“Cascotes esparcidos por el suelo con televisor roto en medio”. No sé cómo se llama la obra de arte pero este sería un título que la ilustraría a la perfección. El autor no se digna a aparecer, supongo que abochornado ante la perspectiva de pedir más de 2000 dólares por tirar unos bloques de hormigón en una habitación en un día de furia o quizá porque el televisor se lo ha traído de la casa familiar en Siria, dejando a los suyos muertos de asco ante la vida, ante la guerra y sin un busto parlante que se lo recuerde.
Esto, señores y señoras, es la feria de arte contemporáneo sirio, un nombre rimbombante bajo el que se agrupan unos cuantos refugiados que han encontrado un camino de esperanza entre los escombros de la desolación arrojando su espíritu sombrío a las honduras de la creatividad. Una forma como otra cualquiera de no pegarse un tiro aunque los cursis dirían que mucho más elevada.
Como no entiendo nada de arte me abstengo de hacer partícipes a los asistentes de mi primera gran impresión y es que con un par de dosis de LSD encima y unos pinceles podría hacerlo igual de mal que la mayor parte de los artistas que buscan esa noche su consagración en un almacén de Beirut.
Entre tanto pegote acrílico resalta la obra de nuestro amigo Walid, que se dedica a pintar mujeres en pelotas rodeadas por manzanas, cuervos y hombres pelele en la lejanía. Con ello quiere simbolizar que los tíos no pintan nada, y nunca mejor dicho… Para la exposición ha puesto un especial énfasis en un cuadro con las figuras de dos mujeres tocándose las tetas y gesto indiferente y que haría las delicias en las oficinas de esos subnormales del Estado Islámico de Irak y del Levante.
Un freelance enjuto como una vara, el mundo del periodismo acumula un número cada vez mayor de gente con episodios de desnutrición crónica, le pregunta a uno de los artistas por Siria. –Vuestro arte no nos importa, háblame de tu familia, a cuántos miembros han asesinado, os han gaseado alguna vez, cuántos gatos has tenido que comerte, vuelve a repetirle al mundo que Bashar es malo, malo, malo…- pero el pintor se resiste con ingenuidad creyendo, tal vez, que su recorrido artístico puede competir con la dosis de Orfidal que le dieron a Asunta sus padres adoptivos antes de dejarla tirada en una cuneta.
El recinto se ha llenado de repente de unos machos con pantalón de campaña, chaleco de camuflaje y pinganillo en la oreja. Cuando ya estoy dispuesta a ver con mejores ojos a los del Free Syrian Army descubro que son los escoltas del embajador italiano: un hombre pequeñito, trajeado y portando la consabida carpeta con documentación no vaya a ser que le hagan un registro y le encuentren en el ordenador la receta del tiramisú de la abuela.
Nuestra anfitriona siria, embutida en un minivestido negro y con el pelo cardado como una verdadera fiera, que ríete tú de esas memas tunecinas que van a Siria a cumplir con su propia yihad sexual, espera impaciente la llegada de algún comprador millonario dispuesto a extender cheques a diestro y siniestro. Pero Siria no está de moda, ni siquiera lo estaba cuando hordas de españoles reptaban sudorosas bajo las columnas de Palmyra. Los libaneses no quieren a estos nuevos “palestinos” en su tierra temiendo que hayan llegado para nunca irse.