Nos encontramos bajo los árboles de una terraza en la parte alta de El Escorial, en las estribaciones de la montaña que ampara la villa de Felipe II y sus súbditos. Joaquín Estefanía hace los honores con una frase que me emocionó: “Maestro y discípulo”. Ni Ryszard Kapuscinski ni yo hicimos la menor apostilla. Creo que sonreímos. Contó Joaquín Estefanía, que entonces ya había dejado de ser mi director en El País, que el reportero polaco llevaba cerca de una semana asistiendo al curso de verano de El Escorial en el que era el ponente estrella de la jornada de clausura tomando notas como un alumno más, sentado al fondo del aula, sin reclamar para sí desde el primer momento la menor atención, ni mucho menos tratamiento especial. Hablaba un español endulzado por acentos latinoamericanos, gracias a su trabajo como reportero en aquellos parajes. Vestido con un pantalón oscuro y una camisa blanca, escuchaba con atención, mirándote a los ojos, tomándose su tiempo en comprender lo que le decías. Le admiraba por libros que me habían dejado boquiabierto, como El Emperador (que me parecía una secuela de las mejores obras de mi admirado Franz Kafka), El Sha y La guerra del fútbol. Seguí comprando todos y cada uno de los libros que fue publicando la editorial Anagrama, aunque algunos he tardado mucho tiempo en leerlos. Más que ser como él, quería hacer como él: en vista de que la batalla por los periódicos parecía perdida (el espacio era un bien cada vez más escaso para historias de países que no encajaban en los intereses geopolíticos y comerciales de mi país y del diario para el que trabajaba) y de que nada hacía presagiar que en España fuera a aparecer un émulo del New Yorker, la solución eran los libros.
Nada me hizo pensar que Kapuscinski pudiera tomarse la menor libertad a la hora de elaborar y construir sus historias. Con una prosa deslumbrante (muy bien vertida al español por Agata Orzeszek), compartía con él la necesidad de “ponerse en el lugar del otro” (el imperativo moral más caro para Simone Weil). Cuando murió, el director de ABC, donde ahora trabajo, me pidió que escribiera “una tercera”. Allí anoté las razones de mi admiración hacia el maestro polaco: “Kapuscinski tenía lo que hay que tener para ser un extraordinario reportero: humildad para ponerse a la altura de los ojos de su interlocutor, soberano o enterrador; la exactitud de un entomólogo, un historiador o un astrónomo, ‘para que ningún lector pueda corregirte y demostrar que no sabes de qué hablas, dejarte en evidencia y en entredicho todo lo escrito’; curiosidad insaciable (cómo si no iba a volver a perderse una y otra vez bajo soles como espinas, fríos como sierras); valor para ponerse a prueba jugándosela donde ya no queda nadie para contarlo, nadie con un altavoz donde propagar lo que se ha visto y no se pierda, sufrimiento inútil, dolor derramado para nada; compasión hacia quienes no sólo suelen sufrir la historia, y mucho menos para hacerla suya, para cambiar su destino; resistencia frente a las adversidades, los flacos presupuestos, la desidia o la pereza de los jefes alejados de los campos de batalla o de los campos de algodón; perseverancia para comprobar hasta el último rasguño y el último dato, para que no quede el relato cojo, incompleto, falso por ese mal tan extendido que deduce que ‘da lo mismo’, cuando ahí reside el principio de nuestro deshonor, y estilo: el de su alma, la de un hombre cercano capaz de encender hogueras de palabras que calientan e iluminan más que el fuego”.
A pesar de que titulé mi artículo El honor perdido del periodismo (parafraseando a modo de homenaje el título de la novela de Heinrich Böll, El honor perdido de Katharina Blum), no había en él la menor sombra de duda acerca de la estatura moral y la categoría periodística de Kapusckinski. Y eso que entonces ya había leído la demoledora crítica que el antropólogo británico John Ryle había hecho de Ébano y El Emperador en el Times Literary Supplement (TSL): Por eso, cuando aparecieron las primeras revelaciones que había hecho en un libro el periodista polaco Artur Domoslawski (Kapuscinski non fiction, que publicará en octubre próximo en español la editorial Galaxia Gutemberg), empecé a sentir un profundo malestar. No sabía a qué atenerme. Invitado el pasado mes de julio a un curso de verano de El Escorial titulado, sin el menor asomo de ironía, Ryszard Kapusckinsi, el último maestro, y a la espera de poder leer en español el libro de Domoslwakski, amigo y discípulo de Kapuscinski, preparé mi intervención trasladando mi perplejidad y mi desasosiego a unos cuantos amigos periodistas. A todos ellos les planteé las mismas preguntas:
1. ¿Qué es Ryszard Kapuscinski para ti?
2. Después de las recientes revelaciones de que introdujo algo de ficción en algunos de sus reportajes para hacerlos más interesantes, ¿cambió tu visión sobre el reportero polaco?
“¿Cómo que los cínicos no sirven para este oficio?”
Diego Salazar (periodista peruano afincado en España, vinculado a la revista Etiqueta Negra): “Cuando yo tenía 17 años y empecé a plantearme seriamente ser escritor, descubrí a Jon Lee Anderson a través de las páginas de la revista Gatopardo. Todavía recuerdo cuando en la cocina de la casa de mis padres en Lima, le decía a mi madre: ‘Yo quiero dedicarme a esto’. Jon Lee Anderson me fascinó y fue gracias a él que llegué a Kapuscinski. Yo, por entonces, solía referirme a Jon Lee Anderson como el mejor periodista del mundo (cuán atrevida puede llegar a ser la ignorancia. Como si a esa edad hubiera sido posible que leyera a suficientes periodistas para que mi afirmación no fuera sino una boutade más orientada a halagarme a mí, que lo leía y por tanto podía considerarme un lector culto, que a él). Y así lo hice durante un tiempo, hasta que una vez leí que Jon Lee se refería a Kapuscinski en esos términos. Así que no me quedó otra que salir corriendo a buscar algún libro o artículo suyo. Y me costó mucho. Por entonces, estoy hablando de finales de los noventa/principios del nuevo milenio, el acceso y la oferta en internet no era ni por asomo la que tenemos hoy. Los libros de Anagrama llegaban tarde, pocos y a precios desorbitados. Era complicado encontrar traducciones al castellano de sus reportajes, y hacerse con un New Yorker en Lima era una misión casi imposible (y cuando te topabas con uno en un quiosco de la calle Libertadores en San Isidro el precio se hallaba fuera del alcance de mi bolsillo de estudiante universitario). No recuerdo bien cuál fue el primer libro de Kapuscinski que leí, pero sí recuerdo que durante una época, un par de años después, cuando ya me encontraba en Madrid, ya trabajaba como periodista y ya había pasado a formar parte del equipo de Etiqueta Negra (y mis lecturas empezaron a dejar de lado la ficción para concentrarse en el ensayo y la non fiction), Kapuscinski fue una de mis lecturas predilectas, una fuente inagotable de aprendizaje en el oficio.
“Por entonces el director y editor de Etiqueta Negra, con quien mantenía una conversación fluida vía internet, era Julio Villanueva Chang, y uno de nuestros temas recurrentes era Kapuscinski, por quien ambos sentíamos una admiración profunda. Julio, si mal no recuerdo, lo conoció por entonces y lo invitó a colaborar de alguna forma con la revista.
“Ahora que parece que el bueno de Kapuscinski cometió algunos deslices gruesos –de los que diré algo más adelante— puede que lo siguiente suene oportunista, pero es la verdad, ocurrió así. Hubo un momento, cuando leí Los cínicos no sirven para este oficio, en que mi admiración sufrió una grieta. Me parece que la primera edición española del libro es de 2003, pero yo lo leí, creo, en 2004 o 2005. Todavía recuerdo la conversación que vía messenger mantuve con Julio al respecto. El libro, para mí, tenía un problema fundamental, que empezaba mucho antes de su contenido. Y ese problema era el título. ¿Cómo que los cínicos no sirven para este oficio?, pensaba yo, que me he considerado toda la vida un cínico irredento. ¿Qué tiene que ver el cinismo con el buen ejercicio del periodismo? Fue ahí, creo yo, que ese gran periodista que fue Kapuscinski se convirtió en una especie de gurú del periodismo, una especie de predicador ilustrado (y todos sabemos lo que termina ocurriendo con los predicadores y los jueces morales). Quizá no por voluntad propia sino por el entusiasmo y requerimiento de sus muchos seguidores, que empezaron a bañar en bronce todas las frases y sentencias similares que el periodista polaco soltaba cada vez con mayor frecuencia.
“Respecto al libro de Artur Domoslawski, Kapuscinski non fiction, donde parece demostrar que su ex compañero del Gazeta Wyborcza no dijo toda la verdad, ni sobre sí mismo -lo que me preocupa menos- ni sobre los hechos descritos en sus reportajes -lo que es infinitamente más preocupante y triste-, no he podido leerlo, como todos aquellos que no conocen el idioma polaco, puesto que aún no se encuentran disponibles sus traducciones al español o al inglés. Lo leeré con mucho interés apenas pueda y, sin duda alguna, me sentiré muy triste si, como parece, Kapuscinski nos mintió, quebró el pacto existente con sus lectores diciendo que había visto cosas que no había visto, que había estado en lugares y situaciones donde no había estado.
“El pacto con el lector es radicalmente distinto según lo que se escriba sea ficción o no ficción. Esto puede parecer una obviedad, es más, yo creo que es una obviedad. Pero parece necesario recordarlo dada la multitud de voces –algunas de ellas ilustres— que han salido a defender a Kapuscinski (voces que, a menos que el polaco se haya convertido de pronto en uno de los idiomas más hablados del globo por delante del español y el inglés, hablan y se agitan sin siquiera haber leído el libro en cuestión) con los consabidos argumentos de que no existe diferencia entre la realidad y la ficción o que todos los periodistas sazonan o sacan punta a los hechos cuando escriben un libro.
“Esos argumentos, por supuesto, son una soberana estupidez, ya que, sólo para empezar, suponen la negación total de la labor principal del periodismo: narrar hechos. El principal deber de un periodista pasa por no mentir, ni exagerar, ni sazonar, ni sacar punta a esos hechos. Y que haya quién lo haga, no significa que esté bien hecho. Porque esta última parece ser la lectura que algunos intelectuales han sacado de este asunto, algo así como «Ah, pero si hasta Kapuscinski mentía, cómo no vamos a mentir nosotros».
“En el periodismo, en la no ficción en general, existe, ligada a ese compromiso, lo que Julio Villanueva Chang llama una aspiración de verdad. Esto quiere decir que un periodista puede equivocarse, puede no tener todos los datos, puede incluso escribir algo que un descubrimiento posterior demostrará falso. Lo que no puede hacer, y volvemos al campo de la perogrullada que no lo es tanto, es mentir con conocimiento de causa, cosa que, como recuerda Vargas Llosa en La historia secreta de una novela, es el procedimiento habitual cuando se escriben novelas.
“Lo ha dicho mejor que yo Timothy Garton Ash en un artículo imprescindible publicado en The Guardian y El País : ‘Es cierto que al elegir los hechos, las imágenes y las citas, al caracterizar a las personas reales sobre las que escribimos, quienes realizamos reportajes trabajamos, en muchos aspectos, como los novelistas. Pero si tenemos en cuenta esa responsabilidad respecto a la historia y la promesa de ‘no ficción’ que hacemos a nuestros lectores, debemos atenernos a los hechos de la mejor forma posible. No debemos cambiar el orden de los acontecimientos ni siquiera ligeramente, ni sacar punta a nada que aparezca entre comillas. Todos cometemos errores. Nadie puede ver una situación en su conjunto ni ser totalmente objetivo. Todo el mundo tiene un punto de vista. Ahora bien, si digo que vi una cosa, es que vi esa cosa. No estaba en otra calle, en otro momento, ni me lo contó alguna otra persona mientras tomábamos una copa en el bar del hotel’. Pues eso”.
“Aproximó el reporterismo al arte”
Javier Reverte (periodista y escritor, autor de libros como El sueño de África): “No tengo muchos datos acerca de las revelaciones recientes sobre el trabajo de Kapuscinski, la verdad. Pero yo no lo juzgaría solamente como reportero -¿quién puede demostrar que se inventaba las cosas?-, sino desde la perspectiva de lo que realmente era: un periodista que aproximó como muy pocos el reporterismo al arte. Digamos que estaría en la misma zona que Truman Capote, pero en el otro lado del espejo: Kapu dando lustre artístico al periodismo y Capote tiñendo de realismo al arte. En todo caso, yo siempre me quedaré con el Kapuscinski más lírico, el que escribió Ébano. Es una obra poética, para nada periodística. ¿Y qué me importa si parte de lo que se cuenta en ella no sucedió realmente?”.
“La calidad del relato por encima del informe de los hechos”
Sergio González Rodríguez (periodista y escritor mexicano, autor de libros como Huesos en el desierto): “RK es uno de los grandes renovadores del periodismo internacional, mediante su trabajo de recuperar la calidad del relato por encima del simple informe de los hechos. Su obra implica la creación de una narrativa de índole humanista que influirá en la práctica de la prensa escrita, y en particular en lengua española y en el ámbito latinoamericano
“La revelación acerca de inserciones ficticias en un tejido narrativo que hacía pasar por materia factual a mi juicio está lejos de menguar la calidad o el prestigio de la obra de RK. Algo semejante había acontecido ya con el Truman Capote de A sangre fría. En cuanto al dilema de hacerlo o no hacerlo como un reto para los periodistas, me parece que suele ser innecesario acudir a ello: basta una buena observación y registro distintivo de lo acontecido para superar la incidencia de la ficción en un relato de hechos”.
“Le daba voz a gente corriente”
Juan Carlos Tomasi (fotoperiodista especializado en conflictos): “De Kapuscinski puedo decir algo que para mí fue fundamental: me dio proximidad a sus personajes y los trató como a personas. Nunca mejor dicho, se alió persona con personaje. Creo que el primer libro que leí de Kapuscinski fue La guerra del fútbol. Cómo fue, que de un día para otro conocí historias explicadas de una manera tan simple y tan llana que realmente fue un descubrimiento. Recuerdo con especial énfasis la historia de Ben Bella, Bumedian y el Frente de Liberación Nacional argelino. Un reportaje para enmarcar. Igual con El Imperio, El Emperador… le daba voz a gente corriente y por su trabajo -falta de presupuesto en su agencia- tuvo vivencias con personas de los estratos más humildes. Realmente me dio la visión real y humana que me faltaba. El resto…, el resto no me interesa para nada. ¿Realmente lo interesante era su vida o cómo te introducía a sus protagonistas? He tenido la suerte o la desgracia de trabajar con grandes del fotoperiodismo y del periodismo escrito y crees que ahora vamos a explicar el ‘para qué y de qué modo’ Yo creo que lo importante es saber con qué te quedas del mundo y que eso te haga más persona. Kapucinski no nos dio nada a elegir, en eso estaba su grandeza, tan sólo explicaba lo que se movía en su entorno con nombres y caras de personas”.
“Sería desolador que hubiera mentido”
Rosa María Calaf (durante muchos años, hasta su reciente jubilación, corresponsal internacional de Televisión Española): “No he podido seguir la controversia. No he leído la biografía. Si fuera cierto que inventaba para adornar el relato me dolería, como me dolió la transformación de Oriana Fallaci al final de su carrera. Que un referente te falle siempre te deja con la sensación de que has perdido algo. Pero, de momento, no he tenido tiempo para contrastar y formarme una opinión al respecto.
“Yo hablé con Kapuscinski -allá por el año 72-, cuando preparaba mi expedición en coche por África, que me llevaría a recorrer unos sesenta mil kilómetros por el continente durante más de un año. Creo que fue un colega mexicano quien me conectó con él. Comentamos mi futuro viaje, pero someramente. No fue un contacto que tuviera continuidad, pero sí me fue útil y orientador.
“Después, le he ido leyendo y coincido con su filosofía de la profesión y su forma de trabajar. Probablemente se podría decir que me inspiró en un momento determinado. Su visión de servicio a los más débiles, y de ser la voz de los demás coincide con la mía. Yo soy abogado, además de periodista, y esa idea de buscar el diálogo, de conectar con el otro para comprender, la he tenido siempre. Comparto su convicción de que al informar se contribuye a la creación de opinión pública, de que hay un insoslayable reto y responsabilidad al intentar contar la verdad y, asimismo, su defensa del reporterismo de verdad, el que sale a la calle, y su planteamiento del reportero como intermediario y puente entre culturas.
“Hay que estar entre la gente sobre la cual va, quiere o piensa escribir. El periodista debe saber colocarse en el lugar del otro, aprender a respetarlo. Para mí, una de las características del reportero es la empatía, esa habilidad de sentirse, inmediatamente, como uno de la familia. Sería desolador que hubiera mentido. Establecer los principios éticos básicos es sinónimo de establecer las reglas de juego. No se puede separar ética profesional de ética personal. Los medios recrean la realidad y simplifican la enorme complejidad del entorno en el que vivimos. Para que sea inteligible, el gran comunicador es aquel que logra condensar la complejidad en pocas palabras, en pocas ideas y en pocas imágenes, pero ciertas. Y eso es lo que yo querría seguir creyendo que hacía Kapuscinski, lo que yo he tratado de aprender y lo que me gustaría ser capaz de transmitir”.
“Habrá que ver si K ha inventado. Sería lamentable”
Bru Rovira (ex reportero y enviado especial de La Vanguardia durante muchos años, autor de libros como Áfricas): “¡Gran pregunta! De momento me falta información para saber qué se dice exactamente en la famosa biografía… de su alumno y protegido.
“Al parecer hay un aspecto político y un aspecto de ‘fantasía’, invención.
“Sobre el tema político -de esto sí que he hablado con amigos polacos que ya han leído el libro-, K tuvo relaciones y cartas de un tono pelota importante para poder trabajar en la agencia, y parece que hay algo un poco innecesario en su afán por demostrar que es un buen comunista. Todos los que han trabajado para agencias oficiales -EFE incluida- pasaban por este rollo de demostrar su patriotismo. Pero claro, hay unos límites… Habría que verlo.
“Desde luego hay que situarse también en la época, y ver cuándo ocurrió. No es lo mismo la posición de los comunistas antes de Praga, después de la guerra mundial, antes del congreso donde se vieron los crímenes de Stalin, que después. K fue, creo, un comunista… pero también era un cristiano. Cuando hablabas con él de estas cosas, curiosamente decía que los periodistas occidentales durante la guerra fría éramos demasiado poco críticos con el comunismo, y que sólo ellos podían entender lo que era aquello. De malo, se entiende. Así hay que juzgar las cosas, las actitudes, en los contextos históricos.
“De todos modos, yo creo que hay un límite. Un límite en la dignidad, el peloteo, la traición, marcado por el imperativo moral. No todo el mundo es santo hasta las últimas consecuencias. Pero la dignidad y el no hacer el ridículo, como diría Josep Pla, nunca se pueden perder.
“Y habría que ver qué transgresiones hizo K.
“Sobre el inventar, en periodismo hay una sola norma: no se pueden inventar hechos, personas, situaciones, lugares. Es una norma sagrada. Porque de lo contrario perdemos toda credibilidad. Si es lunes, es lunes. Si llueve, llueve. Si estás en Sarajevo no estás en Mostar. Si una persona tiene dos hijos, tiene dos hijos, no los que te convienen para tu crónica. Habrá que ver si K ha inventado. Ha mentido. Sería lamentable.
“Otra cosa es este periodismo filosófico suyo, interpretativo: pensar a partir de las cosas que escribes, que reportajeas. La base de este periodismo es que los hechos, los datos, siguen siendo sagrados. Luego dependerá de tu talento o la capacidad que tengas para evocar, ser más o menos literario, filosófico. Cuando uno dice ‘tengo frío’ es legítimo. Incluso más que si dice ‘hace frío’. Pero, quizás, habría que añadir la temperatura que hace para que el lector sepa donde lo subjetivo y la realidad se entrecruzan. Para mí el periodismo debe aprovechar todas las posibilidades que le brinda la escritura… el relato, la entrevista, el monólogo, la crónica. Pero la línea respeta la literatura, la línea que no se puede cruzar es la de la invención. Para esto está la novela. Y no me hagas pensar en si la ficción es más verdad que el periodismo, porque tal y como está el periodismo deberíamos aceptar que sí.
“Yo era amigo de K. Tenía una muy buena relación. Nuestras conversaciones eran intensas y él, a quien conocí ya de mayor, era un hombre que escuchaba mucho y hablaba concentrándose, midiendo sus palabras. Conocerle fue un gran estímulo. Humanamente me parecía muy próximo, humilde, generoso. Tendré que pasar por este asunto lamentable de leer este libro… para saber. (Por cierto, creo que en España lo están traduciendo, pero me ha llegado que no lo hacen en su totalidad… sería un escándalo, ¿no?)
“Al parecer, en el libro también hay un exceso de cotilleo, amores y amoríos, pero esto es lo que se espera de todo reportero. A su mujer es lo que más le molestó, además del asunto comunista.
“Mi novia, que es corresponsal de AFP en Dakar, hablando con el corresponsal del New York Times, le preguntó si conocía al gran K, y le confesó que le admiraba a pesar de que la redacción del NYT está completamente dividida sobre K”.
“Hasta los intocables tienen que tener una hoja de servicios inmaculada”
Gervasio Sánchez (fotoperiodista especializado en conflictos, autor de libros como Vidas minadas. Diez años): “Kapuscinski representa el periodismo alternativo, el que se hace atravesando carreteras secundarias, superando infinitos obstáculos, alejado del periodismo de los grandes medios tantas veces sobrevalorado. Las recientes revelaciones no me han hecho perder la fe en este tipo de periodismo en el que siempre he creído. Sus equivocaciones le pertenecen a él y no tienen nada que ver con esa manera de contar tan singular que tenía. Sus equivocaciones también nos recuerdan a todos que hasta los intocables tienen que tener una hoja de servicios inmaculada. Si no, se arriesgan a ser descubiertos. Los jóvenes y no tan jóvenes con prisas -esa histeria por publicar libros y blogs está destrozando el periodismo- deberían recordar que hay que ser antes que parecer. Siempre disfrutaré de sus excelentes libros y artículos aunque también sabré diferenciar lo que es periodismo de lo que es literatura. Si estuviera vivo le pediría que aclarase todas las dudas. Y estoy seguro de que lo haría con honradez. Como está muerto sería importante que sus editores aclarasen a pie de página lo que es real y lo que es inventado. No creo que sea difícil separar la paja del grano”.
“Nunca he confiado en la gente que pontifica”
Plácid García Planas (reportero de La Vanguardia, autor de libros como La revancha del reportero: tras las huellas de siete grandes corresponsales de guerra): “Ryszard Kapuscinski es, esencialmente, un autor que nunca he leído. Puede parecer raro, pero no he leído un solo libro de él. Por dos razones: porque siempre me lo han vendido con demasiado incienso, y nunca he confiado en la gente que pontifica. Y porque -quizá equivocadamente- siempre me ha dado la sensación de que sus libros tienen más de ensayo que de reportaje.
“He leído, eso sí, todo sobre la polémica. Y aquí soy tajante: es un torpedo contra nuestra línea de flotación:, la credibilidad. A mí me cuesta demasiado llegar a determinados lugares, encontrar una buena historia y encontrar las palabras que la transporten al lector como para que otro -que se ha pasado la vida pontificándonos de ética- vaya y se invente todo o parte de lo que nos narra. En el fondo, si tenía que inventar significa que no sabía ver el mundo. Porque te aseguro que, por miedo a que no me crean, a veces elimino o matizo cosas alucinantes que veo”.
“Siempre se alineaba con los ganadores”
Pablo Pardo (corresponsal del diario El Mundo en Washington): “Kapuscinski supuso mucho para mí entre los 17 y los 25 años. Recuerdo que me regalaron su libro El Sha o la desmesura del poder a los 17, y justo a esa edad un libro de esa fuerza te impacta. Me fascinó su estrategia de explicar un país a través de una serie de fotos, sin citar personalidades, ni fechas. Me pareció una forma de periodismo formidable. Mi interés continuó con el que para mí es su mejor libro, El Emperador, y con El Imperio.
“Pero a medida que fui creciendo Kapuscinski empezó a gustarme menos. Por varios motivos. El primero, porque siempre se alineaba con los ganadores. Su libro sobre el Sha es contra el Sha. Lo mismo que su libro contra Haile Selassie. Su libro sobre Rusia es muy negativo sobre ese país.
“No tengo nada en contra de ello, pero me pareció siempre una casualidad sospechosa que K. se alineara siempre con los vencedores y con los que políticamente eran más convenientes en cada momento. Obviamente, trabajando para la Polonia comunista, Mengistu y, hasta cierto punto, Jomeini, eran los buenos. K., sin ser descarado, deja ver sus simpatías de forma muy obvia. Y, finalmente, una vez que la URSS ha dejado de existir, ¿el nacionalismo polaco iba a recibir sin problemas El Imperio? ¿Qué hubiera pasado si hubiera escrito ese último libro en 1985? Que no se lo hubieran dejado publicar y tal vez que él habría sido transferido a la sección de deportes de PAP, la agencia de noticias polaca.
“La segunda critica es exactamente a lo que se refiere tu pregunta: la veracidad de sus libros. Particularmente, El Emperador. Toda la descripción de la lucha de poder entre los revolucionarios etíopes y Haile Selassie es demasiado estilizada para ser creíble. No digo que K. mienta, pero sí que selecciona en aras de la tensión dramática. En las últimas páginas, el libro es más una novela, o un cuento de Borges o de Kafka (creo que en la edición española se le compara, acertadamente, con El Castillo), más que un relato periodístico. Lo que no está mal si se presenta el libro como una adaptación libre de un suceso real, un poco al estilo de Le Feu Follet, la novela de Drieu que llevó al cine Louis Malle. Pero no es ese el caso”.
“He leído más a Leguineche que a Kapuscinski”
Mikel Ayestarán (reportero del diario ABC y de la televisión vasca ETB): “Kapuscinski es uno de los gurús del reporterismo del que yo sólo he leído un libro y no he podido con algún otro que he empezado y he dejado a medias. Todo el mundo habla maravillas de su forma de escribir y trabajar, pero para ser sincero, yo conozco más su nombre que su obra. Yo he leído más a Leguineche que a Kapuscinski, así que tengo esta asignatura pendiente. Sus libros descansan en mi biblioteca, así que tarde o temprano me pondré con ellos. Mi problema es que leo más por zonas geográficas que por autores, leo sobre aquellas zonas en las que me toca trabajar y el resto lo dejo bastante de lado.
“Mi visión de Kapuscinski no ha cambiado. La esencia de su trabajo permanece y eso es lo que reivindican sus seguidores. Esencia, fondo, historias propias… forman parte de la teoría que debería regir en los medios actuales, pero que por desgracia sigue sucumbiendo ante la agencia-dependencia. Los detalles de ficción pueden hacer más atractivos los relatos y ayudar así a que los lectores se enganchen y lleguen al fondo de las historias. Más que manipulación se podría hablar de un recurso literario para lograr su objetivo de transmitir realidades tan lejanas y diferentes”.
“Él contribuyó a crear el personaje Kapuscinski”
Pablo Mediavilla Costa (reportero, vive en Nueva York): “Durante mucho tiempo fue una bandera, una declaración de intenciones periodísticas. Leer a Kapuscinski era un oasis en el desierto de la facultad, de los primeros trabajos como becario, una especie de faro. Una educación alternativa y real. Su calidad narrativa, la originalidad en las formas y en las historias, su misma vida eran, y creo que siguen siendo, un modelo a seguir. Luego, uno va conociendo más los mimbres de la profesión y afina mucho más su juicio. Me sigue pareciendo un enorme periodista, pero veo una diferencia evidente entre sus primeros libros Un día más con vida, El Emperador, El Sha, La guerra del fútbol, El Imperio y Ébano, y el resto de obras publicadas. Quiero decir que sólo me interesa el Kapuscinski periodista, no el filósofo o la leyenda viva en la que se convirtió en últimos tiempos.
“Claro que cambió mi opinión y sé que algunas de las obras citadas son, precisamente, las que fueron manipuladas. Pero creo que él -y sus lectores ya lo intuíamos-, desde un principio y conscientemente, contribuyó a crear el personaje Kapuscinski y eso ya es introducir la ficción. Todo eso de las 20 y pico revoluciones que cubrió, ser corresponsal del continente africano para la agencia polaca, su ética siempre impoluta e inquebrantable, etc. Un personaje muy rentable y muy romántico, pero que poco tiene que ver con la práctica cotidiana del oficio lleno de errores, de flaquezas, de derrotas. Cualquiera que haya intentado trabajar en esto sabe lo difícil y costoso que es contar una buena historia, contrastada y fiel a la verdad de los hechos -la única aspiración posible del periodismo-. En este sentido, sus relatos, vistos desde la experiencia, se aparecen como demasiado perfectos y cerrados.
“Desconozco el alcance de sus mentiras y, probablemente, sea ya imposible saber cuánta ficción puso en su obra. En todo caso y, a falta de nuevas revelaciones, gran parte de su legado permanecerá. El objetivo ahora es hacer lo que él hizo, pero sin mentir. Creo que hay muchos buenos periodistas que están en posición de conseguirlo. Al final, Kapuscinski es la vara de medir, uno de los listones más altos.
“Afortunadamente, el buen periodismo no empieza ni acaba con él, ni con nadie. El mejor periodismo está por llegar”.
Madrid, 30 de agosto, 2010
* Alfonso Armada es reportero y editor de fronterad, donde ha publicado Adiós a Matiora