Un vez conocí a Luis Racionero. Había quedado con un amigo en uno de esos bares para puretas que me encantan, el Dry Martini, al que voy de vez en cuando. Llegué diez minutos tarde. Cuando entré, vislumbré a mi amigo sentado junto a un hombre mayor que tenía el aspecto de haber salido de otra época: perfumado y con un fular de seda en el cuello. Cuando me senté, sin saber quién era el honorable gentleman, saludé mi amigo, que me dijo:
—Mira Laura, este es Luis XXXXX –y hubo interferencias en el apellido: un vaso cayó al suelo en la mesa de al lado, así que me quedé sin saber quién era aquel tal Luis.
Mi amigo siguió la conversación como si nos tuviéramos que conocer por fuerza y empezó a hablar sobre las cosas que nos unían.
—Seguro que os habréis cruzado mil veces en este mundillo… es tan pequeño.
Ahí empecé a ponerme nerviosa. ¿Habría olvidado su cara? ¿Dónde me lo podía haber cruzado? ¿En la editorial? Eso seguro que no… ¿Luis… Luis qué? El único que me vino a la cabeza en ese momento fue Magrinyà. Pero no, no me sonaba.
Entonces me vi forzada a intervenir porque el señor me miraba con suspicacia. Tenía que decir algo rápido. Algo inteligente. Cuando pienso en eso, en decir “algo inteligente”, la suelo pifiar bastante. Son segundos trágicos en los que me tiro a la piscina. Así que hice una rápida deducción: como mi amigo tenía un programa de radio pensé que se conocerían de ahí. En un momento me monté la película de que el tal Luis había sido su maestro en la radio y mi amigo el aprendiz. Lo tenía: podía decir algo que, sin llegar a ser brillante, me sacaba del paso.
–Entonces… vosotros dos… ¿os conocéis de la radio? ¿Trabajasteis juntos?
En una simple frase cometí dos errores garrafales: lo de la radio y hablar en pasado asumiendo que, obviamente, Luis no trabajaba ya.
Mi amigo se quedó de piedra y el gentleman me miró con frialdad e indignación.
—No Laura, este señor es Luis Racionero…
Me puse roja y creo que dije algo así como que lo había confundido, pero me interrumpió Racionero:
—Déjalo. Es normal: en tu generación no hacéis más que jugar con las maquinitas estas y no sabéis nada –y señaló a mi móvil.
No hubo marcha atrás. Intenté pedirle perdón por no saber quién era pero fue en vano. Quise tomarme el bloody mary de un trago al ver que, al poco rato, Racionero se levantaba indignado y se marchaba del bar.
En boca cerrada no entran moscas, que decía siempre mi abuela. Pues eso.
Desde entonces le debía una a Racionero. Por ello decidí enmendar mi error estos días leyendo sus memorias, que tienen un nombre absolutamente maravilloso: Sobrevivir a un gran amor seis veces. ¡Seis veces! El libro está dividido en dos partes. La primera, a la que él llama teoría es una exposición de las líneas generales de su pensamiento acerca de la naturaleza de las mujeres y de las diferencias que existen entre el comportamiento de éstas y el de los hombres. En la segunda nos describe sus seis relaciones principales, dos de las cuales acabaron en matrimonio. En resumen: la primera parte es la destilación intelectual de lo contado en la segunda. Me imagino, por el tono y por lo que cuenta, que es un libro que podrá molestar a mucha gente y sobre todo a mujeres –es un poco misógino–, pero no se puede negar que el tipo es divertido e irónico. Hasta dar con la existencia de este libro no conocía a nadie que hubiera salido completamente ileso después de vivir un gran amor. Siempre quedan marcas y resacas de las rupturas. Secuelas que uno a veces arrastra toda la vida, como esas antiguas marcas de las vacunas. Pero según Racionero, hay vida después de la tormenta. Uno puede enamorarse como un tonto, hacerlo incluso seis veces –qué suerte, ¿eso no ocurría una vez en la vida?-, y no sólo sobrevivir a las mareas de la pasión si no tener aún las ganas de contarlo en unas memorias.
Parece obvio que en este campo de las relaciones de pareja, a Racionero no le ha ido demasiado bien, al menos aparentemente, pero haber sobrevivido a tanto vaivén emocional tiene su mérito. Karmelo C. Iribarren, con toda la razón del mundo, advertía aquello de que enamorarse es fácil; lo que es difícil es salir entero de una historia de amor.
Mientras escribía esto, en el bar ha empezado a sonar ‘ will always love you, de Withney Houston. Tremendo. En un momento he vuelto a mi infancia y a El guardaespaldas, a Kevin Costner rescatando a Whitney Houston en un concierto. Otro gran amor, en este caso de los de Hollywood. La chica del mostrador ha empezado a tararear el estribillo y he sonreído para mis adentros. No sé cómo se sobrevive a un gran amor, la verdad, habría que pedirle consejo a Racionero. Ahora que ya sé que no trabaja en la radio le escribiré un email para que me cuente cómo salió ileso de ese tema que nos tiene preocupados a todos: cantantes, escritores, poetas, artistas. Aquí va una nota: Señor Luis Racionero, lamento profundamente haberle confundido con un locutor de radio, pero le agradecería que me contara cómo ha sobrevivido seis veces a un gran amor cuando la mayoría ya nos contentaríamos con haberlo hecho solo con uno. Atentamente: La chica del móvil.