa es demasiado oscura. En España, el 21% de los hogares tenía alguno de estos problemas en el año 2013, una cifra peor que la del año 2012, pero mucho mejor que la de 2004. Pero el porcentaje de hogares que sufre los cuatro problemas juntos es insignificante.

 

Sí es llamativo que el 16% de la población sufra goteras en su vivienda, o que el 6,5% la considere muy oscura, pero apenas el 0,1% de la población no tiene ducha en su casa.

 

Otro factor que se evalúa es el ruido: el 18,3% de la población española considera que en su casa sufre un ambiente muy ruidoso.

 

 

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