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Mientras tantoSobrevolando Lérida

Sobrevolando Lérida


 

He visto hoy durante unos minutos la intervención de Junqueras en el juicio a los líderes independentistas. Junqueras es tierno. Siempre está como a punto de llorar. Es fundamentalmente un romántico independentista, yo diría que el único. A su lado los demás parecen unos degenerados, miembros del aparato y sus confluencias sin sentimiento ninguno.

 

Todo como muy alemán democrático y soviético. Miren si no a la terrible Forcadell. Yo la imagino con chaqueta y falda marrón por debajo de las rodillas tocada con un gorro estilo legionario a la puerta de una sala de interrogatorios de la Stasi, aunque eso era antes. Ahora parece más un pajarillo aterido. Poco queda de la jactancia inicial de los procesados y nada de sus sonrisas altivas.

 

El único al que nunca vi sonreír en este proceso fue precisamente a Junqueras. Sólo hasta ahí fue respetuoso con la gravedad de lo que (le) acontecía y consigo mismo. Junqueras podría escribir cartas con pluma de ave bajo un candil en su celda. Ese es su romanticismo. Son las lágrimas aquellas en la radio: “Hagámoslo, hagámoslo…” Es la perseverancia lacrimógena en su independentismo atávico que ha acabado por superarlo. Contrapongamos a Cuixart, ese sátiro callejero. O al otro Jordi cuya profundidad de ojos, como la del Popeye de Faulkner, me recuerda a las entradas al otro mundo de Stranger Things.

 

A Junqueras yo lo sentaría en un alto, aparte de los otros, sobre una silla de campaña napoleónica, en deferencia a su diferencia. Lo malo es que ha perdido la razón. Esa tonsura suya le reafirma estéticamente en su íntima condición de mártir enajenado. Romántico y bueno, pero enajenado. Yo lo condenaría, si tuviera esa potestad, a veinte años en una cárcel que recreara una Cataluña independiente, algo parecido al show de Truman, donde todos pudiéramos verlo cambiando de canal y él fuera feliz en el engaño.

 

A una convicción como la suya sólo la puede satisfacer el engaño. El mismo que es esa Cataluña secuestrada y relatada por profesores como Junqueras y mantenida por esbirros como Sánchez o Cuixart. Me acuerdo de esas fotografías de los nazis que tantas veces he visto en los libros y en los documentales. Esas grabaciones en blanco y negro o coloreadas en las que se les ve sonreír y bromear totalmente ajenos a su sinrazón.

 

Me acuerdo, sobre todo, de ese pensamiento mío: cómo unas personas podían tener tan interiorizado un sentimiento que les hacía negar la realidad y transformarla en un relato falso y ominoso y asesino. Quitemos el holocausto y aquí tenemos a nuestros nazis catalanes. Unos como de película de destape (en la que Puigdemont es el ligón) que también empiezan a utilizar estrategias personales de defensa y amnesias puntuales más allá de la República que definitivamente no existe.

 

Estaba pensando esta mañana, mientras veía a Junqueras gimotear las leyendas surgidas de su averiado caletre, en el fracaso estrepitoso y el ridículo de los abogados defensores que tuvieran la tentación de basar su defensa en la cantinela de las ideas. Esas mismas que chorrean ya en la boca de Rufián, por ejemplo. Que miren a Nuremberg. Tengo la impresión de que se está agotando el relato al fin, de que después de este juicio la mentira va a quedar sin carcasa y los afectados literalmente desnudos, lo cual no era difícil de imaginar con la intensidad de un gran juicio penal, lejos de los eslóganes de un minuto donde hasta ahora se sostenía, incluso Junqueras, con su corpachón, como sobre una hamaca mediterránea que se empezara a descoser por el centro.

 

Hace más de cien años que se aseguraba la revolución en Cataluña. La inteligencia es la que la posponía siempre como un ideal hasta que llegaron los últimos tontos para atreverse con la utopía que ha creado hasta millones de tontos, como algunos de los que se sientan en el banquillo, esa atracción de feria, del Supremo. Véase a Romeva, por ejemplo, que bebe en cantimplora en la sala (por temor a ser envenenado, digo yo), el mismo que alertó en el Parlamento Europeo sobre la amenaza de invasión en Cataluña tras ver dos cazas sobrevolando Lérida.

 

Uno de estos días, no muchos más, los coloridos sentimientos se apagarán del todo en Madrid con los oscuros procedimientos. Ya han empezado entre los procesados a apagarse los unos a los otros, incómodos ante semejante exposición a la realidad. Siempre hay uno que empieza a desdecirse y a claudicar, amable y colaborativo, y ese ha sido hoy Forn, el agujero por donde se va a empezar a vaciar la mentira y esa chulería impropia que va a pagar mayormente el único golpista que al menos nunca se comportó como un chulo. Pobre Junqueras.

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