El triunfo del Brexit en el Reino Unido anticipa la nueva línea de fractura que marcará el combate político e ideológico en las próximas décadas. La lucha entre los ganadores de la globalización y los perdedores del orden mundialista. El combate entre los cosmopolitas partidarios de los poderes transnacionales y su “fin de la historia” capitalista frente a la resistencia de los soberanistas que buscan refugio en el moribundo Estado-nación.
El continúo ascenso de partidos identitarios en casi todos los países de Europa revela una tendencia a la rebelión frente al establishment. Algunos de estas nuevas fuerzas reclamaron referéndums similares a las pocas horas de producirse la victoria del leave en Reino Unido. Las predicciones demoscópicas sobre el avance del Frente Nacional en Francia, o sobre el triunfo electoral del Partido de la Libertad en los Países Bajos y Austria, auguran la posibilidad de un Frexit, o un Nexit que dejarían herido de muerte el proyecto de acuerdo mercantil de las oligarquías liberal burguesas de Europa.
Al mismo tiempo, los países del este reafirman su negativa a la unidad individualista del capital y a la posmodernidad de las identidades líquidas. Definen una idea bien diferente de la casa común que predice una progresiva separación de un proyecto político que no es lo que imaginaron tras la noche del Gulag. Circunstancia que hace posible un giro estratégico hacia actores internacionales declarados non gratos por el orden mundial unipolar diseñado por pensadores liberals.
Cartografiar esta revuelta contra las élites y las razones que la inspiran es imprescindible para entender que están diciendo los pueblos. Escuchar su voz es la única forma de evitar que la rebelión del voto protesta se convierta en el fuego de la revolución violenta. O el probable apoyo, abierto o soterrado, de una parte significativa de la población y sus representantes políticos a poderes que les puedan proteger de amenazas cada vez más presentes en sus pueblos y ciudades.
Describir la historia de cuatro personajes imaginarios que sean el retrato robot sociológico de este conflicto global. Esa es la idea que inspira este breve ensayo-ficción, permítanme la licencia más literaria que académica. A partir de aquí narraremos las vidas de Declan Ramsey, Lindsay Cooper, Mohamed Ezzat, y Carol Sikorski.
El relato se sitúa en las calles y ambientes británicos. Pero esta historia podría haberse situado en cualquier país de Europa occidental o central. El caso yankee presenta tintes propios del excepcionalismo americano. Sin embargo, el triunfo de Trump en las primarias del Partido Republicano y el escaso margen que las encuestan otorgan al probable triunfo de Hillary Clinton (con todo el apoyo de la amalgama del poder político, industrial y mediático estadounidense) están mostrando las mismas inquietudes.
El largo viaje de Declan Ramsey
Imaginen una mañana lluviosa del final de la primavera en una estación londinense. Digamos que la escena podría suceder en Paddington Station, uno de los nudos de comunicaciones del área central de la metrópoli. Situémonos a principios de junio de 2005. En uno de los bancos de la plataforma 10, un treintañero espera el tren a Swansea que sale a las 08:45 de la mañana. Se llama Declan Ramsey y regresa a casa. Hace año y medio que perdió su profesión y no puede continuar viviendo en Londres. No es ciudad para pobres. Los últimos meses trabajó como camarero, friegaplatos, aparcacoches, conductor de autobús, dependiente de un Subway… Oficios temporales y de bajos salarios. Lo suficiente para pagar 800 libras mensuales por una habitación y otras 250 por la Oyster Card, el bono para el carísimo servicio de transporte público. Con el resto de dinero que le quedaba de su salario, unos 650 pounds, podía comer y malvivir.
El día es frío y la espera aumenta la sensación de derrota de un parado que había soñado con dejar a tras las miserias de los desheredados. Se siente perdido, así que regresa a su pequeño rincón de Gales. Allí no tiene futuro, pero al menos tiene su propia casa. Si además tiene la suerte de encontrar un trabajo podrá añadir cierto grado de libertad y dignidad a su existencia. Siempre que no sea un empleo basura. Sabe que no lo va a tener fácil y que ha fracasado en su vida. Tampoco se lo han puesto fácil. Dicen que en la sociedad liberal capitalista todos juegan con las mismas reglas. “Sí, puede ser, pero algunos llevan las cartas marcadas”, piensa Ramsey.
Nuestro protagonista nació en 1971 en un pequeño pueblo no muy lejos de Swansea. Su padre era un minero que perdió su modo de ganarse el pan cuando el Consejo Nacional del Carbón (NCB) propuso el cierre de 20 de las 174 minas propiedad del estado, lo que supuso el despido de 20.000 mineros.[1] Las regiones industriales del Reino Unido (y de otros países del viejo continente) hace tiempo que se han convertido en desolados paisajes de “arqueología industrial”. Manda la City y el poder financiero internacional. La deslocalización de la producción de manufacturas a la gran fábrica china expulsa hoy a los hijos de aquellos obreros del mercado laboral.
Ramsey vio a su padre consumirse en la desesperación de quien no tiene un empleo ni expectativas de conseguirlo. Al terminar sus estudios secundarios, Declan tuvo que embarcarse como soldadito marinero en un buque de la Royal Navy. Primero al Golfo Pérsico y más tarde a colaborar en el descuartizamiento de los Balcanes para más gloria del orden liberal y sus oligarquías.
Cuando se licenció de los juegos de guerra se ganó la vida como limpia de cubierta en un gran crucero. Por allí solían habitar felices niñas ricas que descansaban de sus estudios en pijas universidades donde se enseña la estafa y el business (en realidad vienen a ser lo mismo la una y el otro, en opinión del marino).
Cansado de ser un vagabundo de los mares, Declan decidió comenzar una licenciatura cuando tenía 28 años. Le había costado diez años y dos guerras reunir el dinero para poder costearse los estudios. Parecía el triunfo para este hijo de un minero que se pasó media vida en las fronteras del lumpen. Se decidió por estudiar sociología a tiempo parcial en una universidad pública de una de las pequeñas urbes costeras del sur de Inglaterra. Como el modelo educativo era semipresencial y solo debía ir a tutorías los miércoles, jueves y viernes por la tarde, esto le permitía trabajar en el mantenimiento de los barcos del puerto de la ciudad.
Al terminar su licenciatura puso en juego todos sus ahorros para pagarse un máster en economía internacional y globalización de una prestigiosa escuela londinense de economía y ciencia política. Era el todo o nada, la quema de las naves. Si conseguía un trabajo después del máster tendría un futuro, si no lo lograba volvería a los territorios del lumpen que habitó su padre.
Por aquel entonces, no conocía Ramsey la Teoría del credencialismo del profesor Randall Collins.[2] La sociedad industrial demanda cada vez una mayor cualificación a la fuerza laboral. Esta exigencia se incrementa aún más en la era digital. Aumenta el periodo de estancia en universidades, escuelas de negocios, centros superiores de estudio… La edad de inserción laboral, en caso de lograse, se retrasa de forma considerable. Durante cinco décadas, el consenso socialdemócrata posterior a la Segunda Guerra Mundial estableció una progresiva reducción de las cohortes generacionales. A cambio, los hijos de las clases populares pudieron acceder de forma masiva a los estudios superiores y a elevados estándares de bienestar social.
Sin embargo, esto provocó una inflación de diplomas que terminó por devaluar las titulaciones. En el mejor de los casos, la utilidad profesional de los conocimientos y destrezas adquiridas no se ve reflejada en el incremento del nivel salarial de los licenciados por el exceso de oferta. En el peor, aumenta la competencia por los puestos de trabajo otorgando una mayor posición de poder a las empresas. Los títulos son una condición necesaria, pero no suficiente, para el acceso a las posiciones cualificadas.
En consecuencia, la educación deja de ser un factor corrector de las desigualdades sociales. El tiempo y el esfuerzo invertidos en la adquisición de conocimientos no sirven para labrarse un futuro. Aquellos que por causa de su status participan de las redes de poder e información alcanzan con mayor facilidad posiciones elevadas en la jerarquía profesional.
Es lo que se ha dado en llamar el mercado primario de trabajo. Aquellos trabajadores excluidos de estas redes de trabajo por razón de su baja cualificación o de la inutilidad de sus calificaciones académicas se verían condenados a la inestabilidad en el empleo, a los puestos mal remunerados y la imposibilidad de ascenso en la escala social. Los académicos han definido este proceso como segmentación del mercado laboral.
Una situación que lleva al incremento de la frustración y la rabia de los segmentados, de los Declan Ramsey de Europa. Circunstancia que alimenta el crecimiento de las opciones políticas antisistema.
—Nuestros viejos nos han engañado –le dijo una vez un amigo. Habían estado bebiendo en un garito cercano al Subway en que trabajaban. Por allí pasaba gente gastada después del trabajo, individuos que no querían volver a casa para no tener que contemplarse en su individualidad.
—Sin duda. Las generaciones que nacieron entre 1945 y 1970 fueron los niños mimados de la Historia. ¡Joder! Desde la cuna tuvieron el mayor grado de libertad y protección social que hubiera tenido nadie nunca. Pero los muy putos hicieron una revolución. Una rebelión de niños pijos claro. No había cojones para pegar un solo tiro. Se metieron de todo, follaron más que nadie y se pulieron la herencia. ¡Y encima lo teorizaron! Se inventaron teorías emancipadoras para terminar de emputecerse y emputecernos. Querían liberarse de las ataduras sociales, de toda restricción a la libertad individual. Las tradiciones como experiencia acumulada de la humanidad, la permanencia de la comunidad, nada de eso significaba nada para ellos. Hablaban de solidaridad, pero rompían el marco natural donde ha de producirse. Lo malo es que nos toca pagar a nosotros la factura.
* * *
El andén empieza a cobrar actividad. Tres chicas con acento italiano esperan cerca de él. Hablan en voz alta con el griterío propio de las voces chillonas. Otras tres simpáticas orientales (él no sabría definir si su nacionalidad es china, japonesa o coreana) hacen fotos a todo lo que se mueve. Dos hombres sij descienden de otro convoy que acaba de llegar. Ataviados con llamativos turbantes anaranjados, caminan resueltos hacia la Circle line. Les acompaña una bonita chica punyabí vestida con un pantalón gris perla y una elegante camisa blanca que cubre con una chaqueta de punto color ocre. Al otro lado de la plataforma, una venerable ancianita entra en escena con el aire turbio y acerado de Miss Marple. Le pregunta a Declan si ese es el lugar para ir a Gales.
La mujer tropieza cuando dos chicos antillanos cruzan corriendo de un lado al otro del apeadero. “Fucking bastards”, rezonga la abuelita con cierta dosis de veneno. Una mujer velada con un negro niqab se esfuerza por subir al vagón. Cubre por completo su rostro, su cabeza y su cuerpo. Unos guantes, también del color de los cuervos, completan el atuendo. Está rodeada por cinco críos que revolotean alrededor de ella haciendo la situación un tanto angustiosa. Una empleada del ferrocarril trata de ayudar, pero los pequeños se resisten a darle la mano con una mueca de asco y hostilidad.
El ferrocarril de las 08:45 a Swansea ha llegado puntual a la plataforma. Los viajeros suben al vagón y a Declan Ramsey le toca un asiento junto a la enlutada musulmana. El galés le da una ojeada a su pasaporte donde envejecen los sellos de aquellos viajes que ya no volverá hacer. Después de los años de la huida marinera y de la libertad errante de los hombres sin puerto, se supone que ha vuelto a casa. Pero después de ver el paisaje de los andenes de Paddington se pregunta: ¿Qué coño es eso de ser británico?
Dos horas y cincuenta minutos más tarde han llegado a Newport. Es momento de hacer trasbordo. Otro interlocutor se acerca a Ramsey preguntando por el lugar para coger el nuevo convoy. Un tipo polaco que no supera los treinta y seis pero que no tiene menos de treinta. Con los nervios y los miedos del recién llegado, anda buscando el modo de terminar su viaje. Está preocupado porque no entienden bien el inglés y tiene miedo de perderse o llegar tarde al cambio. Nuestro protagonista le tranquiliza: “Es aquí, aún tiene que venir”.
Se presenta como Carol Sikorski, de Białystok, una ciudad de casi trescientos mil habitantes muy cerca de la frontera con Bielorrusia. Más tarde hablaremos más de él, pero por ahora baste decir que Declan y Carol se han reconocido. Ambos son hijos de la low middle class de Europa. La prole de los campesinos, obreros y artesanos que pudieron empezar a comer tres veces al día con el desarrollo del Estado del Bienestar. Ese socialismo cristiano que diseño Otto von Bismarck, el prusiano Canciller de Hierro[3].
El final del viaje de un proletario galés
Desde aquella mañana de junio han pasado once años. El final de la primavera de 2016 anuncia inquietudes en las islas. Los medios hace meses que discuten sobre la conveniencia del referéndum para la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Declan mira las noticias en televisión mientras come. Un experto menosprecia las razones de los partidarios del leave.
—Es un error histórico. En el mundo de la globalización las naciones han muerto. El futuro es de los que se mueven, de los inmigrantes nómadas que se van, los que quieran permanecer atados a la tierra perderán. Los estados no podrán detenerles, solo tienen que levantar los campamentos e irse, exactamente como en la época del Imperio Romano. No han entendido nada de lo que ha ocurrido en el mundo en los últimas cinco décadas.
Las palabras del estirado periodista, especializado en asuntos internacionales, se interpretan como un insulto más de las élites del capitalismo financiero hacía los pueblos. El tipo fue corresponsal de la cadena pública de radio y televisión. Ahora se ha reconvertido en investigador principal de un pomposo think tank (depósito de ideas) pagado con dinero público pero al servicio de intereses muy privados.
“Los barbaros nómadas destruyeron Roma, la civilización la construyen siempre los campesinos enraizados en sus bancales. Esto se olvidó de contarlo el portavoz del poder”, masculla Ramsey entre dientes, como un grito ahogado de rabia. Al igual que en su selección interesada de la historia no cuenta que los que parecen débiles terminan por ser los esclavizadores de aquellos que pierden su lugar en el mundo.
Gráfico 1: sobre la percepción de los intereses a los que sirven los gobiernos
Tabla elaborada con datos de Transparency International, 2014. [4]
Ramsey cree que los partidarios del leave lo han entendido todo perfectamente. Las clases populares están perdiendo la seguridad que propiciaba el sistema de protección social y las fronteras tangibles del estado-nación. Será porque la patria de los ricos es su dinero. Pero los pobres desgraciados solo tienen el suelo que habitan, la sangre de la comunidad en la que se reconocen, el estado que los cobija y las leyes sociales que los protegen. El odio al establishment crece segundo a segundo.
Después de ver en televisión al portavoz de las oligarquías instaladas en su dinero transnacional, Declan entró en su biblioteca para consultar un libro leído durante sus inútiles estudios universitarios. Titulado La paradoja de la globalización[5], de él recuerda bien Ramsey la tesis del Trilema Político de la Economía Mundial. El libre comercio y la libertad de circulación de capitales benefician a algunos grupos sociales cuya riqueza se dispara. Pero socavan las bases de las economías nacionales y de los sistemas de redistribución de la renta. La hiperglobaliazación exige atar los gobiernos a las exigencias de una gobernanza transnacional en manos de las oligarquías globales. Necesita de una dirección tecnócrata que olvide la voluntad y las exigencias de las masas. Es la revolución de las élites del capital frente a sus pueblos.
Así pues, los estándares laborales descienden ya que las empresas acudirán allí donde la mano de obra reduzca sus costes salariales. Si además existe un menor grado de sindicación o de regulaciones legales, empujaran los sueldos de los países más desarrollados a la baja. Los empleos empezaran a peligrar también.
Otra alternativa es exportar en masa a los dóciles trabajadores del tercer mundo hacia Europa. Mediante esta forma de dumping social los salarios mínimos y las regulaciones desaparecen de facto. Hay una nueva mano de obra a la que pagar por debajo de lo establecido en los convenios sectoriales.
Se establece una nueva lucha de clases, mucho más compleja que la definida por Marx. Ya que en ese combate también se enmarcan luchas de pueblos, naciones, culturas, religiones y civilizaciones. Es un combate en el que los trabajadores inmigrados, aliados (al menos al principio) del establishment van socavando la posición social ganada durante décadas de lucha por los obreros de Occidente. La pauperización de las clases medias es su consecuencia. Ramsey tuvo noticia del aumento de la tasas de mortalidad entre la clase media blanca de los Estados Unidos por un informe elaborado por la Academia Nacional de Ciencias y publicado en un diario. Así como del incremento de las desigualdades en el Reino Unido según los datos del coeficiente de Gini que elabora Banco Mundial.
Gráfico 2: Informe PNAS sobre el incremento de las tasas de mortalidad entre la clase media blanca de los Estados Unidos.
Fuente: Diario El Confidencial y la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos.
Por tanto, el trilema consiste en conjugar tres elementos en contracción en el orden liberal post guerra fría: estado-nación, democracia y globalización. Pero como Ramsey estudió, no es posible la coexistencia de los tres. Si se quiere globalización habrá de limitar la democracia con el propósito de minimizar los costes de las transacciones económicas internacionales. Otra alternativa es despedirse del estado nación y globalizar la democracia, pero no existe un demos universal que haga posible la democracia global. El demos está ligado a un territorio dado definido por unas fronteras y formado por grupo humano cultural e históricamente determinado. Esta es la elección de las oligarquías gobernantes, una elección falsaria porque llevará al fin de la soberanía nacional y también de la democracia, pues será controlada y manipulada por tecnócratas sin contar con la voluntad de un pueblo inexistente.
Pero Declan Ramsey sabe muy bien que sus intereses pasan por la permanencia de una nación británica dominante sobre el territorio de sus islas. Allí donde un pueblo libre pueda decidir qué hacer con su destino.
—Un estado nacional soberano es la única esperanza para los que no tienen otra cosa que el suelo que pisan. Los ricos pueden irse en sus jets a cualquier parte. Siempre habrá algún sitio para sus jodidos millones. Pero los muertos de hambre como tú y como yo solo tenemos la patria, la gente en la que nos reconocemos y que estará dispuesta a pagar con sus impuestos una cierta justicia social a los suyos. Eso debe ser un estado, la expresión política de una comunidad humana definida por lazos de historia y origen. Una entidad que pone en conjunto los recursos de todos para garantizar que el hijo del último carbonero o pastor de ovejas pueda ser, si tiene méritos para ello, el siguiente jefe de estado o el autor de un nuevo Hamlet. Así reflexionaba nuestro galés unas noches después de oír en la tele al estirado vocero del poder tomando una pinta de cerveza con aquel polaco del tren.
—No me jodas, ¿ahora te has vuelto marxista? Mira Declan, siempre habrá una élite que gobierne cualquier comunidad humana, cualquier entidad política. La historia de la humanidad es la lucha entre las élites. Los pobres diablos como nosotros nunca han contado una mierda.
—Hemos hecho revoluciones, hemos forjado imperios, construido naciones, culturas y civilizaciones. Sobre todo nosotros los campesinos hemos sido el motor de la historia –contrareplicó Ramsey a la respuesta de Sikorski.
—Sí, pero el volante lo han llevado otros. Al final siempre ha habido unos pocos tipos que han subvertido nuestras esperanzas y la sangre que nosotros hemos derramado. Las vanguardias revolucionarias son siempre las oligarquías del mañana, algunas especialmente totalitarias. En especial, los administradores de la igualdad que solo admiten como medio de participación la vía de una secta-partido que secuestra al estado. Proclaman los derechos del hombre y del ciudadano y dejan al individuo a merced de un estado todopoderoso que lo aplasta. Un individualismo sin más referente que el partido-estado. No ha habido clase más privilegiada, y más blindada en sus privilegios, que los jerarcas revolucionarios de la hermandad proletaria. Y yo lo sé bien, soy un maldito polaco y lo he vivido.
—No me has entendido. Claro que los individuos no son nada como meras piezas de un gran Leviatán socialista sin otra identidad que el de súbditos de un partido único, ajenos a su historia como pueblo. Meros productores de una mentirosa fraternidad universal que es más fraterna para el secretario general que la administra. Ni puede existir un estado que merezca tal nombre si no es la expresión política de una comunidad social que ha de respetar las instituciones intermedias de las que se ha dotado ese grupo humano: la identidad que se ha otorgado, las iglesias que han constituido, las organizaciones de producción cooperativa, las pequeñas industrias que se han forjado o las asambleas de las que se han dotado… Los burgueses que encabezaron las doctrinas marxistas mentían cuando decían que los proletarios no tenían otra patria que el socialismo. Bazofia para mentes idiotas, tú lo sabes bien. Cuando los soviéticos se vieron con el agua al cuello en la Segunda Guerra Mundial, ¡entonces recordaron aquello de la sagrada Rusia! Sí, son los pobres son los que más necesitan las patrias. Sobre todo, cuando en el reverso liberal del Leviatán socialista, una clase dominante ha desatado un juego global por la rapiña y la riqueza y ha perdido frente a las élites de otros pueblos más jóvenes, más rabiosos y más hambrientos de riqueza y poder. Una gran partida de ajedrez que iniciaron porque sus pueblos resultan demasiado onerosos y su mano de obra adquirió más derechos de lo admisible. Es entonces cuando la vieja oligarquía encuentra un súbito amor por el cosmopolitismo. Tienen que vender a su gente para que un proletariado exterior[6], con menos derechos y menos cansado, sea más rentable y más productivo. Pero ese nuevo proletariado, una vez sometido el viejo pueblo y ocupado su espacio, también quiere asaltar el poder. Es entonces cuando las cosmopolitas castas de la civilización perdida mudan definitivamente de piel y se convierten en los más integristas de la nueva cultura. El peaje del converso. Porque han de convertirse y pasar a formar parte de las élites vencedoras de juego global que perdieron. No les queda más remedio si quieren conservar los restos del poder y el privilegio. Los proletariados ganan y pierden los espacios, forjan imperios, naciones y civilizaciones. Son esclavos y esclavizan, no nos engañemos, los pobres no son siempre inocentes, unas veces son víctimas y otros victimarios. Pero al final siempre surge una vanguardia que retiene el control del poder, en eso llevas razón, por desgracia.
—Oye Ramsey, ¿no creerás que yo soy el proletariado exterior a la conquista?
—Bien sé que no –dijo Declan riéndose y en tono de broma añadió: “Aunque muchos lo piensen. Tú, puto polaco, formas parte del viejo proletariado corrompido y demasiado caro, igual que yo”.
En los últimos años ha ido encadenando trabajos temporales mal pagados. Empleos que no duraban más allá de seis meses con largos intervalos en el paro. Las zonas rurales de Inglaterra y Gales sufren índices de paro considerablemente más elevados que las grandes urbes. Allí, en los epicentros del capitalismo global, los dueños de las compañías transnacionales prefieren mano de obra del proletariado exterior que trabaja por salarios de novela de Victor Hugo.
El día anterior al famoso referéndum Declan se pasó la mañana enviando curiculums vitae a las más diversas ofertas de empleo. Un par de meses antes había muerto su padre, aquel minero que arrastró su existencia mientras le quitaban los pocos restos de dignidad que aún le quedaban cuando le recortaron su pequeña pensión. A veces, en los periodos de desempleo del hijo, era el ingreso que les permitía comer. Las medicinas para su enfermedad le resultaban a veces demasiado caras.
Ramsey y un amigo algo más joven, para no desistir de la lucha por el pan, tomaron por costumbre reunirse en el café del pueblo. A veces se acercan a Swansea, pero el bullicio de la ciudad ha dejado de gustarles. El Cisne Negro tiene acceso a internet, así que desde allí pueden registrarse en varias webs de trabajo. En los últimos meses han renunciado a sus supuestos oficios y al supuesto background que les proporcionan sus diplomas universitarios. Buscan cualquier cosa que les permita regresar al mercado laboral. Han perdido por completo la fe. Ni siquiera buscarían de no ser porque juntos, con sus portátiles, pueden sobrellevar la frustración. El día 23 de junio se levantó temprano para ir a votar. Voto leave, voto brexit. Eligio poder determinar quién es y cómo quiere gobernar su propia casa.
La vida solidaria de Lindsay Cooper
Un lujoso piso de Grosvenor Crescent, en pleno barrio de Belgravia, muy cerca de Hyde Park Corner y de los jardines de Buckingham y Kensington Palace. Una chica levemente rubia de unos 30 o 31 años. Un gran salón biblioteca con una chimenea donde arde el fuego. La habitación, enmarcada por estantes de madera de caoba rebosantes de libros, tiene tres sofás de cuero blanco en forma rectangular. Uno frente a la chimenea y otros dos perpendiculares a ella formando dos ángulos rectos con el primero. Sentada sobre el que permanece frontal al fuego, la chica lee en un atril de madera negra, a juego con los muebles. Frente a ella, entre medias de los sofás, una mesita donde permanece una taza de fina porcelana con un té. La imagen misma del sólido poder de la alta burguesía.
Pero la foto podría inducir a engaño. A pesar de provenir de una estirpe de banqueros, algunos de sus antepasados han sido poderosos miembros de la City, Lindsay Cooper no es una muchacha burguesa convencional. Ella se considera una atrevida pensadora de vanguardia, mujer moderna, rebelde y sofisticada. Se precia de haber viajado por todo el mundo y se siente orgullosa de su cosmopolitismo. No le gustan los catetos soberanistas e islamófobos. Trabaja en la fundación que financia y depende del banco de su familia. Una discreta entidad dedicada a promover valores del progresismo liberal y ligada con los créditos de desarrollo a países del tercer mundo. Un medio excelente para que la institución financiera familiar expanda sus intereses a las economías en desarrollo. Algo que a principios del siglo XXI propició su expansión internacional y la diversificación cultural de sus accionistas y del consejo de administración.
Los Cooper aún son propietarios del 25% de las acciones, pero los activos han crecido de forma exponencial con la inversión directa en el mercado financiero global. Poseer una cuarta parte de un gran banco mundial propicia ganancias muy superiores al 100% de uno centrado en las islas.
Es sábado por la mañana, aún es muy temprano y su jornada empieza más tarde los fines de semana. Repasa la historia de los Banu Qasi. Una poderosa familia de la España visigoda que multiplicó su influencia y riqueza con la llegada de los árabes a la península. Tras su conversión, el clan muladí fue dueño y señor de la cuenca media del valle del Ebro, creando su taifa independiente aunque tributaria del emirato de Córdoba. Lindsay se deleita con la Historia. Conocerla significa comprender los giros inesperados de las relaciones de poder. Ilustra más que los viajes, aunque menos que las reuniones en los clubs del gran mundo. Allí la información práctica de los juegos soterrados por la prevalencia y el dominio quedan fuera del conocimiento de tratadistas y escritores, al menos eso es lo que piensa ella.
Mira el reloj, llega tarde, así que debe salir corriendo. El sábado es un día muy activo en la cosmópolis posmoderna. Trabaja hasta media tarde. Luego, la agenda marca una jornada de esfuerzo solidario. Lindsay colabora en varias ONG, una de ellas controlada por el patronato de la compañía familiar. Incluso a veces, la joven Cooper entrega parte de sus vacaciones viajando a lejanos lugares para colaborar en la protección de la infancia desvalida.
Después, cuando los oscuros y tempranos atardeceres empiezan a convertirse en noche cerrada, un par de horas de gimnasio antes de las mundanas reuniones sociales. Hace tiempo que estableció una cita con un amigo egipcio, Mohamed Ezzat, abogado de profesión y vecino de los refinados jardines y campos londinenses.
Llega diez minutos tarde a la sede central de la organización solidaria internacional. Situada en plena City no por casualidad, más bien porque el altruismo interesado es la forma moderna de la influencia: “Si lográis que se aplique la agenda de liberalización comercial y un acuerdo preferente para algunas minas de coltán… Sí, entonces financiaríamos el proyecto de inversión en infraestructuras para el país”, esa fue la promesa del consejo de administración del banco a su filial para la obra social cuando hubo una reclamación de fondos para un país africano.
Encima de la mesa del despacho, Lindsay tiene un informe sobre dos posibles proyectos de cooperación para el desarrollo de dos comunidades empobrecidas. El primero desarrolla un plan para la dotación de un centro de salud en Lahore, la segunda ciudad más poblada de Pakistán, con 10 millones de habitantes. La capital del Punyab pakistaní es, fue y será un gozne del subcontinente indostánico. La inversión podría mejorar las condiciones de vida de la población y ayudar a aumentar los lazos de amistad con el gobierno provincial del territorio más poblado de Pakistán: sus casi 82 millones de habitantes lo hacen interesante para las inversiones, quizá algún acuerdo preferencial en materia económica, tal vez la regulación de flujos migratorios de mano de obra barata, etcétera… En definitiva, se extiende el soft power de la clase dirigente mundial. Antes quizá podría habérsela llamado británica.
El segundo sorprende a Lindsay y no parece tan beneficioso ni para la fundación bancaria ni para el buen desarrollo del orden liberal progresista. Se trata también de una dotación para centros sanitarios. Aquí no hay que construirlos, se trata de establecer los medios para una mejor atención de los problemas de salud de la población en riesgo de exclusión social de los barrios bajos de… ¡Glasgow! “¡Qué diablos hace este proyecto sobre mi mesa!”, piensa la niña Cooper. No conoce los bajos fondos escoceses, pero esos tipos de prominentes barrigas, tan británicos, tan borrachos… Esos dipsómanos son un puta carga para las clases elevadas del país: “ellos no tienen problemas, simplemente no les gusta trabajar”. Para su sorpresa, el informe presenta un estudio publicado en 2011 por The Guardian[7] en que se muestra cómo la esperanza de vida de los barrios marginales de Glasgow es la misma que en… ¡Etiopía! “Que bajo han caído esos malditos viejos blancos, lectores (es un decir) de tabloides, apegados a sus botellas de whisky, sus reality shows, su maldito fútbol… ¡Es tiempo de irse muriendo, putos! Es la hora de los ciudadanos del mundo”.
El banco de los Cooper tiene el 45% de las acciones de un trust multimedia. Plataforma de tv digital, estaciones de radio, periódicos, revistas, etcétera… Los programas estrella del grupo mediático se dedican al reality y canales temáticos deportivos. Los programas culturales ocupan menos del 5% de su parrilla. El tiempo dedicado a documentales e informativos no lo superan. ¿Ofrecen al pueblo lo que pide, o les conviene un pueblo idiotizado? Pan y circo, decían los romanos.
Mientras repasa el informe de Glasgow, recuerda Lindsay el discurso de un galés bajito, pelirrojo y algo pasado de kilos, un tanto grimoso por su tez más pálida que la leche y su figura redonda como una sandía. Cree recordar que se llamaba Declan Ramsey. Se encontró con este orador en Hyde Park Corner un viernes de hace casi 12 años. Regresaba de la universidad cuando se dio de frente con un rostro conocido, lo veía con frecuencia en las aulas de su prestigiosa London School. Uno de aquellos viejos que hacían máster pero que nunca llegarían a ser más que números en la cola del paro. Ella tenía 18 y había empezado aquel mismo año su BSc in Government and Economics. Casualmente lo había conocido un par de años antes en un crucero por el Mediterráneo, en Malta. El tipo era un operario (obrero o trabajador no son vocablos dignos en boca de una niña bien) de la naviera. Se dedicaba a fregar la cubierta del barco y otras tareas de mantenimiento.
Aquel día pontificaba sobre un tema muy de moda en los despachos de Whitehall:
—Mientras la clase media y trabajadora wasp (blanca, anglosajona y protestante) se desliza por la pendiente de la degradación y el envilecimiento, las clases establecidas en el poder liberal se encuentran preocupadas por la sobrecarga del Estado. Los deberes contraídos por los estados en relación con los derechos sociales ganados por los pueblos estorban a la oligarquía instalada de la globalización.
“El lumpen tenía razón”, pensó la heredera Cooper. “La deuda pública de los países europeos avanza de forma ineludible a medida que las coberturas sociales (en sanidad, educación, pensiones, subsidios, etcétera) dejan de ser sostenibles. La inversión de la pirámide demográfica los hace imposibles. El nuevo orden mundial dictamina que estos tipos se las arreglen por sí mismos. ¡Si es que pueden! La clave es bajar salarios y lograr menos cargas sociales para el estado. Los pueblos de Europa se han convertido en un lastre”.
La decisión era fácil. La inversión se realizó en Lahore, Pakistán, el proletariado exterior es más prolífico y exige menos derechos, menos sanidad, menos pensiones….
Cosmópolis, territorios entre las élites y el proletariado exterior
La niña Cooper tiene cita con un joven letrado, defensor de los intereses del petrodólar en la City desde hace casi un lustro. De origen egipcio, creció en el borough de Tower Hamlets, exactamente en el distrito de Bethnal Green. Sus padres llegaron al Reino Unido en 1979 con sus tres hijos y su hija menor, aún un bebé de pocos meses. Mohamed Ezzat tenía solo dos años cuando se instalaron en su nueva casa de Brick Lane. El padre conducía el autobús nocturno que cubría el trayecto con Whitechapel. No tenían apenas dinero para costearse una vivienda decente. Así que la familia Ezzat se apiñaba en un cubil maloliente, repleto de moho por la humedad, en el quinto y último piso de un edificio antiguo. Lo pagaban con el dinero del subsidio social que la municipalidad les otorgaba por ser una familia numerosa perteneciente a un grupo étnico. Más tarde Mohamed también pudo estudiar con una beca del gobierno para jóvenes de las minorías. Se decidió por hacer Derecho en la Universidad Metropolitana de Londres. Uno de sus profesores lo definió como un tipo agradable y pacífico con sólidos valores. Su primer trabajo fue como miembro del equipo de asesores legales de una organización de lucha contra el racismo y más tarde se sumó al grupo de picapleitos de la Asociación Musulmana del Reino Unido.
En el mismo edificio donde el pasó la infancia y donde continuaban viviendo los padres, en la puerta de enfrente, vivía un tipo extraño. Un wasp fuera de su territorio, en los límites de una no go zone. Los barrios sin ley de Europa, allí donde imperan los señores del terror. Un lugar poco recomendable para un galés pelirrojo y anglicano. Al parecer había vivido antes en otro de esos distritos fuera de la ley británica, en concreto en Waltham Forest. Allí había habido un intento de establecer la sharia, la ley islámica basada en las enseñanzas del Corán[8]. El pelirrojo galés se había topado una noche con la policía religiosa y había recibido una notable paliza. Después de aquello se vio obligado a pagar la yizia[9], el llamado “impuesto de protección” que los no musulmanes deben entregar como signo de sumisión al poder islámico en los limes de Dar al-Islam, la casa del islam.
Ramsey acudió al hijo de los vecinos, el pacífico Ezzat abogado de la causa antirracista, en busca de protección legal. Le respondió que la política de la ONGE era no defender a la mayoría blanca racista y privilegiada. Además, le recordó que no podía hacerlo. El sagrado Corán decía: “¡Combatid contra quienes habiendo recibido la Escritura no creen en Dios ni en el último día, ni prohíben lo que Dios y Su enviado han prohibido, ni practican la religión verdadera, hasta que humillados, paguen el tributo!”[10]. Él se opone a la violencia pero no puedo actuar contra sus hermanos en la umma, la comunidad de creyentes.
Qatar Petroleum, la compañía del emirato del golfo, se fijó en él cuando defendió a los chicos de la British Muslim Youth (las Juventudes Británicas musulmanas) de Rotherham. En la pequeña ciudad de South Yorkshire se habían descubierto los abusos sexuales generalizados de grupos organizados de ciudadanos islámicos a niñas inglesas. Los muchachos de la BMY hicieron un llamamiento para boicotear a la policía por la investigación sobre las violaciones. Sostenían que suponía la “marginalización y la deshumanización” de los musulmanes[11]. El grupo llamaba a los musulmanes a cortar cualquier tipo de relación con las fuerzas de seguridad. Ezzat argumentó que se trataba de un acto racista del “poder blanco” y logró que se sancionara a los funcionarios y policías que habían investigado las agresiones sexuales a las niñas de Rotherham.
* * *
No vivía demasiado lejos así que llegó pronto y hubo de esperar en aquellos modernos sofás de color claro. Lindsay aún no había regresado y el libro permanecía sobre el atril. Lo hojeó y no pudo evitar una sonrisa: “van comprendiendo”, pensó. Ella no tardó mucho en llegar una vez terminados los compromisos con las instituciones no gubernamentales y fundación solidaria. Se conocieron hace más de cinco años un tarde de carreras y equitación en Ascot cuando él ya había iniciado su nuevo y lucrativo empleo en Qatar Petroleum. Dos años después, los dos coincidieron en una conferencia de un centro de estudios islámicos. El joven abogado de origen egipcio tenía maneras suaves y refinadas, y nunca afrontaba los temas de forma directa. Los rodeos eran algo normal en él. Tiene 39 años y entiende con claridad cuál es la esencia del poder, al fin y al cabo ese es el asunto fundamental que se dirime en los juicios y actos legales en los que interviene.
—¿Has visto las noticias? –preguntó Lindsay. Ese payaso bocazas de Trump va a terminar siendo nominado, espero que Hillary le dé una buena patada en el trasero el primer martes de noviembre.
Se habían sentado uno frente a otro en los sillones perpendiculares a la chimenea, bien cerca del fuego. “El muy estúpido se atreve a elogiar a Putin. ¿Acaso no sabe cuáles son los intereses de su clase? No parece uno de los nuestros, ya sabes, un sofisticado neoyorkino. Debería de comprender que nuestros intereses están ligados a vosotros, en especial a los Saud. Te pido disculpas por la torpeza de nuestros votantes. ¡A veces pueden ser realmente vulgares!”.
—En cambio ella lo entiende muy bien, Clinton –respondió el príncipe Ezzat. La verdad es que vuestros pueblos están resultando ser una carga… son… gente corrompida, y cuando las culturas se degradan la solución de los Banu Qasi es la única posible, ya sabes el libro.
El mayordomo londinense de los señores de las arenas del desierto nunca perdía las formas suaves y delicadas. Sonreía de una forma casi imperceptible, como con desgana. “Por eso utiliza la mano de obra de un proletariado más valiente y que aún tiene fe en su religión universal[12]. En Siria, por ejemplo, nuestros chicos le hacen el trabajo sucio a los Clinton”.
—Oh, ella es una mujer maravillosa, verdaderamente liberal y progresista. Ella defiende el sistema de mercado porque proporciona un modelo económico verdaderamente emocionante. Las oportunidades de negocio son cada vez mayores y las facilidades para encontrar factores de producción a bajo coste nunca fueron tan elevadas. Además, Hillary defiende los valores del feminismo y la transformación contracultural de la sociedad. Los patriarcados están en la última agonía. El futuro de la humanidad pasa por fusionar las tesis del libre mercado de Adam Smith con el marxismo cultural de Antonio Gramsci. Si los pueblos se sueñan libres y los individuos independientes de las cargas de la familia y la responsabilidad, entonces es más fácil construir un mundo de cosmópolis fabriles cargadas de masas consumidoras.
—Intuyo que esas masas llegarán a Occidente desde las culturas bárbaras del sur. ¿No es así? Si vuestros súbditos se han vuelto demasiado onerosos y exigentes, entonces las que vosotros suponéis gentes dóciles con ansias de capitalismo, libertad, y democracia les sustituirán. ¿Podríamos llamarlo la gran sustitución?”.
Mohamed hablaba lento, pensando cada palabra. Miraba de forma segura y directa como si sus ojos estuvieran en punto elevado, en el rostro de un gigante que mira a una multitud de enanos.
—Pero dime Lindsay, ¿has considerado la posibilidad de una revolución? Quizá el proletariado interior este menos domesticado de lo suponéis. O tal vez el proletariado exterior sea menos dócil de lo que pretendéis y tenga otros proyectos.
—Nuestros padres se les anticiparon. Hicimos una rebelión para hacer imposible cualquier intento de subversión del orden burgués. Eso fue el 68. Los hijos progresistas y visionarios de la oligarquía burguesa iniciaron una segunda transformación liberal contra el regreso de los reaccionarios y el ascenso al poder del bolchevique de la estepa. Frente a los socialismos leninistas y los socialismos feudales de las ideologías fuertes y tradicionales, nosotros disolvimos el orden de las doctrinas de la religión, la comunidad, la autoridad, la familia, y la solidaridad nacional de las identidades premodernas basadas en el origen, la cultura y la fe común. Superamos la modernidad de la sociedad de la primera revolución industrial hasta llegar a la era digital donde los hombres serán individuos sin otra identidad que la construida para ellos por las élites[13].
—De acuerdo, el proletariado occidental es basura. Ese frente lo tenéis controlado. Pero, ¿Estás segura de que los proletariados de todas las culturas son igual de corruptibles? Los estados son la expresión política de las relaciones de poder en una sociedad y un territorio. ¿Seguro que podréis evitar cualquier proceso revolucionario de las masas recién llegadas de las culturas bárbaras? ¿Acaso suponéis que todas aceptan la disolución que promueve la posmodernidad?
—Para eso estamos construyendo un Estado Universal[14]. La UE dictará cuáles serán los valores de sus habitantes, en qué deben creer y no creer. Se les dictará cuáles han de ser sus patrones de consumo y su modo de producir. Se les dirá cuál es su identidad, aquella que dictamine el trozo de plástico al que llamamos Documento Nacional de Identidad. Sin más referencia para el individuo que su pertenencia a un Estado Transnacional más liberal que europeo. Se hará que se entretengan con una cultura del espectáculo mientras otros pensamos por ellos. Mientras piensen en su próxima pareja sexual o el próximo modelo de teléfono no pensarán en cuál es su relación subordinada frente al poder. Se impedirá todo acto de rebelión aislándoles socialmente con modelos de familia improductivos. Quien no tiene prole esta menos dispuesto a empuñar las armas para alcanzar el poder o derribar a los opresores. Y mientras languidecen las viejas culturas se irán incorporando masas de otros puntos del planeta que nos seguirán aportando la fuerza de trabajo para que en Europa y Estados Unidos permanezcan las élites que dominen el mundo[15]. Todas ellas sucumbirán al soft power de la vieja burguesía, el poder de la comodidad, la tecnología y la libertad de costumbres es más fuerte que cualquier fe, cualquier vieja identidad, cualquier cultura nacional o ideología.
—Quizá deberías leer más atentamente el libro que tienes sobre el atril –dijo Ezzat con su casi imperceptible sonrisa del que mira en la lejanía del tiempo por venir y mira más allá del quien tiene al lado.
Los dos estaban dispuestos a votar remain al día siguiente, los dos estaban resueltos a apoyar a Clinton, Hollande y Merkel. Pudieran votar o no, tenían los contactos y la oportunidad para hacerlo. Pero tenían motivos bien diferentes. Lindsay Cooper lo hacía para asegurar el poder de clase, él para garantizar que el proletariado exterior continuará adquiriendo poder frente a los envejecidos pueblos de Europa, luego se ocuparían de tomar el poder frente a la oligarquía que ahora soñaba con perpetuarse en el dominio.
Sikorski, o el error de Declan Ramsey
Nueve de la mañana de un sábado de septiembre en la estación de tren de Newport, Gales. Corre el año 2016. Carol Sikorski regresa a Polonia después de más de una década trabajando en el Reino Unido. Al igual que en el viaje de regreso a casa de Declan Ramsey, a Sikorski también le invade una sensación de derrota y miedo al futuro. Llegó con 50 libras en los bolsillos y la idea de cumplir sus sueños. Tras la caída del muro de Berlín, Polonia quedó del lado de la periferia sometida al centro capitalista radicado en los fortines anglosajones. Pero había quedado del lado del crimen comunista tras la Segunda Guerra Mundial. Le tocó lo de abajo de forma sistemática. Atrás habían quedado los tiempos de aquellos jinetes alados que salvaron a Europa y a la Cristiandad de las vesanias del turco[16].
Había ido a la universidad. Y al igual que Declan Ramsey fue el primero que lo hizo en su familia de campesinos polacos. Había estudiado Psicología y se había especializado en etología humana. Quería ser investigador pero se quedó para siempre como fontanero. La familia marca mucho. El índice socioeconómico de los padres determina el futuro de los hijos antes de haber nacido en porcentaje algo más que significativo. Difícil que el retoño de un Juan Nadie sea otra cosa que nadie. La última década se la había pasado desatascando tuberías sin provecho económico alguno. Un ir tirando sin poder ahorrar un solo céntimo. El futuro era una aventura incierta que presentaba tintes oscuros y mucha angustia por una existencia fracasada e inútil. No se iba por el Brexit, aunque sabía que sus compatriotas tendrían que regresar a Polonia más pronto que tarde. Los británicos aún no habían descubierto que el Imperio Británico había dejado de existir. Algunos pobres viejos engañados y la oligarquía ciega aún se creen que son más compatriotas suyos los bengalíes del viejo imperio victoriano que los pobres desgraciados de la vieja Europa.
Su amigo Declan Ramsey llegó corriendo a la estación del tren. Había poca gente a aquella hora y sesteaban la espera en sus rincones de existencia ajenos los unos a los otros. Quería despedirse antes de que aquel polaco regresará a su país. No había duda, era un tipo agradable y comprendía los males de nuestro tiempo.
Los dos sabían que estaban de acuerdo en lo esencial: creían en la comunidad, en un orden multipolar, en el retorno de los valores del trabajo y la honestidad, en una economía del ahorro y no del endeudamiento, de la producción y no de la especulación. Creían en la soberanía de los estados, en la Historia maestra de los pueblos, en la meritocracia y la igualdad de oportunidades, en un orden económico al servicio de las clases medias. Creían en la propiedad privada de los medios de producción, pero no en la concentración de los poderes económicos en manos de unos pocos oligarcas globales.
Desde luego sabían que el Estado debía tener el papel principal en determinados sectores: el monopolio legítimo de la violencia, la energía, transportes, la educación, la sanidad pública, la imposición de reglas de juego a la banca como el 100 por 100 del coeficiente de caja, la Tasa Tobin y otras medidas para evitar los abusos de la libre circulación de capitales, el retorno al patrón oro, la denuncia y derogación de los tratados de libre de comercio como el TTIP o el NAFTA… Había que establecer normas a la anarquía global y a sus señores.
Declan Ramsey le saludo con tristeza y cierto tono de vergüenza:
—Yo no voté el Brexit contra ti Carol. Supongo que lo sabes. Mi miedo son los bárbaros de la jungla de Calais, no un hermano de la White Working Class.
—Lo sé. Pero os manipularán el Brexit para que las élites continúen en sus negocios. Además Declan, siento decírtelo, pero es un error inmenso. Los Estados-nación han muerto, es inevitable. Las fuerzas desencadenadas por la globalización revientan sus cimientos. Solo hay un camino para salvar a las naciones de Europa: unirlas en un gran proyecto político, trascenderlas. Regresar a la unidad del espacio cultural y civilizatorio que las hizo posibles. Vosotros no lo veis, pero estamos ante el retorno de los Imperios.
—¿Los Imperios? ¿Acaso pretendes que volvamos a la era colonial?
—Los imperios coloniales fueron entidades depredadoras[17]. No hay duda de ello. El corazón de las tinieblas los nombró un polaco que vosotros llamáis escritor inglés. Rapiña pura al servicio de las oligarquías del orden liberal. Imperialismo, fase superior del capitalismo, lo definió Vladimir Ilich Ulianov. Lenin era un asesino de masas, ingeniero de la mentira, dinamitero de los cimientos de Rusia. Pero en eso tenía razón, la verdad es la verdad. Fue quizá la primera globalización. Los pueblos de Europa amenazaban con la rebelión general y había que buscar un proletariado dócil que permitiera la acumulación de capitales. Digamos que fue el primer tratado mundial de libre comercio. Eso fueron el Imperio Británico y el francés de la grandeur. Más tarde lo fue también el Imperio rojo a su comunista y estatal manera de explotar. Pero hubo otros Imperios Generadores: el romano, el bizantino, el español, el carolingio, el sacro romano germánico, el austro-húngaro que los heredó, hasta el zarista antes de devenir en corrupto y mesiánico por obra y gracia de una reina demasiado fogosa y mística. Todos ellos fueron la casa común de naciones étnicas que compartían un mismo orden cultural, económico, político y social. Todos bajo la identidad común que proporciona una religión o una civilización creada por la ideología de un poder soberano. Fueron la nación política de naciones étnicas hermanadas por una fe.
—¿Y cuál es la coherencia histórica de ese tipo de entidad política? ¿La identidad que dota la fuerza y el poder? ¿No es acaso el mismo discurso de las oligarquías, no es exactamente eso la UE?
—No, no lo es. La diferencia está en poner de nuestro lado el poder en el gran juego global que los oligarcas han ideado. Nosotros, el proletariado interior, debemos imponer nuestro Estado Civilización[18], nuestra identidad. Toda clase, etnia, religión, imperio, nación o civilización busca que su yo domine sobre otros yos para imperar o acotar un espacio político que le permita desarrollarse. Todo grupo humano busca extenderse y prevalecer, necesita asegurar el control de un territorio, de un hogar nacional. Y la mejor forma de hacerlo es mediante una idea universal, casi siempre suele ser una religión. Aunque en el mundo de hoy una religión puede ser una fe política. Quien no se expande, quien retrocede, quién cede su espacio y pide perdón será el refugiado de mañana. Vivimos sobre los restos de imperios y civilizaciones. El futuro es de los imperios que se reafirman: Rusia, China, India, el islam. Europa siente vergüenza de sí misma, se detesta y aborrece su historia… ¿Cuál es la coherencia? Debemos hacer fuerte la verdad de nuestra identidad frente a la mentira de aquellas imaginadas por los oligarcas globales. Naturalmente, ya no habrá un Imperio con un zar autócrata. O tal vez sí, no lo sé, todo depende del grado de desesperación. Nuestro Estado Civilización habrá de superar el ámbito de la Nación para ponerse al servicio del proletariado interior.
—Entiendo, pretendes robarles su proyecto. Las oligarquías perderían el control de su Estado Universal mediante el que dominan al proletariado interior. Se trata de hacerles una revolución para subvertir el orden político, social y económico que pretenden imponer como única alternativa. Tomar el poder de la unidad política de Europa. ¿Pero cómo articularías ese Estado Civilización?
—Habría de ser en forma de red, algún tipo de federación. Quizá a través de un partido político paneuropeo que saltase por encima de las fronteras nacionales con un programa de acción. Un teórico social progresista habla del Estado Red[19], el único posible en la sociedad global donde la información y la comunicación son poder. La interconexión de los medios internacionales de masas por encima de las fronteras permite que las referencias de identificación y de lealtad superen el ámbito del estado nación. Medios como Al-Jazeera encuadran al proletariado exterior de origen musulmán y dota las bases militantes de los grupos islamistas. Ellos son sinceros consigo mismos y se sienten ajenos a los pueblos que los acogen. En cambio, la clase trabajadora interna no tiene una referencia de comunicación que no sea la voz de los oligarcas liberales. No tenemos un discurso, una narrativa sobre quiénes somos, sobre nuestra historia y nuestra posición en el mundo. Necesitamos una CNN de la European White Working Class. No importa que tengamos de nuestro lado la razón, la justicia y la verdad. Estamos en la edad de la comunicación, es decir, en la era de la manipulación y la mentira.
La lluvia fina de Newport empieza a calar los abrigos. El tren que llevará a Sikorski camino a Heathrow reclama a los últimos pasajeros. No se volverán a ver. Saben que la suerte les mantendrá en la trinchera de los derrotados. Declan Ramsey no volverá a encontrar trabajo y se deslizará por la pendiente amarga de la miseria. El polaco Carol malvivirá en una ciudad que nadie conoce y a nadie le importa, allá en las praderas próximas a un país olvidado.
Bibliografía:
Anderson, B. (2016). Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. London: Verso Books.
Bueno, G. (1999). España frente a Europa. Barcelona: Alba Editorial.
Castells, M. (2014). Comunicación y Poder. Madrid: Alianza Editorial.
Collins, R. (1989). La Sociedad Credencialista. Sociología Histórica de la Educación y Estratificación. Madrid: Akal.
Kaplan, R. D. (2012). La venganza de la geografía . Barcelona: RBA.
Kern, S. (2016). La islamización de Gran Bretaña. La Ilustración Liberal, 124.
MacEoin, D. (28 de Mayo de 2016). ¿Ley de la sharia, o una ley para todos? Gatestone Institute, págs. https://es.gatestoneinstitute.org/8150/ley-sharia.
Rodrik, D. (2011). La paradoja de la globalización. Barcelona: Antoni Bosch.
The Guardian, S. C. (8 de Junio de 2011). Glasgow: The city where they die young . págs. https://www.theguardian.com/uk/2011/jun/08/glasgow-city-where-die-young?fb=optOut.
Toynbee, A. J. (1985). Estudio de la Historia. Barcelona: Planeta.
Antonio Muñiz es politólogo de formación y escritor por devoción. Trabajó en la sección de cultura de ABC y realizó reportajes y entrevistas para la revista digital madrilánea. Máster de Periodismo por la Universidad Complutense, escribe sobre geopolítica en el blog geese capitol. En FronteraD ha publicado Un lugar en la tierra. Agee en el valle del Aramo.
[1] En marzo de 1984 el gobierno de Margaret Thatcher propuso el cierre de 20 de las 174 minas propiedad del estado. Más tarde afirmaría: “Tuvimos que luchar con el enemigo en el exterior en las Malvinas. Siempre tenemos que estar alerta del enemigo interno, el cual es más difícil de combatir y más peligroso para la libertad”. Se refería a los mineros de Gales, ¿tal vez enemigos de clase?
[2] (Collins, 1989) Sociólogo estadounidense teórico del conflicto social y el cambio político y económico.
[3] En 1870, la Alemania unificada del II Reich (1870-1918) estableció el primer sistema generalizado de protección social bajo el gobierno conservador de Otto von Bismarck. Sentó las bases del modelo corporativo de Estado de Bienestar definido por el sociólogo danés Gøsta Esping-Andersen.
[4] La organización no gubernamental Transparency International publica un informe anual sobre la percepción global de corrupción en cada país. La tabla que aquí se muestra forma parte del informe y mide la percepción de la población sobre los intereses que representan los dirigentes políticos de cada país.
[5] (Rodrik, 2011) El economista turco de origen sefardí Dani Rodrik es considerado uno de los economistas más influyentes del mundo y elaboró la tesis del Trilema Político de la Economía Mundial en su obra La paradoja de la globalización, donde hace un estudio histórico del proceso de globalización, dibuja un conflicto entre las decisiones democráticas de cada nación y las decisiones tecnocráticas de escala supranacional.
[6] (Toynbee, 1985) El concepto de “proletariado exterior” lo definió el historiador inglés Arnold J. Toynbee en su monumental Estudio de la Historia. Según el autor, en el momento de desintegración de las civilizaciones se produce un conflicto social entre una minoría dominante, un proletariado interior y un proletariado externo, el conjunto de hordas bárbaras que se apiñan alrededor de la civilización y termina por eliminarla.
[7] (The Guardian, 2011) El diario británico The Guardian publicó en junio de 2011 un informe sobre la esperanza de vida en Glasgow según el cual los ciudadanos de la ciudad escocesa tenían la misma esperanza de vida que los de Albania. Los peores barrios de la ciudad se equiparaban a Etiopía.
[8] (MacEoin, 2016) El analista y escritor Denis MacEoin hace en ¿Ley de la sharia, o una ley para todos? un relato de la situación en los barrios de Europa donde han existido intentos de aplicar la ley islámica en Europa.
[9] (Kern, 2016) El politólogo y profesor estadounidense Soeren Kern relata en este artículo las denuncias de extorsión y violencia de los presos no musulmanes de algunas cáceles británicas que se ven obligados al pago de la yizia.
[10] Sura 9 Aleya 29 del Corán.
[11] (Kern, La islamización de Gran Bretaña, 2016) Kern cuenta cÓmo los jóvenes musulmanes de la British Muslim Youth boicotearon a la policía por la investigación de los abusos sexuales producidos durante más de una década en Rotherham.
[12] (Toynbee, 1985) En Estudio de la Historia, Toynbee señala que el producto principal de los proletariados oprimidos por una minoría oligárquica son las “Iglesias o Religiones Universales”. Esta nueva fe universal derriba el viejo orden para establecer una nueva civilización o conquistar el espacio de otra en fase de decadencia.
[13] (Anderson, 2016) El politólogo marxista Benedict Anderson sostiene en su obra clave
Imagined Communities que las naciones y el nacionalismo son fruto de la modernidad. Conceptos creados con fines políticos y económicos por el estado capitalista. Las naciones y las identidades serían comunidades imaginadas que tienen su origen en una construcción social por la extensión de la imprenta con la que se difunden narrativas inventadas sobre un grupo social. Por el contrario, las tesis del profesor Anthony D. Smith, de la London School of Economics, sostienen la preexistencia de las identidades étnicas o nacionales (etnosimbolismo), donde las naciones tienen un origen premoderno basado en comunidades culturales preexistentes que funcionan como elemento constitutivo. Sieyès, uno de los principales teóricos de la Revolución francesa, sostenía la necesidad de diferenciar entre los poderes constituidos y el poder constituyente. Los primeros son los otorgados por la nación preexistente a los poderes políticos del estado; el segundo es aquél que tiene la comunidad nacional previa al poder del estado y que otorga potestades de gobierno a los órganos del estado y unos determinados representantes en uso de su soberanía. Este poder constituyente sería el sustentado por el Tercer Estado, el pueblo. La idea que sostiene la protagonista de nuestro relato y la tesis de Anderson podrían tener desviaciones totalitarias en determinados proyectos de ingeniería social. Las tuvo con las teorías marxistas de estado y nación y las tendría si las “élites” aplican el programa sugerido por Lindsay Cooper.
[14] (Toynbee, 1985) El concepto de Estado Universal es desarrollado por Toynbee como el producto de una civilización en fase de decadencia. Una entidad política creada por la minoría dominante de una civilización que es agrupada bajo un mismo poder para asegurar el control y el poder de dicha minoría. Sin embargo, aunque el estado universal es creado por la oligarquía, a larga beneficia al proletariado externo ya que genera el poder estatal cuyo control tomará una vez que prevalezca el poder revolucionario que tiene mayor dinamismo social. O bien beneficiará al proletariado interno si la “iglesia universal” genera una nueva civilización sucesora de la anterior y que la trasciende fruto de la transformación en los órdenes político, social, económico y cultural.
[15] (Kaplan, 2012) El periodista, escritor y analista geopolítico estadounidense Robert D. Kaplan sostiene en su obra La venganza de la geografía la necesidad de un cierto grado de aceptación cosmopolita del proletariado mexicano en Estados Unidos con el fin de crear un Estado Universal en América del Norte “para poder imaginar una América multiétnica mestiza que sea el hogar preferido de las élites mundiales con ciudades cada vez más parecidas entre sí y conectadas con redes comerciales mundiales, una zona caliente de bajos impuestos donde se realicen las transacciones comerciales más importantes del planeta”. Páginas 415, 416 y 417.
[16] En 1683 las tropas del Imperio Otomano pusieron cerco a Viena, capital del Sacro Imperio Romano Germánico. Buscan someter a Europa al poder musulmán. El 12 de septiembre, tras dos meses de asedio, las tropas polacas y lituanas de la República de las Dos Naciones al mando de Juan III Sobieski derrotan al turco en la Batalla de Kahlenberg. Los jinetes de Sobieski se caracterizaban por llevar unas alas sujetas al espaldar de la coraza.
[17] (Bueno, 1999) El profesor Gustavo Bueno define en su obra España frente a Europa los conceptos de Imperio Depredador e Imperio Generador. El primero queda determinado como aquel en el que un Estado Hegemónico mantiene las relaciones de subordinación dentro de una estructura de dominación a escala interestatal pero hace desaparecer los Estados Subordinados preexistentes. El Imperio llamado depredador mantiene una política de saqueo y pillaje sin compartir la tecnología y exterminando las realidades que habitan los territorios intervenidos. Se caracteriza por el ejercicio de la soberanía absoluta y de la razón de estado del poder hegemónico (Páginas 186 y 187).
[18] Llamo aquí Estado Civilización a una entidad política que supere a los estados nación y que debe aglutinar al conjunto de naciones culturales y políticas que comparten un mismo orden civilizatorio. En este caso, el conjunto de pueblos de Europa que comparten la identidad común dada por la Historia, el cristianismo, la filosofía griega y el derecho romano. Una entidad que necesariamente habrá de construir un demos geográficamente limitado.
[19] (Castells, 2014) El sociólogo Manuel Castells define Estado Red como la transformación de sufrida por los Estados Nación mediante la cual se ven obligados a ceder y compartir su característica fundamental, la soberanía, con otros estados y niveles de gobierno verticalmente superiores e inferiores.