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Mientras tantoSobre una película llamada "The Road"

Sobre una película llamada «The Road»

El señor Alpeck va a la ópera   el blog de Andrés Ibáñez

Tengo que confesar que no he leído el libro de Cormac McCarthy en que está basada la película. No sé si lo leeré. No soy un gran fan de Cormac McCarthy, aunque me interesa lo que dice de él Michael Chabon que, sospecho, le admira más que le ama. La tesis de Chabon es que todas esas narraciones de McCarthy sobre el oeste y la frontera son en realidad ciencia ficción disfrazada, historias que no tienen lugar en un pasado más o menos mítico (el siglo XIX de Meridiano de sangre, por ejemplo) sino en el futuro, en un paisaje post holocausto nuclear. Como para dar la razón al crítico, McCarthy nos entrega en The Road precisamente una novela de ciencia ficción que describe un mundo posterior a un holocausto nuclear o climático en el que toda la vida en la tierra ha muerto.

 

Me gustaría decir una cosa, sólo una, a propósito de The Road y, en general, sobre las películas y las narraciones del estilo horriblemente macabro que ahora está tan de moda. Y es que la película The Road es tan horriblemente desagradable, tan deprimente y tan espantosa que yo preferiría no haberla visto. No sé si es la película más horrenda y macabra que he visto nunca. Es posible que lo sea. Desearía que las horribles imágenes y las horribles situaciones que se plantean en la película nunca hubieran entrado en mi conciencia, donde dejarán un residuo de horror, de miedo y de suciedad. Pero eso ya no tiene remedio.

 

La cosa que me gustaría decir al respecto es que aunque yo piense que The Road es una película horriblemente desagradable, quizá la más desgradable que he visto en mi vida, eso no quiere decir que piense que es una película mala. Que una película o un cuadro o una novela sean desagradables no quiere decir que sean malas. Esto es evidente.

 

Se puede argumentar que una obra de arte no es sólo una construcción formal como creían los formalistas rusos de principios del siglo XX (no, ni siquiera ellos creían esa simpleza) o como quizá quiso creer que creía cierta crítica francesa de rango nietzscheano allá por los sesenta y los setenta. ¿Podría considerarse «buena» una película que incitara a la matanza de judíos o que incitara a la violación de menores aunque estuviera muy buen dirigida, fotografiada, montada e interpretada? La cuestión es complicada, y no pretendemos resolverla aquí.

 

El hecho es que hay muchas obras de arte que son repugnantes, o que fueron consideradas repugnantes en su tiempo, y cuya alta calidad artística nadie discute. Pensemos en Saturno devorando a su hijo de Goya o en Tito Andrónico de Shakespeare, por ejemplo. Uno de los grandes proyectos estéticos del modernismo del siglo XX fue, como bien sabemos, incorporar lo desagradable, lo feo, lo deforme, al discurso de la alta cultura.

 

No, decir de algo que es horrible, desagradable, morboso (los adjetivos que se usaron con Oscar Wilde, con Baudelaire y con tantos otros) no puede suponer un juicio estético. Pero precisamente por eso (y esto es lo que quería decir), precisamente porque es absurdo decir que una obra de arte es mala porque es morbosa, igualmente absurdo es decir que es buena porque es morbosa.

 

Suponer que el carácter macabro y repugnante de una obra es un valor estético es un pensamiento tan extraño como el opuesto. Sin embargo, compruebo una y otra vez que este carácter horrible y repugnante es uno de los factores que más se valoran últimamente en las obras de arte. Hoy en día se considera que la calidad de una película o una novela depende de su capacidad para horrorizar y asquear.

 

Yo no acabo de entenderlo. 

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