Las sombras son como los perros. Nos acompañan, aunque no las entendamos. Forman parte de nuestra red ancestral de misterios que no acabamos de comprender del todo a pesar de los argumentos que la ciencia pone a nuestra disposición para que las grietas entre el mundo material y el invisible no nos devuelvan a la noche de los tiempos. Las sombras movedizas, como las que cruzan por los ojos de los perros cuando sueñan, nos salen al encuentro. Vengo de un sueño en el que presencié un asesinato que estaba a punto de cometerse. Al volver a casa, el cadáver estaba a la entrada, como interpelándome por no haber hecho lo que tenía que hacer. Luego me perdí pidiéndole ayuda a dos porteros de dos inmuebles con tantos apartamentos que sumaban más vecinos que muchos de los pueblos y lugares que hemos empezado a recorrer hace tres días buscando una huella reconocible de lo que era España:
Tui –el fuego de San Telmo y la cafetería El Cielo-, Celanova –donde el mundo se llamaba así y Odilo nos contó su vida-, Xinzo da Lima –una bicicleta olvidada por el segador junto a una paca-, Verín –un hotel de contrabandistas al que no volver jamás-, Vendas da Barreira –donde hice autostop una de las veces en que me fui de casa-, A Gudiña –un café donde quedarse a escribir: A camisa de lá-, Lubián –una estación olvidada del mundo y de la sombra-, Rionegrito –solo por el nombre ya vale la pena buscarlo en el mapa-, Santiago de la Requejada –donde echar una siesta en un prado a la sombra de un robledal-, Doney de la Requejada –donde el castaño de Serafina, con cientos de años de memoria-, Truchillas –el primer pueblo luego del puerto desolado y las vertientes de morrenas y pinares y tantas soledades-, Truchas –con su gasolinera del Far West, el único lugar donde cenar- y hasta este Quintanillas de Losada –donde hicimos noche en un hotel amable con vistas a las montañas de León y a la bruma del amanecer, donde soñé con el crimen-.
La sombra de la puerta me salió al encuentro mientras trataba de recomponer el cuerpo y el alma a orillas del Miño, en Laias, y soñé con una casa perdida, no lejos de la vía de tren y de los libros que nunca acabamos de escribir. ¿Son necesarios? Las carreteras secundarias nos esperan. Vamos buscando un dibujo que tal vez se ha desvanecido para siempre. Una sombra prodigiosa. Como los perros que nos salen al encuentro y nos preguntan quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos, el porqué de tantas fatigas cuando parece que nadie quiere saber más de lo que sabe y acaso olvidar lo que sabía. Ojalá no, no en estos pueblos, que forman parte de un mapa íntimo y real en el que casi nunca reparamos. Solo los que viven en ellos, vidas y sueños reales. No solo sombras, no solo soledades.