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Sobre mi pintura

A veces, cuando me preguntan por mi ocupación suelo responder: “yo me dedico a pintar… no paredes, cuadros”. 

 

No me resulta fácil hablar del trabajo que hago como artista. Para empezar, no comparto esta denominación para todo el que se dedica  a esto de las artes plásticas. En mi caso, prefiero la de artesano. Parece que el término artista lleva implícito algo de cualidad innata, poseer una cierta unción mágica que asigna automáticamente, a la obra realizada, el calificativo de obra de arte

 

Desde luego, por lo que a mí se refiere, lo tengo meridianamente claro. No me considero artista y me extraño a mí mismo cuando alguien me trata como tal. Sin duda puede deberse al hecho de ser autodidacta en esto de la pintura, a no haber pasado por ninguna academia del arte, a no tener un título que me acredite como artista. La verdad es que nunca lo he echado de menos. En el fondo, me considero un intruso en la profesión… porque la negrura de un infarto de corazón me sacó de la sociología y me abrió al color, a las formas, a la tierras, a la luz. Eso me gustó y aquí me quedé. Por eso el proceso de empezar y terminar un cuadro es el lenguaje que utilizo para decir que estoy bien, que estoy vivo. En este sentido mi pintura no es más que testimonio de mí.

 

Por otro lado, estoy convencido de que es el trabajo, las propias obras, las que deben hablar por sí mismas, sin necesidad de muchas explicaciones por parte de su autor. 

En mi caso, cuando la pintura deja de ser terapia de supervivencia y se hace más pública, cuando entra en los tabernáculos del arte, las galerías y el público entablan una comunicación con esos trabajos, y muy raramente he tenido que dar alguna explicación de ellos. 

 

En ocasiones, aclaro: mi pintura es muy matérica, me gusta que se pueda tocar y percibir la vida que circula por sus grietas. Con frecuencia empleo tierras, arenas de sílice, polvo de mármol, cenizas, pigmentos naturales, resinas, barnices. Y no renuncio en ningún momento a mostrar la estética que tiene la propia materia, es más, me apoyo en ella. De ahí que técnica y estética las conciba como dos realidades muy hermanadas.

 

Este planteamiento pictórico tiene en mi caso una referencia muy clara en la obra del recientemente fallecido Tàpies, aunque también me atrae especialmente el trabajo de Motherwell, Burri o Kiefer .

 

Para mí, cronológicamente primero fue la pintura y después el grabado. Sin embargo, me resulta una tarea más creativa el grabado. Yo me dispongo a trabajar sobre las planchas con un ánimo más inventivo, preparado para hacer mío lo que aparece; dispuesto a dejarme sorprender, a aceptar y a admirar el punto de aleatoriedad e incertidumbre que me impone el ácido; en cambio trabajar un cuadro no es que me resulte más fácil, pero sigue un proceso que me resulta más conocido y familiar.

El de pintar es un mecanismo que tengo más interiorizado, apenas hay racionalización, y se apoya en una conceptualización muy leve, porque la pintura se me aparece en estrecha relación con mi mundo interior, y casi siempre entroncada con experiencias positivas. En cualquier caso, es lo que he procurado trasladar también a mi obra gráfica y son dos vertientes expresivas que se retroalimentan.

 

En el mundo del grabado he encontrado siempre un apoyo fundamental en Enrique Maté. Más que apoyo, maestro. Con él me inicié y de él he aprendido las 1.001 recetas básicas de la cocina calcográfica; con muchas piezas salidas de su taller he acudido en varias ocasiones a ferias como Estampa y a exposiciones de la Calcografía Nacional. También a través del grabado he aprendido a valorar el papel –los papeles- como soporte y como expresión artística. Últimamente en su taller me he iniciado en el grabado digital y en nuevas técnicas del arte seriado.

 

Aquí se incluyen una serie de fotografías de algunas de mis obras, particularmente pinturas y grabados, tanto calcográficos como digitales.

 

Termino con la que parece ser pregunta obligada: ¿Pintura como denuncia, como testimonio, como provocación? 

 

Hace un par de años, con motivo de una exposición mía en Sevilla, una crítica escribía

“…parecen obras amables, mínimas, discretas, pero en realidad nos enfrentan a lo que más tememos: nosotros mismos”. 

 

Para mí la pintura es sinónimo de vida. Paradójicamente cada cuadro es una página en blanco en la que el espectador escribe sus propias emociones. Si mi trabajo facilita que éstas afloren me considero muy satisfecho.

 

Ahora, después de muchos años en este mundo del arte, uno llega a la conclusión de que con esto de la pintura, entre tierras, resinas, pigmentos, cenizas y barnices, vas componiendo tu geografía interior y terminas por pintar tu propio paisaje. 

 

Eso sí, cuando acabe ese cuadro, espero ser artista. 

 

Madrid, marzo de 2012

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