Mi sobrina, que tiene dieciséis años, me dice que nunca hacemos nada como tío y sobrina, y que es una lástima, porque eso nos uniría más. Lo dice de cachondeo, claro, pero eso no es lo importante (ella siempre está de cachondeo, lo cual es muy sano). Lo importante es que mi sobrina ya es americana. Creo que los de su generación son ya todos americanos. Están acostumbrados a celebrar Halloween, su realidad está hecha de modas americanas, música americana, series americanas, comidas americanas. A mi sobrina le preocupa «ser popular», por ejemplo, exactamente igual que a los adolescentes americanos de las series. Su realidad está hecha también de valores americanos, vaciles americanos, tonterías americanas y hábitos de relacionarse americanos.
Nada de esto me parece mal. Estados Unidos es un gran país. El problema es que España no es realmente Estados Unidos. ¿Qué sucederá cuando esta generación de americanos terminen sus estudios y salgan a buscar trabajo? ¿Con qué se encontrarán? Ciertamente no con Estados Unidos. ¿Qué sucederá cuando su realidad, hecha de cibertantasías y telefantasías americanas, choque con la realidad drásticamente no americana que nos rodea?
Hay una moda americana que aquí nunca se imita. Esa que tiene que ver con lo sueños, con tener un sueño, con hacer realidad el sueño de cada uno. Sabiamente, porque no es este un país para tener sueños. A no ser el sueño español, claro está, que consiste en ser funcionario y tener una plaza fija. Y no hay nada menos americano que desear tener una plaza fija.