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Mientras tantoSoluciones tecnocráticas y democráticas a la corrupción

Soluciones tecnocráticas y democráticas a la corrupción


 

No tengo vergüenza. Han pasado ya muchas semanas y aún no he respondido a Jaime G. Mora. Pero, entiéndeme, Jaime, hace ya mucho tiempo que no hago planes con mucha anticipación ni tampoco grandes propósitos. Es inútil. He asumido completamente las teorías de Ulrich Beck: estamos en la sociedad del riesgo, multitud de peligros están preparados para el asalto y desbaratar cualquier hoja de ruta que nos marquemos. Y yo lo que quiero es esquivar la aparición de sentimientos de frustración. Por eso, sólo voy a dar unos pocos títulos.

 

El primero, El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura, que finiquité a principios del verano y que cuenta la historia del destierro de Trotsky por diversos países y la vida de su asesino, Ramón Mercader, personaje no tan ruin como yo había imaginado. 

 

El segundo, el que acabo de terminar: Un puente sobre el Drina, de Ivo Andric, premio Nobel de ascendencia bosnia que murió en 1975 y que, por tanto, no fue testigo del fin de lo que un viejo camarada de Mostar al que hace unos días compré unos souvenirs revolucionarios califica como «la era de la libertad», que habría terminado a principios de los 80, con la muerte de Tito. Sí, todavía hay por esas tierras gente que echa de menos al mariscal.

 

El tercero es una selección de artículos periodísticos de Carlos Marx recientemente publicado en España al que ya era hora de hincar el diente y seguramente dé pie a algún artículo en esta bitácora. Y el cuarto, Crematorio, de Rafael Chirbes. Cuando acabe éste, será el momento de comenzar las lecturas por obligación, como El precio de un hijo. Los dilemas de la maternidad en una sociedad desigual, de Josune Aguinaga, o La nueva familia española, de Inés Alberdi. 

 

Pero esta entrada quiere ser algo más que una respuesta a Jaime, que hace unas semanas nos pidió a varios blogueros que contáramos qué íbamos a leer en verano. Porque en Un puente sobre el Drina encontré unas líneas que recuerdan mucho a la situación política España: 

 

«El visir estaba al corriente de que, durante aquellos dos años, día tras día, habían trabajado en las obras de doscientos a trescientos jornaleros, sin recibir un céntimo de salario, alimentándose a menudo por sus propios medios, mientras Abidaga guardaba para sí el dinero del visir (…) Como sucede frecuentemente en la vida, había disimulado su falta de honradez manifestando un gran celo y una severidad exagerada, de suerte que todo el mundo en aquella región (…) en lugar de bendecir la espléndida fundación piadosa, maldecía a quien la hacía levantar. Mehmed-Pachá, que durante toda su vida había luchado contra las malversaciones y la falta de honradez de sus funcionarios, ordenó a aquel enviado sospechoso que restituyese la totalidad de la suma, y que con el resto de su fortuna y su harén se trasladase inmediatamente a un pueblecito de Anatolia». 

 

Como diría Rajoy, «fin de la cita». 

 

 

Monarquías absolutas y regímenes tecnocráticos

 

El visir, en el antiguo Imperio Turco, era el primer ministro del sultán. El sultanato era un sistema absolutista. En esas circunstancias el monarca absoluto podía apartar del cargo a cualquier funcionario corrupto. Con la corrupción, sobre todo si es a costa de los ciudadanos, llegan las revueltas. Y hubo muchas mientras duró la construcción del puente sobre el Drina a su paso por Visegrad. Por eso, seguramente, no vamos a ser demasiado benévolos con el régimen, el visir no echó al funcionario encargado de vigilar las obras en un alarde de honradez, sino para preservar el orden en Bosnia, una de las regiones más occidentales y, por tanto, fronterizas, de su Imperio.

 

Cuatro o cinco siglos después, las cosas no han cambiado tanto. 

 

España tiene un problema sistémico: no está en la banca ni en su deuda, sino en la corrupción en que incurren las élites, no sólo políticas, sobre todo las económicas, aunque siempre de manera combinada. El modo en que se hizo la Transición, que dio todo el poder a los aparatos de los partidos, que se convirtieron en entes impermeables a lo que sucedía en la calle, tiene la culpa. La máxima preocupación de sus próceres era la estabilidad política: que no hubiera miles de partidos en el parlamento que lo hicieran ingobernable. Y que esas fuerzas políticas estuvieran lo más centradas y fueran lo más iguales posible. Quisieron crear algo parecido al orden de Cánovas y Sagasta, también sumamente corrupto, aunque de una manera algo más elegante, claro, y lo consiguieron

 

Una vez diagnosticado el problema, hay que resolverlo. Se han ensayado maneras: en Grecia y en Italia, para solucionar sus respectivos entuertos, se establecieron gobiernos tecnócratas. Éstos tienen una filosofía parecida a la de las monarquías absolutas, incluida aquélla de la que habla Ivo Andric. Dado que ni unos ni las otras tienen que concurrir a elecciones, pueden hacer «lo que hay que hacer»: «poner orden». Eso mismo le pidió el Rey Alfonso XIII a Miguel Primo de Rivera a principios de los años veinte del siglo pasado. Los Gobiernos tecnocráticos son, en definitiva, dictaduras. Las contemporáneas, con la misma filosofía que la patrocinada por los Borbones hace casi cien años: como una especie de periodo de excepción, como una suspensión temporal de la convivencia democrática. 

 

Tras una democracia de mentiras (la de la Restauración), gobierno de tecnócratas (la dictadura de Primo de Rivera) y, a continuación, ensayo de democracia de verdad (la Segunda República). ¿No podríamos repetir ahora el esquema? Hay que tener en cuenta que también en el siglo XIX hubo secuencias de ese mismo tipo. Somos insistentes en la comisión de errores.  

 

Pero es que tanto en Grecia como Italia las tecnocracias han sido un fracaso. Porque fueron diseñadas para servir a las élites económicas. Para lo que llaman «poner orden en las finanzas públicas» sacrificando al pueblo. ¿Y un Gobierno tecnócrata al servicio de los ciudadanos, que regenere la política española, que limpie el sistema de corrupción? Eso seguro que no nos llega desde Europa. Eso seguro que la troika no se lo impone a España. El Gobierno de Rajoy está siendo disciplinado en lo que a recortes se refiere y parece que da igual que durante dos décadas se hayan estado, al parecer, repartiendo sobresueldos en negro entre los altos cargos del PP y, además, con un dinero procedente de empresas que siempre esperan algo a cambio, en este caso, también presuntamente, obras públicas y concesiones. Las autoridades europeas han demostrado que lo que quieren es orden, aunque sea un orden corrupto. Y, además, como decíamos, quizás los fracasos italiano y griego les hayan quitado las ganas de realizar más intervenciones directas. 

 

 

La corrupción es la culpable de que la crisis en España sea peor 

 

No habrá intervención europea pese a que, como ayer explicó el coordinador general de Izquierda Unida, Cayo Lara, en el Congreso, la corrupción ha provocado que la crisis económica en España sea más profunda y más duradera. No sólo por la corrupción inmobiliaria, de la que ya hablamos aquí. También por los tejemanejes ocurridos en la obra pública. Lo más grave del mal llamado caso Bárcenas, de ser cierto, es el origen del dinero que se repartían sus líderes y que el ex tesorero se llevó a Suiza. Venía de constructores que, a cambio, pedían adjudicaciones cada vez a un mayor precio, algunas de ellas, como se ha demostrado, innecesarias, y que la banca tenía que financiar.

 

Ahí está nuestro «neoliberalismo cañí», como lo definió ayer Lara, o «capitalismo parasitario», según la versión del diputado de ICV Joan Coscubiela: empresarios que competían con ventaja en las licitaciones por untar al partido en el Gobierno que, a su vez, había concurrido a las elecciones dopado por contar con el dinero extra que éstos les inyectaban. «¡Ahora ya se sabe por qué se construían tantos proyectos faraónicos!», dijo el representante de la Chunta Aragonesista. «¡Ahora entendemos por qué quieren acabar con las subvenciones públicas a los partidos políticos!», añadió Cayo Lara. Y nosotros podríamos agregar: ¡De ahí la batalla por suprimir los salarios de quienes ocupan cargos públicos!

 

 

No queremos soluciones desde arriba: el ejemplo latinoamericano 

 

Que nadie se equivoque: el mejor modo de acabar con este régimen corrupto instalado no pasa por una solución desde arriba, es decir, con la troika quitando al Gobierno de Rajoy, y poniéndonos a un Monti, por ejemplo, que en este caso sería, digamos, un José Manuel González-Páramo. Aunque los que verdaderamente están haciendo méritos para ocupar el cargo son algunos todólogos de los que vamos a omitir el nombre pero en los que detectamos serios deseos de convertirse en el Joaquín Costa del siglo XXI o, mejor, en su versión devaluada.

 

La moción de censura con la que amaga el PSOE también podríamos considerarla como una solución «aristocrática». Incluso si, como parecen pedir los ciudadanos según han mostrado algunas encuestas, la operación la lleva a cabo el Partido Socialista acompañado por el resto de las fuerzas políticas del Parlamento. Las soluciones, la regeneración, para ser verdaderas y, sobre todo, para ser democráticas, tienen que venir desde abajo, aunque el proceso, sin duda, necesita líderes carismáticos, quizás como los que hemos visto aparecer en los últimos años en América Latina. Los países latinoamericanos, a su estilo, también han vivido su regeneración: los pueblos indígenas, marginados en épocas pasadas, han logrado saltar al primer plano; los pobres, excluidos, invisibles, han adquirido todo el protagonismo en las políticas promovidas por muchos de estos nuevos Gobiernos. ¿Qué mayor regeneración que ésa? Sin olvidar que, además, nunca antes América Latina había tenido un papel tan relevante en la esfera internacional. Las clases populares del subcontinente se han hecho valer dentro de sus fronteras y, a su vez, la región ahora es una voz que se escucha en el mundo, en calidad de contrapoder, de discurso contra-hegemónico. 

 

Pero en España no habrá elecciones anticipadas, lo que significa que no veremos tal transformación a corto plazo. Seguro (estamos especulando) que los grandes bancos y la CEOE le han dicho a Mariano Rajoy que no las convoque, incluso la propia troika, porque, si lo hace, el parlamento resultante será un sindiós (para algunos, claro, porque mostrará la ruptura del bipartidismo), habrá dudas sobre la senda a seguir en política económica y los costes de financiación volverán a dispararse. Ya lo dijo ayer Mariano Rajoy en el Senado: la prima de riesgo sí nos da de comer. A unos más que a otros, claro. Por cierto: ¿Han visto los resultados del primer semestre de BBVA y Santander?

 

No desesperemos. Seguro que no está todo perdido. Volvemos a mirarnos en América Latina: la regeneración, con sus fallos, con sus defectos, no comenzó con el triunfo electoral de Morales, Chávez, Correa o Lula. En esos éxitos fue en los que culminaron muchos años de luchas de movimientos sociales de los que el indigenista era el más importante. En esos grupos de rebeldes, la mayoría con una clara vocación horizontal, de democracia participativa, destacaron algunas figuras que fueron, al final, en las que delegó la colectividad y a las que, por el momento, en la mayoría de los casos, parecen seguir respaldando. 

 

Quizás los movimientos sociales que hemos visto nacer en los últimos años en España desemboquen en algo semejante. Sólo necesitamos tiempo, paciencia y seguir peleando. Aunque, como sucedió durante la construcción del puente sobre el Drina, es posible que las élites dirigentes actuales den un requiebro a favor de la honradez en sus futuras actuaciones con el objetivo de frenar la rebelión. Lo que no nos podemos creer es que el debate de ayer ponga punto final a esta historia.  

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