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Mientras tantoSobre rostros y miradas (VI): las palabras

Sobre rostros y miradas (VI): las palabras

La historia no tiene libreto    el blog de Joseba Louzao

 

La semana pasada creí necesario
el silencio, estaba inquieto por la vacuidad de las palabras. He mantenido el
camino, transitando – más de lo habitual- un silencio incómodo. Alrededor todo
el mundo hablaba y yo no sentía la necesidad de aportar mi grano de arena.
Buscaba el distanciamiento y el extrañamiento. Y lo conseguí gracias a Hugo von
Hofmannsthal, quien en su Carta a Lord Chandos escribió:

 

“Mi caso es, en resumen, el siguiente: he perdido por
completo la capacidad de pensar o hablar coherentemente sobre ninguna cosa.


(…) Hasta en la conversación familiar y cotidiana se me
volvieron dudosos todos los juicios que suelen emitirse con ligereza y
seguridad sonámbula, que tuve que dejar de participar en tales conversaciones.
Una ira inexplicable, que a duras penas podía ocultar, me invadía cuando
escuchaba frases como: este asunto ha terminado bien o mal para tal y tal; el
sheriff N. es una mala persona, el predicador T. es un buen hombre; el aparcero
M. es digno de compasión, sus hijos son un derrochadores; otro es digno de
envidia porque sus hijas son hacendosas; una familia está prosperando, otra
decayendo. Todo esto me parecía sumamente indemostrable, falso e inconsistente.
Mi espíritu me obligaba a ver con una proximidad inquietante todas las cosas
que aparecían en tales conversaciones: igual que en una ocasión había visto a
través de un cristal de aumento un trozo de piel de mi dedo meñique que
semejaba una llanura con surcos y cuevas, me ocurría ahora con las personas y
sus actos. Ya no lograba aprehenderlas con la mirada simplificadora de la
costumbre. Todo se me desintegraba en partes, las partes otra vez en partes, y
nada se dejaba ya abarcar con un concepto. Las palabras aisladas flotaban
alrededor de mí; cuajaban en ojos que me miraban fijamente y de los que no
puedo apartar la vista: son remolinos a los que me da vértigo asomarme, que
giran sin cesar y a través de los cuales se llega al vacío”.

 

Releo críticamente
otra vez esta carta y descubro la razón última por la que comencé a escribir
estos apuntes: detrás de las palabras existen rostros y miradas. Las muchas
preguntas que he intentado responder durante estas dos semanas ya las había resuelto
anteriormente. Y es que no podemos dudar de la capacidad de las palabras para
representar el mundo. Antes de nosotros han sido muchos los que han logrado
describir la realidad y transmitir la vida porque, como recordaba Vladimir
Jankélévitch, todo se reduce al amor. Es decir, necesitamos las palabras y las tenemos.

 

Para lectores despistados que no hayan leído los apuntes anteriores:

Sobre rostros y miradas. Apuntes para un libro que no escribiré (I)

Sobre rostros y miradas (II): un apunte sobre Mateo 12, 46-50

Sobre rostros y miradas (III): una historia apócrifa

Sobre rostros y miradas (IV): amok

Sobre rostros y miradas (V): “¡soy yo!, ¡soy yo!”


 

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