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Smolyan calling: un viaje fotográfico por la Bulgaria profunda

 

A diferencia de en Bulgaria, donde desde jóvenes pueden optar por aprender nuestro idioma e introducirse en nuestra cultura, existe un nutrido grupo de españoles que han tenido su primera aproximación y toma de contacto con el país balcánico a través del vínculo creado con alguna persona nativa emigrada. Así comenzó mi historia con el país de Levski: intimando con una mujer sofiota a la que seguí en su retorno al Este. Además de ropa, en mi mochila cargaba un puñado de imágenes mentales que nos invaden a la gran mayoría de los que desconocemos esta región: la herencia comunista, el gris del hormigón, pobreza, montañas, gentes rudas, frío… Tras unos primeros días de tanteo muchos de estos estereotipos se evaporan y otros se entremezclan con la infinidad de matices que le otorgan a Bulgaria su azarosa Historia, su exuberante naturaleza y la humilde calidez de sus gentes.

También es el caso de Aitor Garrigues (Bilbao, 1992), un joven que trabaja como fotógrafo publicitario en Valencia, donde conoció a su amiga búlgara Anastasia. Esta semana se sienta con nosotros en el diván del Lorca para contarnos cómo fue su primer contacto con Bulgaria a través de las fotografías que realizó durante su viaje en agosto de 2018.

¿Cual fue el motivo de tu viaje a Bulgaria?

Después de más de diez años de buena amistad, Anastasia me dijo que quería volver a Smolyan, su pueblo natal, cerca de la frontera con Grecia, y me invitó a acompañarla. Además de regresar a su ciudad para visitar algunos familiares, su idea era viajar por  otras partes de Bulgaria. Habíamos hecho ya varios viajes juntos y ¡claro, no iba a decir que no! Alquilamos un coche nada más llegar a Sofia y esa misma noche fuimos a Samokov, empezando el verdadero viaje por la Bulgaria más desconocida y profunda.

 

 

¿Qué te pareció el país? ¿Cuales fueron tus primeras impresiones? ¿Ibas con alguna idea de lo que te encontrarías?

Creo que fue el primer viaje en el cual no me documenté para nada. Sabía que era su viaje y el hecho de compartirlo ya era un regalo. Ella se encargó de todo y yo fui “virgen”. Viniendo de España es casi imposible no tener algún tipo de prejuicio sobre los “países del Este”, pero como en todos los lugares a los que he viajado, el primer día todos caen por su propio peso y no pude estar más cómodo durante todo el viaje. Toda la gente con la que hablamos nos respondía muy amablemente, y eso que tenían delante una persona que no hablaba su idioma con una cámara grande sacando fotos de todo. Como siempre, me quedo con las personas con las que viajas y, sobre todo, con las que conoces en el lugar. A partir de ahí ya te formas la visión general de un lugar. Y si vas con la intención de conocer, difícilmente tendrás malas experiencias.

 

 

¿Qué lugares conociste?

Pasamos la primera noche en Samokov, a los pies de las montañas de Rila, muy cerca del lago de la Reserva de Iskar, donde fuimos al día siguiente. De ahí fuimos a Blagoevgrad, desde donde visitamos Rila y Stob. Continuamos viaje hacia el sur, hasta Melnik, casi en la frontera con Grecia, una “ciudad” de menos de 500 habitantes, con un gran valor arquitectónico y reconocida por la calidad de sus vinos. Después de esta parada, seguimos cruzando los Rhodopes hasta Shiroka Laka, otro pueblo muy bonito donde conocimos a Silka, quien regenta el Museo Etnográfico. Luego hicimos parada un par de días en Smolyan, desde donde visitamos Koshnitsa y Mogilitsa. De Smolyan fuimos a Plovdiv y terminamos el viaje en Sofia, reencontrándonos con Marco, con quién compartimos también los primeros días de viaje. En total, más de 800km en una semana que aprovechamos al máximo.

 

 

¿Qué te llevo hasta Manush y por qué contaste visualmente su historia? 

De camino hasta Smolyan íbamos haciendo paradas a medida que algo nos llamaba la atención. Cerca de la carretera principal, en el desvío hacía Kasak,  vimos un gran rebaño de ovejas, un bonito paisaje y una luz que lo hacía todo más “idílico”. Nos desviamos y vimos Manush, quien se hacía cargo de parte del gran rebaño de ovejas. Gracias a la gran paciencia de Anastasia (¡Llevar de viaje a un fotógrafo puede ser cansino!)  –y que obviamente conoce el idioma–, nos acercamos a él y nos contó, tímida y brevemente, su historia. La vida en el campo, pastores y agricultores tradicionales, siempre me ha causado curiosidad. Un trabajo duro y con dedicación diaria que se está perdiendo. Un trabajo que hay que dignificar. Las redes sociales están llenas de “cosas bonitas” y falsas. Manush es real y digno.

 

 

¿Dónde son y quién es la señora del huerto y las conservas, tan típicas en Bulgaria?

El segundo día que estuvimos en Smolyan, fuimos a visitar a una de las tías de Anastasia, la cual no veía desde pequeña. Fuimos con sus padres también. Nos metimos por las montañas hasta llegar a un pueblo muy pequeño, Koshnitsa. Muy orgullosa nos mostró su pequeño huerto, donde cultivaba prácticamente de todo para su autoconsumo o para intercambiarlo con algún vecino. Lo aprovechan todo, y el excedente lo utilizan para hacer conservas. Apenas generan residuos no orgánicos, y el orgánico lo utilizan para abonar. Es otro ritmo de vida.

 

 

Hemos visto muchas fotografías de comidas y productos búlgaros. ¿Por qué esa fijación?

¡Me encanta comer! Es una de las cosas que más disfruto en los viajes. Creo que la gastronomía forma parte muy importante de la cultura y la manera de ser de los pueblos. Gracias a un trabajo, unos meses antes, tuve contacto directo con la gastronomía de oriente medio. Encontré similitudes en la forma de comer. Muchos platos pequeños distintos, la forma de compartir mesa… y sobre todo el aprovechamiento de lo que da la tierra. Aquí estamos mal acostumbrados a consumir de otra forma. En Valencia compramos naranjas venidas de la otra punta del mundo teniendo los cultivos a diez minutos, y así con todo. La soberanía alimentaria es un tema que tenemos muy pendiente aquí.

 

 

¿Por qué fuiste a Stob? Además de las pirámides, ¿qué fue lo que más te llamó la atención de ese lugar?

Las pirámides las encontramos casi por casualidad. Teníamos tiempo de sobra de vuelta de Rila y nos desviamos sin pensarlo, “a ver qué hay”. Entramos en un pueblo casi fantasma, con muchas casas aparentemente abandonadas, calles sin asfaltar y sin apenas coches ni gente. Entramos en un pequeño ultramarinos y la dueña nos comentó que había muy poca gente, que la mayoría se habían ido a la capital. Volviendo al coche nos acercamos a tres personas que estaban sentadas a la puerta de una casa: una señora muy mayor y otras dos personas algo más jóvenes. Nos contaron un poco lo mismo. La gente joven había emigrado a Sofia o a otros lugares con más oportunidades, hasta el punto que el colegio tuvo que cerrar y la poca gente que quedaba ya era muy mayor. Por lo visto, y según nos contaron en otros lugares, era algo habitual en todo el país.

 

 

Supongo que en algún momento visitarías algún museo etnográfico…

Sí, en Shiroka Laka. Al ser la última parada, nos quedamos charlando un rato con Silka, la mujer que nos hizo la visita y, si mal no recuerdo, la dueña. Nos comentó que cuando era joven cantaba en las fiestas populares y nos dejó grabarla – solo el audio – cantando una canción de su época. Al terminarle pusimos la grabación y se le cayó alguna lágrima. ¡Nos contó que nunca se había escuchado!

 

 

¿Te pareció Bulgaria un país fotogénico?

Todos los lugares tienen su idiosincrasia, su cultura, su forma de hacer y su historia. Cada persona la tiene. No se me ocurre ningún sitio que no sea fotogénico y que no se preste a contar alguna historia.

 

 

Aitor Garrigues nació en 1992 en Bilbao, pero a los diez años sus padres volvieron al pueblo, en Valencia, y ahí sigue. Empezó a estudiar Historia, pero dos años después decidió hacer un grado superior de fotografía. Le tentaba más. Empezó a trabajar en el sector de la fotografía publicitaria hace seis años. Le apasiona viajar y la gastronomía. Puedes seguirle en instagram @aigavi

Joe Manzanov es periodista y fotógrafo independiente. Ha vivido casi seis años en Bulgaria. Le gusta viajar, la crónica periodística, la fotografía documental, la gastronomía y vivir en general.

 

 

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