Lunes, 7.00 h, después de tres semanas de vacaciones, L retoma su rutina laboral, pero en compañía: M y S aún no comienzan las clases, así que se quedarán en casa dos semanas más. Cuando D sale de casa, y los niños aún duermen, L aprovecha para responder los mails más urgentes y organizar un cronograma, tomando en cuenta que los niños estarán en casa: entre una cosa y la otra, minuto a minuto se suman muchas horas menos para dedicarle al trabajo.
A las 9.00 h, S se despierta y reclama su biberón. L demora más en prepararlo que él en devorarlo. Saciado, se dispone a seguir su rutina, camina al cuarto de M, la despierta, y busca entre su biblioteca para tirar los libros que más le gustan. M ni se inmuta. Tiene mucho sueño, ya que durante la mayoría de las vacaciones no se ha ido a la cama antes de las 22:30. L no quiere dejarla dormir hasta tarde, la despierta para que poco a poco vuelva al ritmo habitual de los días de escuela. Tras 15 minutos de insistencia de su madre y las tiradas de mantas de su hermano, no le queda otra que ir a la mesa a desayunar. Mientras M come, L se ocupa en cambiar el pañal y la ropa a S. Madre e hijo vuelven a la mesa donde está M comiendo con los ojos cerrados y a velocidad de tortuga. L apura a la niña para que termine, cosa que conseguirá 20 minutos más tarde. Récord frente a un plato de cereales.
M entra al baño a asearse y L vuelve al ordenador para comenzar la primera de sus tareas del cronograma: llamar a uno de sus clientes para avisar que está de vuelta y retomar los proyectos paralizados durante la época estival. S, que está jugando con uno de sus coches en la sala, pierde todo interés en cuanto escucha a su madre hablar por teléfono, entra al estudio y comienza a llamarla, a pedirle que lo coja en brazos. L intenta tapar el auricular para que no se escuche el niño, pero, al final, no le queda más alternativa que disculparse con su interlocutor y terminar rápidamente la conversación.
S deja a su madre en cuanto se da cuenta que M ha salido del baño. Los hermanos se van juntos a la sala, donde suena música clásica y los juguetes están por todas partes. L los deja jugar y vuelve al ordenador. A los 30 minutos, S vuelve a la carga exigiendo atención, su madre lo coge en brazos y juega con él unos minutos. Contento, S regresa a la sala con su hermana para sabotear el juego de la niña. M pide ayuda a su madre, S ha tirado todos los muebles de la casita de muñecas. Dejando un texto por la mitad, L acude.
La escena se repite un par de veces más durante la mañana, hasta que llega la hora de la comida. Afortunadamente, L preparó la comida el fin de semana. S termina su puré de verduras y duerme la siesta. Mientras M come, su madre vuelve a su “oficina improvisada” y termina de editar un material que debe entregar al día siguiente, acuerda una fecha para dos entrevistas telefónicas y comienza a hacer la compra a través de Internet.
A las 15.00 h, D llega del trabajo, porque todavía está vigente el horario de verano. S se despierta y busca los brazos de su padre. D toma el testigo de los niños, se los lleva a la sala para jugar. L aprovecha para terminar algunas asuntos pendientes y pensar en lo que podrá hacer el día siguiente. No hay tiempo para el síndrome postvacacional.