Son solo fotos, pero sé que es mucho más lo que me duele conforme avanzo por este paisaje de recuerdos borrosos. Es muerte y sexo, un ensayo abstracto en el que las calles mojadas dejan adivinar esa soledad de la que huye García Alix y sin embargo no deja de estar presente en cada imagen. Un tratamiento que rehabilitó su maltrecho hígado y una ruptura amorosa. Pero sobre todo es un tatuaje «Don’t follow me. I’m lost… » bordado en la piel como carta de presentación de una vida de desenfreno convertida en arte.
García Alix camina insolente entre imágenes abstractas en esta exposición de la Tabacalera de Madrid, ajeno a cuanto acontece en mi cabeza, y se pasea como un día lo hicimos tú y yo sin movernos de tu escritorio mientras orgulloso me mostrabas la mejor de tus fotos. Una foto en la que un García Alix en blanco y negro, retaba a la cámara como esos espadachines de las novelas de Dumas huyendo de sí mismo, esquivando su pasado con voluntad de superviviente.
Y aunque me costó entender esos rasgos exagerados, tal vez por la enfermedad, mis ojos fijos en la foto, volaron junto a los tuyos a ese París culpable, lejos del rugido de motores y tatuajes cosidos en su piel. Porque según me contaste, fue en un París de calles vacías, donde una hepatitis anunciada, dio un giro a su realidad urbana para durante dos años escribir sin voz los poemas en blanco y negro, estos “Horizontes falsos” por los que ahora también yo me dejo llevar con el mismo ensimismamiento que entonces y que constituyen el grueso de la exposición.
«Hoy miro distinto que antes, de forma más abstracta. Antes miraba de dentro hacia afuera y ahora al revés», dice con voz ronca desde el vídeo, un vídeo en el que en primera persona va mostrando los límites de su universo enmarañado. Una mirada suya que se adueña de cuanto ve, una memoria liquida, desnuda de adornos, como si el cansancio de vivir hubiera dado paso a una rabia contenida, temblorosa, imposible de dejar atrás pese a los años.
Ya no hay estrellas del porno, ni yonkis, ni una Ana Curra de ojos perdidos colgando de las paredes; ahora hay pájaros muertos, sombras de asfalto y cuerpos con la muerte escrita en la piel. Hay algo místico, casi hipnótico que te engancha en esta exposición, que no te deja impasible a pesar de tanta dureza. Tal vez sea el escenario de paredes desconchadas, esta atmósfera de luz naranja que te envuelve y el temor siempre presente; ese temor contagioso de que todo desaparezca, que las imágenes vuelen con él cuando ya no esté, cuando alejado de este mundo ya no pueda defenderlas.
«Lo que me atrae es la pasión de seguir viviendo, de decidir qué puedo ver y seguir mirando. Eso no ha cambiado mucho«, le oigo decir. “Una forma de mirar es una forma de ser. Y mucho más en un fotógrafo…” Su voz resuena, como si fuera a mí a quien hablara, sin poder moverme, quieta, muy quieta, ausente de todo, sin apartar los ojos de su mirada que tanto me recuerda a la tuya.
Y así, entre palabras que se atragantan, fotos y recuerdos; pongo fin a esta conversación interior como aquel día lo hicimos tú y yo, con la certeza de que más que fotos, estas imágenes con sabor a pasado, no son más que eso: horizontes falsos, nada más.
Podéis ver esta exposición en La principal de Tabacalera de Madrid (Embajadores, 51) hasta el 10 de abril.
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Fotografía: García Alix