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Siria: un testimonio

 

En la casa madrileña de Ghofran Saleh, situada en una urbanización de pequeños chalets adosados de la periferia de la capital, la televisión permanece encendida casi las veinticuatro horas del día. Esta tarde sintoniza Al Mayadeen (Las plazas), un canal de noticias creado recientemente –emite desde el pasado junio- con base en Beirut. “Parte del personal de esta cadena proviene de la sede de Al Jazeera en Beirut”, me dice Ghofran. “Algunos periodistas de Al Jazeera abandonaron el canal cuando se dieron cuenta de que la cobertura de la guerra en Siria no estaba siendo ni iba a ser un imparcial”. Ghofran dice que desde que se supo que una intervención de Estados Unidos y sus aliados podía ser inminente, vive pegada al televisor, y los varios medios online por los que se informa sobre la situación de su país. “Es una tensión continua, apenas duermo. Son especialmente difíciles los días en los que cuesta establecer comunicación con mi familia en Siria”. Saleh es originaria de Latakia, una ciudad en el norte del país, mayoritariamente alauí, patria originaria de la familia Al Assad. “Mi castellano, te pido disculpas, ha empeorado en los últimos meses. Mi vida en estos últimos dos años se ha limitado casi exclusivamente a seguir los canales de noticias en árabe”.

 

El prestigio de Al Jazeera, tanto en el mundo árabe como fuera de él, se ha visto afectado negativamente debido a su cobertura de la guerra en Siria. No han sido pocos los periodistas que han abandonado el canal en los últimos meses por el tono de dicha cobertura. Varios de los jefes de la delegación de Al Jazeera en Beirut dirigen ahora Al Mayadeen. También forman parte del equipo del canal varios periodistas que abandonaron la cadena financiada por Catar. La financiación de Al Mayadeen, según varias fuentes, provendría de Irán, y entre sus aspiraciones editoriales estaría el de contrarrestar la información tendenciosa que ofrecen, según ellos, tanto Al Jazeera –financiada por Catar- como Al Arabiya –financiada por Arabia Saudí-. Las probabilidades de que un medio financiado por Irán se vaya a convertir en un medio imparcial son escasas. Aunque también es cierto que tendrán que hacerlo muy mal para superar a otros medios internacionales. El enredo propagandísitico fabricado por los principales medios árabes -con la colaboración de numerosos medios occidentales, europeos, estadounidenses y rusos- es un ejemplo indigno del siglo XXI. Uno más.

 

Tanto Catar como Arabia Saudí -patrones de dos de los principales medios de comunicación panárabes- se han convertido en actores fundamentales de la guerra en Siria: su financiación fluye en abundancia hacia diversos grupos armados opuestos a Bashar Al Assad. La presencia de islamistas radicales no sirios, curtidos en guerras como la de Chechenia, Afganistán o Irak ha causado una gran alarma en los medios occidentales. También entre la población siria, afirma Ghofran. “Se han cometido actos de guerra que sólo pueden cometer salvajes. Entiendo que en una guerra todos los bandos causan muertos, heridos, sufrimiento, pero los actos cometidos por algunos de estos grupos de combatientes extranjeros sólo se pueden calificar de salvajismo”. Las Naciones Unidas han acusado tanto al ejército sirio como a la oposición armada de haber cometido actos de guerra.

 

Ghofran dice que países como Arabia Saudí estarían liberando a presos, algunos con condenas severas, a cambio de que esos presos se sumen a los grupos rebeldes que actúan en Siria. Las familias de esos presos convertidos en combatientes estarían recibiendo cantidades económicas

 

 

En la pantalla del televisor se alternan silenciosas –el volumen está quitado- las imágenes de las pistas de aterrizaje de portaaviones estadounidenses con las manifestaciones de los Hermanos Musulmanes en El Cairo.

 

 

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Ghofran ha regresado de Siria hace justo una semana. Pasó allí casi un mes, visitando a su familia. Vive en Madrid desde hace más de dos décadas, pero dice que en todos estos años ha hecho todo lo posible por mantener el contacto con su familia. Ha habido años en los que ha viajado hasta cinco veces a su país. Su última visita, además de por la guerra, ha estado motivada por unas complicaciones en la salud de su padre.

 

“En los últimos meses, el ejército consiguió controlar zonas del país sobre las que había perdido el control. Parecía que la balanza de la guerra se había equilibrado un poco más a favor del ejército y que la situación en esas zonas era más segura, así que me atreví a realizar el viaje. Llegué a Latakia una noche a principios de agosto. Esa misma madrugada, un grupo de 3.000 o 4.000 salvajes –monstruos, no son otra cosa para mí- entraron desde Turquía y arrasaron once pueblos de los alrededores de mi ciudad. En cuatro de los once pueblos no quedó con vida ni uno solo de los habitantes. Ni uno solo. Los supervivientes de otros pueblos que bajaron a refugiarse a Latakia, con los estuve hablando, y para los que estuvimos recogiendo ropa y comida –porque el alcalde de Latakia tardó cinco días en ofrecerles ayuda- contaron con horror lo ocurrido aquella noche”.

 

Las pocas informaciones y testimonios que se han publicado sobre esos ataques que se produjeron en la madrugada del 5 de agosto hablan de 500 personas afectadas en los once pueblos –otras fuentes hablan de doce pueblos atacados-. “Recuerdo en especial las miradas de algunos niños”, continúa Ghofran. “Miradas vacías. Muchos de ellos estaban en estado de shock. Algunos perdieron a toda su familia en esos ataques. Los supervivientes contaban historias terribles: las cabezas de los niños degollados, cabezas colgadas de las ramas de los manzanos. Una chica hablaba de su hermana mayor, en el último mes de embarazo, a la que abrieron la tripa, le sacaron el feto y lo degollaron. También nos contaron que se llevaron a más de 400 mujeres. No se sabe a dónde. Se las llevaron en camiones. También se habrían llevado otro camión de niños. Hay personas que reconocen a miembros de sus familias en los vídeos que se han hecho públicos con los afectados por el ataque con gas tóxico que acusan al ejército de haber cometido en un barrio de las afueras de Damasco [a más de trescientos kilómetros de Latakia] controlado por los rebeldes. Cuando oigo muchas informaciones que se están publicando y emitiendo y sé que no son ciertas siento que quiero gritar, de impotencia, ante todas las mentiras que se están contando”.

 

Las informaciones publicadas cifran en unos 150 los residentes de esos pueblos del norte de Latakia secuestrados aquella noche, en su mayoría mujeres y niños de los que no han vuelto a tenerse noticias. “La única culpa que tenían estos pueblos”, dice Ghofran, “es que sus habitantes eran alauíes”. Ghofran comenta también que cuando se enteró de esta masacre reprochó al gobierno de Al Assad su falta de previsión: muchos de los hombres jóvenes de esos pueblos, reclutados por el ejército, estaban combatiendo en otras ciudades –Alepo, Homs, Damasco- y no había quedado nadie para defender ni sus casas ni a sus familias. No es cierto que el pueblo alauita esté siendo mejor protegido que otras confesiones presentes en Siria”.

 

 

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Ghofran cuenta que en cuarto de primaria, cuando se comenzaba a impartir clase de religión en su escuela de Latakia, un profesor entró en el aula y pidió a las niñas cristianas que le acompañaran para recibir la lección. “Yo me levanté junto con mis compañeras cristianas hasta que me dijeron que me sentara, que yo no era cristiana. Crecí en un barrio cristiano, y mis padres permitían que acompañase a mis amigos cristianos en las fiestas religiosas que sus familias celebraban”.

 

Le pregunto su impresión sobre la convivencia entre las distintas confesiones religiosas de su ciudad: ¿ha limitado la minoría alauita las aspiraciones de la confesión mayoritaria, los suníes, y eso podría explicar un enfrentamiento sectario? “Los suníes han controlado importantes recursos económicos del país. También han tenido y tienen representación política: el ministro de Defensa es suní. También el ministro de Asuntos Exteriores. Los alauíes, tradicionalmente una confesión pobre, son mayoritarios en el ejército porque las salidas de futuro tradicionales de los alauíes eran o alistarse en el ejército –un sueldo asegurado- o, si eran suficientemente brillantes a nivel académico –muchos de los mejores estudiantes de Siria han sido alauíes-, cursar estudios superiores. “Para resumir, te diría que si hay 10 ricos en siria, 7 u 8 son de origen suní. Las grandes familias, con poder económico, son suníes. No creo que sea muy exacto hablar del conflicto en Siria como de una guerra entre confesiones religiosas. Por ejemplo, la mujer de Al Assad es suní. La mujer del hermano de Al Assad es suní. Uno de los personas públicas sirias que más admiro, Bashar Jaafari, el representante de Siria ante la ONU, es también suní”. Christiane Amanpour entrevistaba recientemente al embajador Jaafari.

 

Los alauíes representan un mínima parte de la población siria, en torno a un 10%, un porcentaje similar al de cristianos ortodoxos sirios. En Siria también hay unos miles de judíos. El resto de la población se compone, sobre todo, de suníes –un 75%- y de kurdos. “Diría que el 70 o el 80% de los suníes de Siria son gente pacífica, que quieren lo mejor para el país. No debemos olvidar eso, aunque la mayoría de los salvajes que combaten ahora en nuestro país, cometiendo masacres como la que se produjo a la afueras de Latakia, sean de confesión suní. No es una cuestión de suníes o alauíes: en muchos casos extremos hablamos de gente enferma”, afirma Ghofran. “Oposición a un gobierno es un cosa, pero degollar a mujeres y niños es otra cosa muy diferente”.

 

“No me importa la confesión de una persona, y creo que a la mayoría de mis compatriotas tampoco. Tomemos por ejemplo a Hassan Nasrallah, el líder de Hizbulá al que admiran muchos alauíes, como yo”, dice señalando una estantería de la sala de estar en la que luce un pequeño retrato del líder político y religioso libanés, “y también muchos suníes le admiran. Es un hombre de principios, eso basta para admirarle. En Occidente gente de todos los países y confesiones admiran al Che Guevara, ¿no? Con Nasrallah pasa algo parecido: se le admira por sus principios, no por su confesión o por su nacionalidad”. Ghofran habla del símbolo que representa Nasrallah: un luchador que llama a defender el suelo libanés de las intromisiones israelíes. “El enemigo, dice Nasrallah, es Israel, el bebé mimado de Europa y de Estados Unidos, con todos los derechos del mundo: incluido el derecho de matar a quién quiera. Cuando Nasrallah llamó a los jóvenes libaneses para que se unieran a la lucha contra Israel, el primero que se alistó fue su hijo. Cuando Israel quiso negociar con Nasrallah la devolución del cadáver de su hijo, Nasrallah les dijo que se lo quedaran, que le importaban más los jóvenes combatientes que consideraba también sus hijos. Es un hombre de principios, que vive como cualquier pobre de Hizbulá”.

 

Le digo a Gohfran que resulta extraño escucharla defender, a ella que reconoce dudar incluso de la existencia de Dios, a una persona como Nasrallah, que además de ser un líder político es un líder religioso, y no uno de los moderados. “En mi opinión, ningún país puede progresar si no deja a un lado la religión. La política es para el pueblo, la religión para Dios, como afirmó en una ocasión un presidente sirio. No defiendo al Nasrallah religioso, defiendo sus principios, principios que considero propios de una persona que me parece íntegra”, dice Ghofran. Se refiere a los Hariri –la influyente familia libanesa suní estrechamente relacionada con Arabia Saudí- y los califica de traidores. Al escuchar la grabación de la entrevista, me doy cuenta de que no ha mencionado la ocupación siria del Líbano. Y yo, un error, no le he preguntado sobre ella. La historia reciente de Siria no se entiende sin abordar su ocupación del Líbano.

 

Le pregunto por los Acuerdos de Taif, que establecían el desarme de todas las milicias libanesas, incluidas Hizbulá. La milicia chií no ha cumplido esa parte del acuerdo. “Hizbulá ha dicho que si el ejército libanés se ocupa realmente de las fronteras, ellos se desarmarán automáticamente. Pero mientras haya traidores, y no se encargue nadie de protección del Líbano…¿A quién van a entregar las armas? ¿A Michel Sleiman?”, se pregunta con ironía refiriéndose al presidente del Líbano, de confesión cristiana maronita.

 

En Líbano los puestos de mayor responsabilidad del Estado están distribuidos entre las distintas confesiones religiosas del país teniendo en cuenta criterios de población. Los chiíes han venido reclamando desde hace años un censo más ajustado a la realidad demográfica actual: el censo usado para dicha distribución está fechado en 1932, cuando los cristianos maronitas eran mayoría. Los chiíes –son a día de hoy la confesión mayoritaria en el sur del país- reclaman, entre otras cosas, un acceso al poder acorde con su relevancia demográfica.

 

 

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“Llevo muchos años en España. Nunca he recibido ningún tipo de beneficio del gobierno sirio. Al contrario. He sido muy crítica con el gobierno de mi país. Yo vivo en Europa, reconozco las ventajas de la democracia, aprecio el disfrutar de mis derechos. Y deseo que mi familia, y el resto de mis compatriotas, disfruten ellos como los disfruto yo y los disfrutan mis hijas. Pero a día de hoy, teniendo en cuenta la situación de Siria, prefiero mil veces al gobierno sirio y a su ejército. Ni siquiera puedo compararlo. Si uno se equivoca en un acto de guerra, hay que decirlo, y ha habido muchas equivocaciones graves en todos los bandos. Pero eso no se puede comparar con el sadismo demostrado por esta gente que entró en los pueblos al norte de mi ciudad. Una cosa es cometer errores y otra demostrar tal grado de salvajismo”.

 

Según Ghofran, la mayoría de los atacantes que arrasaron los pueblos de Latakia son extranjeros: según ella, habría combatientes de hasta 48 nacionalidades distintas. Dice también que hay informaciones que aseguran que países como Arabia Saudí estarían vaciando algunas prisiones y facilitando el viaje hasta Siria de presos pertenecientes a grupos islamistas radicales. “Que se sepa, en Latakia no hay combatientes de Hizbulá”, dice cuando le pregunto sobre los milicianos libaneses en su provincia. Me habla de las medidas improvisadas que se han puesto en marcha para tratar de proteger las zonas más apartadas que no puede defender el ejército sirio. “Yo he viajado hasta las montañas que rodean mi ciudad. Se han puesto en marcha una especie de brigadas civiles armadas –pobremente armadas- que se supone que sirven para defender los pueblos de posibles ataques. Como ya no hay ejército suficiente para proteger todos los pueblos, jóvenes armados se encargan de la defensa. Pero esos grupos de defensa no reciben avituallamiento del ejército, así que es la población la que se ha de encargar de facilitarles comida. El viaje hasta las montañas es peligroso. Estamos hablando de pueblos que están a 500 metros de las posiciones de los rebeldes. De hecho, les oíamos hablar a lo lejos. Es un terreno escarpado, y hay francotiradores. Un primo de mi cuñado murió por los disparos de un francotirador y se tardó cinco días en poder bajar su cadáver”. Ghofran afirma que le ha emocionado la capacidad de sufrimiento de sus compatriotas. “Hay mucha gente que cree en la causa, y esa causa es Siria. Yo también creo en mi país. En Dios, no sé: puede existir o no existir. Pero mi país sí existe, no tengo dudas de su existencia, y creo en él”.

 

 

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Hablamos sobre la relación de Siria con Irán y Rusia. “La relación de Siria con Irán no tiene nada que ver con la religión”, afirma Ghofran, recordando que el régimen de los Al Assad no se ha distinguido nunca por su fervor religioso, más bien al contrario. “Es una alianza política. En primer lugar, compartimos un enemigo común: Estados Unidos. A Siria le ha pesado en las últimas décadas su negativa a firmar la paz con Israel. Estados Unidos nos ha declarado enemigos, y nos ha acusado de terroristas. Van ya más de cien mil muertos en Siria, por no hablar de los dos millones de refugiados. Yo me pregunto: si a los Estados Unidos les importan tanto los sirios, ¿por qué han esperado a la muerte de 1.400 sirios por un ataque con gas para planear una intervención? Sin contar con el hecho de que falta saber quién es el responsable de dicho ataque, claro. Hasta ahora no se han presentado pruebas que determinen la autoría del mismo”.

 

En un reportaje publicado en mayo por el diario francés Le Monde –y actualizado hace pocos días-, se afirma que los ataques con gas tóxico por parte del ejército sirio son habituales desde el pasado mes de abril en algunos barrios de Damasco controlados por los rebeldes.

 

Ghofran critica el papel de la Liga Árabe. “En muchas ocasiones, más que una Liga Árabe parece la Liga de Israel”. También dice que si uno sigue el intercambio de informaciones y afirmaciones que se suceden sobre Siria no se termina de comprender “qué verdad se busca, si la verdad de cada uno, formada en base a sus propios intereses o la verdad objetiva, basada en datos”.

 

El papel de la Liga Árabe no ha sido especialmente brillante respecto al conflicto sirio. Otras organizaciones internacionales, comenzando por la Unión Europea, han mostrado un comportamiento igual de pobre. Respecto a la Unión Europea, el conflicto sirio ha vuelto a confirmar –por si no estaba los suficientemente claro- que la Unión carece de algo parecido a una política exterior común. Cuando se tratan asuntos relevantes de política exterior, la Unión Europea se transforma en un grupo de reinos de taifas mirando cada uno por sus intereses particulares coyunturales, algo que debilita a la Unión en su conjunto.

 

Ghofran dice que la ayuda de Irán –económica y energética- y de Rusia –que además de armas ha facilitado préstamos al régimen de Al Assad- está siendo fundamental para que el gobierno sirio pueda seguir cumpliendo, por ejemplo, con los pagos a los funcionarios. “Hace no mucho se han subido los sueldos de los funcionarios, incluidos los militares. Los precios de los productos básicos han aumentado muchísimo y existe el mercado negro, lo que complica la supervivencia de millones de sirios”. Sobre Irán, Ghofran dice que gracias a los envíos de comida por parte del régimen iraní muchos sirios están comiendo, malcomiendo, pero comiendo al fin y al cabo: “no creo que los iraníes sean más fanáticos religiosos que los judíos israelíes, dicho esto con todo el respeto para los judíos en general. Nunca he odiado a un judío por su religión. De hecho en Siria hay judíos. Pero si hablamos de religión, no creo que los chiíes sean más fanáticos que los judíos. Aunque, según parece, unos tienen más derechos que otros. Pero bueno, así están las cosas”.

 

En la retroescena de la guerra en Siria siempre ha estado muy presente una posible intervención militar estadounidense e israelí contra las instalaciones nucleares de Irán. Una intervención que Israel lleva pidiendo muchos meses y a la que Estados Unidos, de momento, no ha dado su visto bueno. Al mismo tiempo, el régimen sirio resulta vital para Hizbullah, el partido político libanés con una rama armada de milicianos, algunos de los cuales han ayudado en estos últimos meses al ejército sirio en sus combates contra los rebeldes.

 

 

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Le pregunto a Ghofran si conoce a otros sirios en su círculo de amistades que, desde el inicio de la guerra, han cambiado su opinión acerca del régimen sirio. Un cambio de opinión no tanto acerca de su reprochable naturaleza dictatorial –y no precisamente una dictadura blanda-: ¿conoce a sirios que antes abominaban del régimen y que ahora consideran que es el mal menor para el país? “Mi marido”, afirma Ghofran sin dudarlo, “mi marido es un buen ejemplo. Mi marido siempre ha estado en contra del régimen de un modo visceral, y ahora ha matizado su valoración pensando en el momento que vive nuestro país. Pero te digo más, yo misma, cuando comenzaron las protestas en 2011, pensé que por qué no, que adelante. ¿Por qué no va a poder Siria mejorar la situación de sus ciudadanos? ¿Por qué no pedir y lograr más derechos? La revolución generó al principio una cierta esperanza entre muchos sirios”, afirma Ghofran. Menciona también a unos amigos, residentes en Alepo, que al inicio de la revolución confiaban en que las cosas podían cambiar, pero que ahora consideran que el régimen de Al Asad es la única protección frente a un futuro de caos. “A los sirios que creen que es preferible cualquier alternativa al régimen de Al Assad les diría que se lo piensen bien. Si quieren, cuando la guerra termine, que salgan de nuevo a las calles a protestar contra el gobierno y que exijan los cambios que muchos deseamos. Pero ahora mismo, por lo que sé, y por lo que he visto y oído en mi último viaje a Siria, está en juego el futuro de nuestro país, su supervivencia, y creo sinceramente que estos grupos rebeldes islamistas no son una alternativa de futuro para nuestra patria”.

 

Ghofran vuelve a hablar sobre el inicio de la revolución siria. “Debo decir, sin embargo, que ahora tengo datos que parecen confirmar que la revolución nació condicionada por un plan previo, que no fue algo tan espontáneo como creímos en un primer momento”. Ghofran habla de túneles subterráneos bajo algunas de las principales ciudades sirias que se habrían construido antes del inicio de la revolución previendo la guerra que estaba por venir. Algunos de esos túneles.según ella, estarían permitiendo incluso la movilidad de camiones y armamento pesado.

 

Las únicas noticias sobre túneles que he podido encontrar –no hay muchas al respecto publicadas con una fecha anterior a agosto- se refieren a túneles con un tamaño más modesto, que permiten la movilidad de combatientes y armas ligeras. A partir del ataque con armas químicas en el barrio controlado por los rebeldes a las afueras de Damasco, sí que se publicaron en diversos medios internacionales noticias que afirmaban que el ejército sirio había encontrado armas químicas en túneles usados por los rebeldes. La fuente de dicha información: el ejército. “Túneles así no se construyen en unos días, ni siquiera en un mes. No sólo estamos hablando de túneles bajo el suelo de las ciudades sirias. También hay túneles en la frontera con Turquía por los que estarían entrando tanto combatientes islamistas como tropas turcas, incluidos tanques turcos que entran en Siria, actúan y vuelven a cruzar la frontera. Es una frontera muy larga y Siria no está en condiciones de protegerla toda”.

 

No he encontrado informaciones que confirmen este dato: está más que documentado desde hace meses que en Siria entran armas y milicianos provenientes de Turquía, pero no se ha confirmado la entrada de tropas turcas, ni siquiera para ese tipo de ataques relámpago que menciona Ghofran. Las fronteras con Líbano e Irak han sido igualmente permeables: tanto para los milicianos de Hizbulá, partidarios de Al Assad, como para milicianos rebeldes de confesión suní provenientes de la resistencia contra la invasión estadounidense (en Irak, los suníes –una minoría frente a los chiíes- se sienten marginados por el nuevo reparto estatal de poderes: este pasado verano ha sido especialmente sangriento).

 

 

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“Hay dos bandos principales en esta guerra, sin contar al ejército Sirio. Jabhat al-Nusra, que encabeza un conglomerado de grupos islamistas, y el Ejército Libre Sirio. El Ejército Libre Sirio no existe en la práctica: es una ficción fomentada por Europa y Estados Unidos. No tiene la entidad suficiente para ser considerados como una alternativa real. En estos momentos, dentro de Siria no hay ningún líder opositor con una legitimidad reconocida por una mayoría de sirios. Algunos dicen: ¿por qué Al Assad no dialoga con la oposición? Y yo digo: ¿con quién se puede negociar? Dentro de Siria no hay interlocutores. Los opositores sirios de los que tanto se habla están fuera del país –han vivido fuera del país durante muchos años- y no se reconoce su legitimidad dentro de Siria. ¿Quieren que se negocie con Al-Nusra?”. Ghofran dice además que ante esa falta de alternativas ella no puede sino apoyar al ejército sirio. Si el Ejército Libre estuviera más organizado y fuera más poderoso, la situación sería distinta, afirma. “Los miembros de este llamado Ejército Libre pueden realizar acciones de guerra, igual que las realiza el ejército. Es una guerra. Pero los miembros de Al-Nusra no se limitan a realizar actos de guerra, sino actos propios de salvajes”, insiste.

 

Al-Nusra es uno de los grupos armados rebeldes más fuertes de Siria, según la mayoría de informaciones que llegan desde el terreno. Pero no es ni mucho menos el único. La ecuación se complica por las diversas fuentes de financiación extranjeras: por ejemplo, según varias fuentes, Arabia Saudí no quiere ni oír hablar de muchos grupos financiados por Catar, y ninguna potencia parece tener en mente financiar sobre todo a grupos más moderados, los que serían más convenientes a largo plazo para una Siria post Al Assad. Tampoco el ejército es el único bando que combate a favor del régimen. Grupos paramilitares afines al régimen estarían operando en Siria con una impunidad aún mayor que la del ejército sirio. Cuando estos grupos paramilitares capturan rehenes no los someten precisamente a juicios con todas las garantías: abundan los testimonios de torturas y ejecuciones. Según algunas fuentes, es más que probable que estos grupos paramilitares hayan estado implicados en varias masacres –por ejemplo, en las perpetradas hace unos meses a las afueras de Homs- cometidas contra civiles, incluidos niños y mujeres.

 

Ghofran dice que uno de sus hermanos, actualmente en la reserva, seguramente sea llamado a filas próximamente. Tiene primos que han resultado heridos. Un primo lejano está desaparecido desde hace casi un año. “Esperemos, recemos, para que esté muerto. No queremos ni imaginar lo que podría haber pasado si le atraparon con vida. Tiene menos de treinta años y tres hijos pequeños. Su madre y su mujer rezan cada día para que esté muerto, y no haya sido capturado con vida en Homs, de donde era. Hemos escuchado testimonios sobre Homs que afirman que algunos capturados por los rebeldes fueron despellejados vivos. Vivos…”, dice Ghofran. “No estoy hablando de los vídeos que pueden verse en Youtube. Hablo de testimonios que nos han ofrecido, a mi familia y a mí, personas que han perdido amigos y familiares”.

 

Respecto al anunciado ataque estadounidense contra Siria, Ghofran dice que teme que el ataque logre debilitar al ejército y favorecer los ataques de “los salvajes”, así se refiere a los milicianos que cometen carnicerías como la que, según parece, tuvo lugar en los pueblos al norte de Latakia. “Es esto lo quieren conseguir con este ataque, me temo”, dice.

 

Le pregunto a Ghofran si las autoridades sirias están tomando medidas para proteger a la población civil de un futuro ataque estadounidense. “No, Siria está muy debilitada. No tiene recursos económicos, ni siquiera resulta fácil encontrar los productos básicos, algunos de estos productos han experimentado una inflación del 1.000%. En mi familia se cuenta que en 1973, cuando se produjo la guerra contra Israel, las familias de Latakia enviaba a las mujeres y los niños a los pueblos de las montañas, para ponerlos a salvo. Hoy eso no sería posible, ya que es en las montañas donde se sitúa el frente y donde están algunas bases de los armados [se refiere así en varias ocasiones a los milicianos rebeldes islamistas]”.

 

 

Cuando se habla de una posible intervención extranjera en Siria –refiriéndose a un posible ataque estadounidense-, conviene recordar que la intervención extranjera lleva produciéndose desde el inicio de la guerra. Turquía, Arabia Saudí y Catar han sido las principales potencias extranjeras opuestas al régimen de Al Assad implicadas activamente  en el conflicto, mientras que Irán y Rusia sólo han reforzado su ya larga alianza con el represivo régimen sirio. Alguien tendría que responder por haber contribuido a convertir las más que legítimas protestas pacíficas y pro democráticas, que comenzaron a celebrarse en Siria en 2011, en un baño de sangre con combatientes extranjeros fanáticos. El primero responsable: el régimen sirio, que aplastó las manifestaciones con una violencia metódica y forzó el inicio de una guerra civil. El resto de potencias implicadas también deberían responder por haber convertido el conflicto en un callejón sin salida, con un bando rebelde híperfragmentado en función de sus patrocinadores.

 

Salvo en el caso de Turquía, ninguna de esas potencias extranjeras implicadas en la guerra siria cuentan con antecedentes democráticos y de libertades públicas. De hecho, son todas dictaduras de distinto pelaje que utilizan la guerra en Siria en función de sus propios intereses geopolíticos y económicos. Teniendo en cuenta que ya resulta complicado que una potencia mundial democrática se dedique a patrocinar democracias soberanas en países extranjeros, ¿alguien cree que nuestros aliados y socios comerciales -las oscurantistas dictaduras de Catar y Arabia Saudí- tuvieron en algun momento la intención de ayudar a que se consiguieran las libertades públicas y la democracia para los sirios?

 

Una intervención militar de Estados Unidos y sus aliados sumaría complejidad y añadiría más muertos a una situación ya de por sí compleja y sangrienta. Así que lo mínimo que puede exigirse a los partidarioss de una intervención así es que expliquen con toda claridad sus motivos. Resulta difícil asumir el discurso de Washington cuando afirma que su intervención tiene por único objetivo proteger al pueblo sirio. Igual de difícil que asumir que la intervención de Catar, Turquía y Arabia Saudí en estos últimos dos años haya tenido por objeto la promoción de la democracia en el país: de ser así, el envío de armas y la ayuda económica se habría destinado, por ejemplo, a grupos nacionalistas sirios más preocupados por el futuro de su país que por desplegar la bandera –verde o negra- del grupúsculo yihadista de turno. ¿Por qué el Ejército Libre Sirio no es más fuerte, está mejor armado y mejor financiado desde el año 2011? Y una pregunta esencial: ¿por qué da la impresión que todas las potencias implicadas en la guerra siria parecen estar olvidándose de lo más importante: la salvaguardia de los sirios y el futuro del país?

 

El debate sobre si es o no adecuada una intervención en Siria de Estados Unidos y sus eventuales aliados es una pregunta que muchos podrían considerar viciada desde su mismo planteamiento. La pregunta no debería ser tanto si la comunidad internacional debe intervenir o no en Siria –por desgracia, una parte de la comunidad internacional ya lo lleva haciendo desde 2011- como qué tipo de intervención se necesitaría, qué objetivos se tratarían de alcanzar y qué actores sirios serían los encargados de gestionar una eventual transición del país si consigue deshacerse de la dictadura de Al Assad, sea militarmente o sea mediante la negociación política. La intervención internacional en Siria hasta la fecha ha sido un desastre para los sirios. Lo ideal sería que la ONU canalizase y refrendase este proceso explicativo y decisorio: en sus últimas declaraciones, el presidente Obama ha accedido a que el plan propuesto por Rusia -el completo desarme químico del régimen de Al Assad- comience a implimentarse bajo la supervisión del organismo internacional. De momento, esta medida ha servido para aplazar el ataque. Los obstáculos para que este desarme completo se produzca son numerosos. Comenzando por la confianza: ¿alguien se fia del régimen Al Assad?

 

También será interesante, en todo este proceso diplomático y político, saber qué argumentos se exponen en relación con el armamento químico sirio. Es un buena noticia que un país se vea obligado a deshacerse de su arsenal químico: ojalá sea Siria el primero de una larga lista de países. A falta de que se aporten pruebas inequívocas que demuestren qué bando ha utilizado arsenal químico a las afueras de Damasco, es de esperar que en llamada comunidad internacional se esté valorando ya comenzar a tramitar también duras sanciones contra Israel por haber empleado –acusación de la ONU admitida por las autoridades israelíes- fósforo blanco contra la población civil de Gaza en 2009. O contra Estados Unidos por haber usado también fósforo blanco en 2004 durante la batalla por el control de Faluya, una ciudad a las afueras de Bagdad.

 

 

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“Sólo pido que cuando se hable de los países árabes se piense en la gente que vive en esos países. Hay que entender cómo vivimos y qué sufrimientos afrontamos para entender a quién apoyamos y a quién dejamos de apoyar”, afirma Ghofran. “Personalmente no puedo olvidar las masacres de Israel, no sólo en Palestina, en varios otros lugares de la región. No habrá solución hasta que se cree un Estado palestino para todos: para palestinos, para judíos y para cristianos”, afirma.

 

La conversación se interrumpe. Gohfran se disculpa mientras su mirada permanece fija en la pantalla del televisor: “Están hablando de Malula”, dice Ghofran leyendo los titulares. Se refiere a la localidad cristiana que están disputándose el ejército sirio y los rebeldes desde hace días.

 

A lo largo de toda la entrevista han estado entrando y saliendo de la sala de estar los dos sobrinos de Ghofran que han llegado junto a su madre hace apenas tres horas desde Siria, vía Beirut. “Es un viaje de dos días. Mi hermana estaba rendida y está descansando. Ha podido salir del país gracias a su pasaporte suizo, igual que yo pude entrar y salir sin demasiados problemas gracias a mi pasaporte español. Mi hermana ha traído poquísimo equipaje. Antes de acostarse a descansar me ha dicho que su intención es regresar a Latakia en unos días”.

 

Ghofran dice que sintió mucha pena al ver cómo están siendo tratados los sirios que abandonan su país en la frontera libanesa. “No nos merecemos este trato después de todo lo que ha hecho Siria a favor del Líbano”, dice. Una afirmación que no todos los libaneses compartirían, recordando los muchos años de ocupación siria. “Yo quise hacer la cola igual que el resto de mis compatriotas, aunque mi pasaporte español me habría evitado esa espera. Si eres sirio o tienes un pasaporte occidental, o tienes mucho dinero para comprar papeles, o el destino de los refugiados sirios es malvivir en un campamento de refugiados. Es terrible”, dice.

 

Antes de terminar la entrevista, Ghofran recuerda una escena que vivió en su casa familiar de Latakia hace una semana, minutos antes de emprender el largo viaje  de vuelta a España: el primer trayecto por carretera hasta la frontera con Líbano, luego la espera en la frontera, y finalmente el trayecto hasta Beirut también por carretera donde cogió un vuelo que la trajo de vuelta a Madrid. “Mientras guardaba mis cosas en el coche, algunos de mis sobrinos –aún unos niños- se acercaron a mí y me dijeron: ‘Tía, ¿por qué no nos llevas contigo? Si nos quedamos aquí, nos matarán’. Mi padre, un hombre fuerte tanto física como mentalmente, se derrumbó sobre una butaca: ‘¿Qué voy a hacer con mi familia?’, comenzó a preguntarse con lágrimas en los ojos. ‘¿Qué voy a hacer’. A pesar de todo, se ha negado a que les ayudemos entre todos los hermanos que vivimos fuera de Siria a instalarse en Líbano. Podríamos hacerlo, les garantizamos una vida digna a nivel económico en Beirut. Pero se niega a abandonar su país”.

 

 

 

 

Lino González Veiguela es periodista. Sus artículos más recientes en FronteraD han sido Siria en llamas: ¿anticipo de una nueva guerra fría?, John Cheever: un retratoDiccionario de la crónica hispanoamericana y Siete consejos de Charles Simic a los jóvenes poetas. En FronteraD mantiene el blog El mundo no se acaba 

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