Estos días, muchos españoles, y también guineoecuatorianos, van a ver por la tele española, en el programa En portada, una breve asomada por la vida real de lo que es la Guinea Ecuatorial, el resultado de la gestión del general-presidente y dictador en jefe Obiang Nguema Mbasogo. En los pocos minutos que duró, pero suficientes, vimos de todo, casi casi, como se suele decir. Vimos la vergüenza ajena convertida en heroísmo, personificada en los hechos del joven Eric Musambani, vimos la falta de libertad, vimos la desfachatez ridícula de una mujer que alababa su buen vivir pese a que el entorno mostrado por las cámaras desmentía su llamativa defensa de la miseria, y vimos el viaje, a través de la infraestructura largamente alabada, del régimen hacia ninguna parte. Y hasta que, con todas las consecuencias, consigamos ponerle fin.
Madre de Dios santo, qué ignorantes son los que nos han tocado de jefes, qué acomplejados son. Y vimos el temor, el miedo que tiene la gente a que el régimen vuelva a las andadas y la someta a un trato cruel, inhumano y degradante. También hacemos la pregunta ésa: ¿Por qué no se puede visitar Oyala, si suponemos que está siendo construido con el dinero de todos los guineanos? ¿Por qué debe ser un secreto saber lo que está pasando en una ciudad, un emplazamiento que nunca podrá ser privado? Y ahí está la cuestión, que Obiang y los suyos, palmeros que aplauden hasta el brote de la sangre, creen que Guinea Ecuatorial es de ellos; pero se lo creen porque su brujería se lo ha dicho y Obiang se lo ha ratificado.
Esto que acabamos decir fue recordado por la enternecedora embajadora de Obiang en Madrid. Fue tan llamativa que no parecía que ella estuviera beneficiándose de la malicia instalada en Guinea desde el año 1970, si no antes. Lo que reveló la flamante embajadora, a la que faltaron los brillos del saber, es algo que ya sabíamos, y que es la perdición de todo el país: cuando se descubrió el petróleo, Obiang llamó a los ministros, a los suyos, y les dijo que no se durmieran, que se aprovecharan de lo que había, creando empresas, las mismas que se beneficiarían de contratos de Estado, que era precisamente él. Fue a raíz de aquella prevención pragmática por la que un yerno suyo, antiguo jugador del fútbol, abrió una empresa de construcción inmediatamente de ser nombrado ministro de Sanidad. ¿Yerno suyo?, sí, de Obiang. Pues aquel muchacho no se lo pensó dos veces y la primera medida que tomó fue el vallado de los hospitales generales de Malabo y Bata, y sin tener en cuenta que los mismos tenían un aislamiento natural. Los que asistimos a la puesta en marcha de aquel asalto a las arcas guineanas vimos levantar una muralla tan raquítica y mal trazada que era por sí misma tan enternecedora que no pudimos decir nada. Eso sí, el flamante ministro siguió a lo suyo, acopiando para seguir los consejos del presidente.
Gracias, Purificación Angue Ondo, por decir para todos los que quisieran seguir nuestras pistas lo que es la realidad nacional. De lo que vimos en el reportaje se colige que sólo dos cosas podemos poner en relieve: el país guineano es un regalo y del mismo hay que succionar los jugos hasta la flacidez que muestre el agotamiento de todo. Todo lo demás es puro palabreo inútil. Esto sí, pasas las de Caín si te atreves a contradecir la versión oficial. Entonces doblemente se ve que el resto es palabreo inútil. No hay más, oiga quien goce de limpios oídos.
Barcelona, 17 de abril, 2015