No tengo ni la menor idea de con quién estoy hablando y casi que prefiero no saberlo por la facilidad con la que se me trastabilla la lengua mientras aseguro sin el menor empacho que un Beirut sin bombas veraniegas es como una Suiza sin secreto bancario, con los conejos de pascua ahorcándose de las ubres de las vacas, los gnomos de jardín huyendo despavoridos hacia la frontera y convirtiendo a la confederación Helvética en el segundo país después de Siria en número de desplazados. Sí, le tengo manía a Suiza y no, ni la menor intención de tratármelo…
Lleva un montón de cuadraditos de colorines, estrellas y demás pegatas en la pechera de su uniforme militar. Acabo de señalarle cuál es el camarero inexperto, supongo que musulmán, que echa tanto vodka en los cubatas que podría causar cientos de bajas entre las tropas por ataque alcohólico nuclear. Ataviado con una ladeada y elegante boina suelta lo de siempre: “Oh, dulce rosal de mi jardín. Como osas lanzar soflamas a favor de la guerra. La guerra solo engendra dolor, sufrimiento, inmolaciones en masa de tíos puteados por la religión, porque el pollo del shawarma les salió quemado, porque su selección favorita de fútbol ha sido eliminada, por esa camiseta verde fluorescente de Armani que tienen que calzarse antes de intentar convencer a la extranjera de turno que lo suyo es amor. Eliminemos la guerra, volar de ratas al cielo, bailemos en corro, amémonos ya, que vengan los periodistas con sus faltas de ortografía a contar nuestra historia”.
Los militares, de qué coño quieren vivir entonces, me pregunto yo, anonadada por el éxtasis místico que nos rodea e imaginándome si esas máquinas de matar españolas que nos protegen de los israelíes en el sur llevarán por debajo unos calzoncillos patrocinados por Médicos por la paz.
Al fondo del jardín tres tíos cachas a los que solo les faltan las gafas de sol en mitad de la noche para que la mitad de las féminas empiece a tirarles las bragas, nos contemplan con gesto circunspecto, duros, firmes, tiesos, listos para detener un avance de la yihad islámica con los dientes, con el rabo, con lo que pida la patria. ¡España!, ¡qué se levante nuestra España!, o los restos que quedan de ella… Visten de camuflaje, con las pipas y navajas adosadas al uniforme, la katana en la espalda entre dos dagas, una vacuna contra el ántrax en un bolsillo del ceñido pantalón y una compresa extraplana y con alas en el otro por si hay que socorrer a alguna dama en apuros…..Eso son hombres y no los posters que nos regalaba de adolescentes la Super Pop con la cara de Jason Donovan y sus mariconadas de canciones. MP se lee en una especie de banda que lucen en el brazo a modo de torniquete; el sector gay de la velada apuesta entusiasmado a que las letras significan “se Maman Pollas” sin atreverse a ir comprobarlo personalmente. A ninguno de los presentes de enfermiza mente se nos ocurre pensar que detrás de las iniciales se oculte un simple Military Police.
Reconozco, a pesar de que está incluso más gordo y repeinado desde que se casó, a un viejo amigo libanés que me pagó unos meses por escucharlo y no corregirlo mientras él hablaba de geoestrategia mundial en español. Yo asentía, sorbía del café y solo exclamaba: joder macho qué inteligente eres, pedazo de análisis que acabas de marcarte, Kissinger no daría crédito y él soltaba la pasta. Me presenta a su amigo, un fulano medio descoyuntado y parapléjico que se sujeta sobre unas muletas y que curiosamente me resulta familiar por la prensa del día.
—Usted es el que esta mañana ha intentado escalar la Roca de las palomas (enseña beirutí donde las haya) y luego se ha hostiado….
—Sí, sí… ¿Cómo me ha reconocido?
—Hombre, no es habitual ver a tíos con medio cuerpo paralizado subir por una roca de 20 metros pero le felicito por su fuerza de voluntad.
El chaval suda como un cerdo, tiene los brazos llenos de arañazos y heridas después de caerse desde una buena altura protestando porque el Líbano no atiende las necesidades de las personas en sillas de ruedas. Conmovida me dan ganas de decirle, a ver, hombre de dios, lo suyo es encomiable pero… ¿usted aún no sabe el país de hijos de puta en el que ha nacido? Lo empujarían desde la roca con sus propias manos por dos kilos de explosivo.
El militar cubierto de condecoraciones se marcha ya con sus chicos. Saluda, se ha quedado encantado con mi descripción de Beirut: “Esto es Sodoma y Gomorra”.