Sé
que estoy enfermo, enfermo de literatura. Lo he descubierto mientras preparaba
el comentario de esta semana. Por primera vez tenía la frase antes de cerrar el
texto, pero no sabía qué pretendía contar. Enseguida recordé un cuento hasídico
que a lo largo del tiempo he conseguido hacer mío. Sin embargo, al ir a
buscarlo entre mis libros y recortes no he conseguido encontrar su origen. Ni
siquiera ese cajón de sastre que es google ha sabido responderme. No hay
huella, más allá de mi recuerdo, sobre esta historia.
Me
abruma pensar que fui yo quien realmente la creé. Aunque tampoco sería tan
extraño, ya que durante mi juventud me gustó jugar con la gente que tenía
alrededor, y no fueron pocas las veces que alguien asintió al describirle las
teorías de cualquier pensador apócrifo. Me divertía y ellos se creían cultos.
No se podía pedir mucho más, aunque los dos nos sintiéramos un poco más tramposos
al terminar la conversación.
Ya
no puedo hacer eso, así que narraré la historia tal y como la recuerdo. Con
suerte, puede que alguien la identifique y me pueda señalar el lugar donde la
encontré:
Cierto
día tres muchachos decidieron partir inexplicablemente hacia el Reino de las
Tinieblas, cuya entrada se encontraba en una cueva a las afueras del pueblo. Al
enterarse de la noticia, todo el mundo se opuso. Sus padres les negaron el
apellido y sus madres rezaban entre sollozos. En el resto de la localidad eran
tratados como locos insensatos, ya que podían despertar sin pretenderlo a las sombras. Con todo,
los más sabios del lugar matizaban los temores, según aseguraban, jamás iban a regresar.
A
los tres jóvenes, entre la valentía y la inconsciencia, las críticas y las
amenazas no les preocupaban. Así que decidieron iniciar su recorrido al otro
lado de la roca que tapaba la entrada de aquel extraño y tenebroso reino.
Habían iniciado un viaje sin retorno y creían que no iban a volver sobre sus
pasos. La comunidad acampó en la salida de la cueva. Nadie quería perderse una
improbable vuelta. Incluso algunos hombres esperaban armados por si la
expedición conseguía enardecer a cualquier dañino ser demoníaco.
Pasaron
varias semanas sin apenas movimiento hasta que salió el primero de los
muchachos. Su comportamiento extravagante demostraba su enajenación. Todos los
presentes sintieron miedo. Se preguntaban por los horrores que habría
observado allí abajo para perder la razón de tal forma. Pocos días después,
apareció arrastrándose sobre la tierra el segundo. Había perdido sus ojos.
Nadie se atrevió a mirarle, ni tan siquiera a preguntar. Además, parecía que había
olvidado la facultad del habla.
Desde
ese momento, se perdió toda esperanza de ver con vida al tercer joven. Sin
embargo, pudo regresar semanas después. Los tres habían vuelto sobre sus pasos.
Su cara mostraba el misterio del espanto y del dolor. Pronto comprendieron por
su mirada extraviada que las leyendas transmitidas de generación en generación
eran reales. No había habido ningún tipo de exageración sobre el mal que se escondía en
aquella cueva.
Todo
el pueblo se agolpó en torno a él, no le permitían respirar. No hubo palabras,
gritos o desconcierto. Pensaron que quizá no podría encontrar jamás las
palabras justas y adecuadas para describir el horror de lo vivido. Entonces uno
de los ancianos decidió abrazarlo y le preguntó por el Reino de las Tinieblas:
“-
¿Qué has encontrado allí para que tu mirada sea ésta? Me imagino que habrás
visto el dolor más terrible y extremo. Habrás presenciado las más pavorosas
escenas… Perdóname, ni siquiera tendrás las fuerzas suficientes para
describirlo todo, pero soy viejo, tengo miedo y antes de morir me gustaría escucharte”.
El
joven dudó y suspiró. Pero fue capaz de relatar su camino: “es sencillo, al
llegar al final del recorrido hay un espejo. Al mirar, te ves reflejado”.
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“La
verdad es que contemplar tus propios ojos no es nada fácil”
ITALO CALVINO.