Embriagada entre las brumas pegajosas del atardecer como en cualquier lodazal africano, la tarde se presenta húmeda, sofocante y sin luz eléctrica. Nivine y Cedric se muestran felices porque Hollande ha ganado las elecciones en Francia mientras miran desde la terraza del Café Starbucks ese engendro llamado Place Sassine como si esto fuera le «Troisième arrondissement” de París condenado a existir al otro lado del Mediterráneo, tan lejos de la madre Francia.
Los palestinos no nos han fallado una vez más, su derecho a vivir una vida mejor y corrupta, transmutado en el desventurado Líbano en voluntad adolescente de crear problemas, agita de nuevo las tempestuosas aguas orientales. Dice Mahmoud Abbas, su presidente, que se siente preparado para contribuir a restablecer la paz en el campo de refugiados de Nahr el-Bared, como si le preocuparan sus palestinos de baratillo, vendidos al mejor postor en cualquier bronca barriobajera.
Ella tampoco le ha fallado a la selección. Es nuestra Larissa Riquelme paraguaya envuelta en una bandera española, con su inequívoca nariz libanesa, su pelo rizado, la piel aceitunada y unas enormes grandísimas tetas apretujadas en su diminuta camiseta roja a punto de reventar. Son sus tetas las que deberían sustituir al podrido cedro de la bandera del Líbano, esas tetas con las que salta por el césped asustada cuando el aspersor del jardín comienza repentinamente a funcionar y que simbolizan a la perfección lo que es este país: una meretriz segundona en busca de chulo. Le pide a su amiga que la fotografíe con el jefe, pone morritos, arquea ese culo promesa de felicidad ante la mirada celosa de las que ya lo negociaron todo.
En el piso de arriba un vejestorio sale de casa acompañado por dos zorras pasadas de peso y cortas de minifalda que han hecho algo más que cambiarle los pañales. Los recién llegados se congratulan del buen ambiente que reina en la comunidad. Saboreo el pollo a la barbacoa con los dedos pringados en loción antimosquitos. Los soldados del checkpoint iluminan nuestras caras con una linterna de juguete ante la falta de luz. El cumpleañero degusta una tarta con la bandera nacional compartiendo un trozo de su vida con nosotros, queridos desconocidos. Lana del Rey canta su Born to Die cuando los primeros invitados empiezan a irse. Todo parece en orden, como si la vida pudiese momentáneamente saciar.