Mientras el conflicto de Libia se eterniza provocando divisiones soterradas entre los aliados y mostrando los límites de los ejércitos occidentales cuando Estados Unidos no se involucra seriamente en una operación, el drama de Siria salta al primer plano y ya no puede ser ignorado.
La represión descarnada del régimen sirio era un tema incómodo en el tablero internacional por la posición clave que ocupa ese país en la zona. Una desestabilización de Siria representa un problema para el Líbano, para Israel (¿se mostrará paciente un nuevo gobierno instalado en Damasco hacia las cuestiones fronterizas, los altos del Golán, etc.?), para Turquía… Muchas cancillerías, aún careciendo de simpatías hacia el presidente Assad, suspiraban por que los disturbios sirios fueran sofocados con un reducido costo humano y las aguas volvieran por el momento a su cauce normal. Las potencias occidentales, por su lado, están enfangadas en otros conflictos y se percatan de que no tienen los medios para acudir a todas partes.
La gravedad de los acontecimientos, sin embargo, su desarrollo crecientemente cruento hacen difícil mirar hacia otra parte. Aunque con ausencia de corresponsales extranjeros que puedan contar lo ocurrido sin censuras, las noticias que se filtran son muy alarmantes. Cada manifestación es dispersada con ametrallamientos, miles de personas han cruzado la frontera turca donde ya se instalan campamentos y la ciudad de Jirs Al Choghour, de unos 50.000 habitantes, ha sido tomada por el ejército después de un bombardeo con aviones, utilización de carros de combate, etc. El régimen alega que los habitantes, en su insurrección, han liquidado a más de cien policías, pero la impresión que emerge es otra. Según ciertas versiones los policías o soldados habrían muerto después de que se negaran a disparar contra la muchedumbre. En otras palabras, una parte de las fuerzas del orden se habría amotinado no queriendo participar en la represión y se habría originado una refriega en la que habría perecido más de un centenar de uniformados.
La división, según algunos, alcanza a la cúpula del Estado. Assad estaría siendo controlado por el ala dura del Ejército. Es cierto que el presidente quería hace unas semanas levantar el estado de sitio, lleva bastantes días sin aparecer en público y ni siquiera acude al teléfono cuando lo llama el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon. Lo que es insólito. Ha perdido un abogado en el turco Erdogan, que se siente frustrado al ver que el sirio no ha respetado las promesas de moderación que le hizo y ha calificado de salvaje e inhumana la conducta del Ejército sirio.
En la ONU, con la lentitud habitual, se prepara una resolución patrocinada por Alemania, Francia, Reino Unido y Portugal. Estados Unidos la apoya con firmeza. Como de costumbre, Rusia y China son reticentes para condenar al régimen sirio y con su oposición los intentos son estériles. El viernes habrá nuevas manifestaciones y dos o tres decenas de sirios serán cazados como conejos. Así va la escena internacional.