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Mientras tantoSobre el estado actual de la filosofía

Sobre el estado actual de la filosofía


 

Gracias a la coyuntura política, parecen prometerse mejores vientos para los estudios filosóficos en España. Pero no está claro que se deba ser muy optimista al respecto, ni con el despunte que se vislumbra en las vocaciones universitarias (alimentadas sin duda por «la crisis» de otra opciones, motor eterno de cualquier pregunta filosófica) ni con los posibles cambios legales en el estatuto de la filosofía en Bachillerato. Es necesario señalar el retroceso general de las humanidades en casi todos los países influidos por el implacable puritanismo angloamericano.

 

La lógica industrial siempre ha tendido a despreciar la voz de los ancestros y las lenguas muertas, también unas intrincadas reflexiones filosóficas que, a los fanáticos de la velocidad, siempre les han parecido tocadas por el tufillo laberíntico y teológico de un pasado que es necesario injuriar y liquidar. Entre otras razones, para que nuestro impresentable presente no tenga un referente que le avergüence a fondo. Y después está también el indisimulable odio Wasp al «pensamiento abstracto», probablemente debido a su difícil y lenta utilidad. Para una mirada pragmática, la filosofía siempre ha padecido unas pretensiones no contextuales, no históricas y tampoco muy civiles, que la han hecho bastante inútil, cuando no sospechosa de toda clase de atavismos arcaizantes. La famosa «navaja» ya no es solo la de Ockham, pues el bisturí se ha usado a fondo en los mil recortes anímicos que hacen falta para que el Primer Mundo (maravillosa expresión) sea más veloz y laminado, más clónico de la normalización, más cruelmente económico.

 

Para más Inri, nuestra querida España (mucho antes de los separatismos, recuerdan hace un siglo Ortega y Unamuno) ha padecido un secular complejo de culpa, una timidez política mundial que la convierte en una nación mimética de los modelos occidentales de alta velocidad. Y esto a varias bandas, sea con la admiración izquierdista hacia Francia o con la derechista hacia Alemania, Inglaterra y EEUU. Una nación que se precie de serlo tiene en la educación el primer frente exterior, la primera línea de su ambición de perpetuarse. Si esta España dubitativa convierte la educación en constante arma arrojadiza del sectarismo partidista es porque teme cualquier iniciativa resuelta, dispuesta a salir a campo abierto. Mejoraremos fácilmente la soltura de nuestro inglés, la lengua de la nivelación, difícilmente el conocimiento histórico de nuestro pasado mundial.

 

Late además en nuestra órbita cultural, contaminada por el autismo de la comunicación, una cuestión muy simple que afecta al prestigio de los estudios filosóficos. ¿En la «sociedad del conocimiento» es conveniente pensar, practicar un pensamiento que no tenga un resultado práctico inmediato? Más bien se diría que basta con la Información, con el acceso masivo a las opiniones y datos que ya circulan… Que son ciertos porque circulan: ¿no es ésta la posverdad? La cultura informativa ha creado, es necesario decirlo, unas generaciones jóvenes y adultas incultas como pocas veces se han conocido. Y además se trata de una incultura cristalizada, fluida, sin ningún complejo de culpa.

 

No es solo que la lectura haya caído en picado gracias al entretenimiento de las pantallas. Es que se ha recortado la experiencia física de la humanidad en el exterior real. A cambio, tenemos el turismo, esos viajes más o menos virtuales en tarifa low cost. Ahora bien, una humanidad enredada, cuyo ideal es no tocar la alteridad de la tierra nunca, ¿qué otra filosofía puede tener que la de vibrar en pantalla, siempre en órbita, pasando de una imagen a otra, de un impacto a otro?

 

De Platón a Nietzsche, la ontología siempre ha nacido del dolor del mundo. La filosofía seguirá mientras haya asombro (Aristóteles), en suma, sombras y traumas. ¿Pero no están estas especies en peligro de extinción? La huida masiva de lo trágico, que hace a las vidas tan tristes bajo el maquillaje social, es lo que alimenta el éxito barato de la comedia. Es la «emoción artificial» lo que amenaza a esta civilización, no una elitista inteligencia artificial que solo fascina a los niños y a los ingenieros.

 

El refugio de la Filosofía en diversas alianzas con otras disciplinas (la política, la ciencia, los estudios culturales) no deja de expresar también un cierto complejo de inferioridad, un sentimiento de culpa por todas las pasadas preguntas metafísicas, atormentadas y ahistóricas. La ontología no contextual, que está en la base del inicio filosófico, ha tenido desde hace tiempo (ya en Ortega, por lo demás tan sagaz) mala prensa. Es así que la normalización (Foucault) de las sociedades arrincona la filosofía a una condición museística, tristemente universitaria.

 

Acaso esto se manifieste también en la moda académica de la dispersión erudita, en menoscabo de cualquier genio intuitivo del pensamiento. Triunfan por doquier las tecnologías sociales de la dispersión, en detrimento de las tecnologías existenciales de concentración. Es normal entonces que se prefiera la información al pensamiento, los best sellers a Simone Weil, internet a Agamben. Y por supuesto, una caricatura de Kant (que ignora su arriesgada investigación nouménica a favor del exitoso pensador civil), antes que Leibniz, Deleuze o Nietzsche, que quedan para el siglo XXII.

 

En resumidas cuentas, hay razones para pensar, aunque mejoren los planes de estudio oficiales, que pocas veces como hoy la filosofía ha estado tan en entredicho. Y esto desde nuestros propios corazones, endeudados con una doctrina de la circulación que nos prohíbe detenernos, que puedan resonar algunas preguntas terrenales que amenacen nuestra patética empresa del Yo.

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