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Mientras tanto‘Songs and fragments’ y el rincón de pensar

‘Songs and fragments’ y el rincón de pensar


Cartel de Songs and Fragments del Festival de Aix-en-Provence
Cartel de Songs and Fragments del Festival de Aix-en-Provence

Que se anuncie que dirige (escénicamente) Barrie Kosky y que entre la prisa por ir a ver lo que tenga que mostrar es lo mismo. Eso es lo que pasa con Songs and fragments que se acaba de estrenar en el Festival de Aix-en-Provence. Y eso que lo que se anuncia es durito de escuchar. Las Eight songs for a mad King de Sir Peter Maxwell Davies y los Kafka-Fragmente de György Kurtag.

Da igual. Allí están (estamos) todos dispuestos a sufrir. Más que nada porque Barrie siempre ha sabido encontrar la diversión. El punto de vista más que gamberro o la idea bellamente feliz. Es cierto que, si se toma distancia al ver sus últimas propuestas vistas en Madrid, lo suyo se ha convertido ya en una factoría, como Disney y sus musicales.

Así que uno se sienta y se dispone a ver las Eight songs for a mad King. ¿Qué se encuentra? Pues un tenor en calzoncillos que hace de rey loco. Se presenta con unas largas uñas amarillas en la mano derecha y una ceja maquillada donde también predomina el amarillo. Se encuentra en un escenario que es una caja negra, en la que al cantante se le irá iluminando con un foco excepto en ciertos momentos para dar luz de sala.

Y sí, la gente se ríe, sobre todo cuando intenta tirarse, sexualmente hablando, el lateral del teatro o le canta, es un decir pues el canto es más fraseo que otra cosa, a un espectador en el palco. Y así pasan las Songs sin pena ni gloria y alguna sonrisilla.

Ni en escena, ni en el foso, donde Ensemble Intercontemporain es dirigido por Pierre Bleuse, el director de orquesta de música contemporánea por excelencia en la actualidad. Con un aspecto bien molón, tanto en la barba, como en la forma de vestir. Pero que cuesta entender por dónde va su dirección, acercándose peligrosamente a la mera reproducción de una partitura endiablada y muy pautada para lo que suele ser habitual en lo contemporáneo.

Aplaudido el esfuerzo, sobre todo de Johannes Martin Kränzle, el tenor que hace rey loco. Se pasa a los Kafka-Fragmente de Kurtág. Que se podría imaginar aún más duro que lo anterior, pues el compositor eligió frases de textos de Kafka, algunas de ellas muy cortas, para hacer canciones que en general duran unos segundos. Música para frases como “El coito como castigo por la felicidad de estar juntos.”

Sin embargo, el nombre de Barrie y de las dos músicas que se encuentran en escena hacen pensar en lo mejor. Entre otras cosas, porque las dos conocen el repertorio, como demuestra que ya lo hayan grabado anteriormente, y lo han hecho juntas. Y que además ya se hayan batido el cobre con lo contemporáneo.

De nuevo, escenario negro, como la boca del lobo y el uso de foco para iluminar lo que sucede en escena. Y unas actrices músicas que esta vez llevan un vestido marronáceo más bien pacato. Una canta, Anna Prohaska, la otra toca el violín, Patricia Kopatchinskaja (PatKop para el mundillo musical).

De nuevo el fallo es estrepitoso. Parece haberse olvidado que las frases que se cantan son fragmentos de un libro. Vistas, leídas y cantadas desde la actitud de estar leyendo y encontrar frases que le resuenen al compositor.

Como no se ha visto que es una lectura en la que Kurtág ha subrayado o memorizado unas frases que le han resonado, se pone a Anna Prohaska a dar saltos, correr y rodar por el suelo. Lo que queda raro y extraño como decisión escénica.

Y si uno piensa que es que esa rareza es porque no entiende, comprobará cuan innecesaria es toda esa actividad sin sentido. Pues hay un momento en la función en la que Anna Prohaska se para detrás de PatKop, la primera en el escenario y la segunda subida en una plataforma en el foso. En ese momento de parón se produce el milagro, Anna mueve la boca como si fuera una marioneta, y PatKop toca el violín a la vez que canta. Quietitas las dos.

Y es que toda acción en escena tiene una necesidad un objetivo. Ese es el trabajo de dirección dotar al elenco de las necesidades y objetivos que tienen sus personajes. La cantante parece no saber para qué hace todo lo que hace en escena. Y hace mucho mientras canta: salta, corre, se tira al suelo y girará. Parece más una tabla de ejercicios para actrices cantantes que una puesta en escena.

A la salida, a pesar de que se ha aplaudido mucho al final de la función durante no mucho tiempo, las caras parecen mostrar más cansancio o hastío que otra cosa. Y si se atreve uno a preguntar la respuesta es que el espectáculo ha resultado interesante. Eufemismo que se suele usar en los estrenos para evitar decir que no ha gustado.

Siendo como es Barrie Kosky un profesional brillante, dan ganas de mandarle al rincón de pensar y dejarle allí un buen rato. Alejarle del ruido del halago del espectador y de otros profesionales. Porque él ha dado muestras en la Komische Öper de que puede hacerlo, no solo mejor, sino muy bien. Y que para hacerlo, tampoco necesita tanto. Solo hay que recordar sus espectáculos con la compañía 1927. O los ciclos de canciones con Katherine Merling. La música contemporánea y los espectadores se lo agradecerán muy mucho.

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