Me acerqué a un grupo que practica la meditación para aprender esa técnica. Me di cuenta de que no encajaba allí, pero de todas maneras leí un texto del maestro sacado de la red. Es un curso de “meditación mindfullness”. Más abajo ya habla del “arte de vivir en plena consciencia”, es decir, lo traduce. Es nuestra pasión por darse aires de novedad y exotismo: si no es en inglés, no vale (repitió la palabra una y otra vez durante la clase). Pero si al menos lo escribiera correctamente…: mindfulness. Luego vienen más faltas (“comencé a revelarme contra todo aquel sistema capitalista”), y un descuido general sobre todo en los acentos. Es una actitud general hacia la lengua: el desaliño. Y es una pena, porque ese texto tiene un cierto encanto y aliento poético, a pesar de que da por sabidas y convincentes cosas que pertenecen a otros ámbitos más bien mitológicos: “mi primer amor espiritual fue la wicca”, “la religión de la Diosa Madre y el Dios Astado”, “el bosque de Brocelandia”, “el espíritu de Cernunnos”. Al volver de esas excursiones, el conductor de todo esto decidió formarse como “druida de la Orden de Bardos, Vates y Druidas (OBOD)”, y ahora se define como “druida servidor de la antigua tradición”. Álvaro Cunqueiro hizo maravillas literarias con este material, pero yo sólo iba buscando un aprendizaje de serenidad y de relajación, así que me fui de allí un poco triste, pensando en lo mucho que la gente echa en falta una religión, un pensamiento mágico; lo busca y naturalmente lo encuentra… en internet.
Una vez más me quedé pasmada escuchando hablar por la radio a un ecuatoriano de origen, nacionalizado español, el día 12 de octubre. Un hombre que se vino a España para trabajar –creo que tiene un pequeño negocio-. Que hablaba de corrido con fluidez y corrección, con naturalidad; que no dudaba y, sobre todo, ¡que era claro! Me gustaría saber qué ha pasado con la lengua aquí, en España. Hasta los niños de la calle de México o de Chile nos pueden dar lecciones. ¿Alguien lo sabe?
Preveo un futuro aún más negro si periódicos como El País siguen en el rumbo actual: expulsar a los mayores de 55 años (pronto será a partir de los 50). ¡Echar a la calle a la gente con más experiencia, más información, más capital intelectual acumulado, y por tanto, con más capacidad para trasmitirlo a los que vienen detrás! Y todo por sus malos gestores (malos y además codiciosos).