Durante el verano hemos sido testigos y partícipes de días de playa y piscina tumbados al sol para conseguir ese tono de piel tostado, ansiado color que se asimila como sinónimo de descanso o vacaciones. Otros blancos -afortunados ellos-, como Julio Iglesias, lucen moreno todos los días del año.
El cambio de tono de piel es un proceso biológico que nos afecta a todos al exponernos al sol. Incluso a personas de color… negro. De hecho, la primavera pasada bromeaba con un amigo de raza negra sobre el tono de su piel diciéndole que le encontraba más moreno, a lo que él respondió afirmativamente, añadiendo que esa misma mañana había estado jugando al golf. La responsable de ponernos morenos –como se nos ha bombardeado hasta la saciedad en campañas publicitarias sobre bronceadores y en otras preventivas del cáncer de piel- es una proteína que se llama melanina que fabrica unas células que están en la piel llamadas melanocitos. Cuando los melanocitos se exponen al sol se activa una cascada de acontecimientos que, en definitiva, provocan que aumente esta proteína, y como su color es marrón oscuro… a mayor cantidad de melanina, más marrón (morena) se colorea nuestra piel.
Cuando nuestro organismo no produce esta sustancia, y suele suceder por un problema genético, padecemos una enfermedad –en la antigüedad y en algunos poblados de África considerada maldita, que hace que el pelo y la piel sea extremadamente blanca. Esta enfermedad provoca, por ejemplo, problemas de visión haciendo que la luz se disperse en el interior del ojo con lo que su calidad de visión es muy deficitaria. A estas personas las conocemos como albinos.
La moda, el canon de belleza, dicta ahora que lo moreno es salud, incluso para la iconografía de los nuevos vampiros, a quienes ya no molestan los rayos de sol. Aunque no siempre fue así en la vieja Europa (ver los Románticos), ni en otros continentes (los famosos polvos de arroz que blanqueaban la piel de las geishas), en determinadas tribus urbanas como los góticos (cuya religión le prohíbe tomar el sol), o llevado al extremo, basta recordar los ríos de tinta (negra) que se han vertido para narrar la metamorfosis epidérmica del recientemente fallecido rey del pop Michael Jackson.
Realmente ¿Qué le pasó? ¿Padeció alguna enfermedad? Sabemos que existe un conjunto de patologías llamadas discromías que deja zonas de la piel sin pigmentación, pero sería mucha casualidad que alguna de esas enfermedades le saliera sólo en la cara y sin pequeñas zonas con la coloración normal.
Aunque Jackson nunca lo admitió, sólo reconoció alguna de sus operaciones de estética, se trató con una serie de sustancias para evitar que el pigmento melanina apareciera en su piel y por consiguiente tuviera su tono oscuro natural. Como otros asuntos de su vida, las sustancias formarán parte del secreto, aunque es bastante probable que se trate del monobencil eter de hidroquinona o el ácido kójico. Sin definir los mecanismos que emplean para decolorar la piel, simplemente hay que comentar que actúan bloqueando la producción del pigmento melanina o bien destruyendo las células que la producen (los melanocitos), siendo la consecuencia, en cualquier caso, una disminución en el tono de la piel.
Estas y otras sustancias tienen que ser empleadas bajo supervisión médica pues como cualquier otro fármaco, sin control pueden dar lugar a peligrosos efectos secundarios. Respetando la libertad individual de cada persona, y una vez debidamente informado de las consecuencias que para la salud tiene el mantener artificialmente el color oscuro o claro de piel. ¿Por qué desde la superioridad de nuestra raza blanca nos parece tan normal que Julio Iglesias se empecine en mantenerse 365 días al año como un tizón y nos sorprende hasta el humor negro que una persona de color quiera permanecer blanco? ¿Acaso el hombre blanco es el único que tiene derecho a elegir el color de su piel?
Jesús Pintor. Bioquímico.