—¿A dónde van los días que pasan?
—Desaparecen
—¿A dónde van las semanas, los meses, los años?
—Vuelan, se esfuman, se van corriente abajo.
Se fueron aquellos días de primavera en que nos escapábamos a Gredos —hace casi treinta años— y seguíamos el curso de un riachuelo, monte arriba, para bañarnos en una poza. Llevábamos fruta y cervezas, y también libros, siempre libros (yo leía por entonces el Quinteto de Avignon). Nos desnudábamos al sol y nos metíamos en el agua helada dando gritos de dolor y de alegría, nos bebíamos las cervezas puestas a remojo y yo miraba su cuerpo blanco. Esos días se fueron, sí, pero el recuerdo permanece.
Yo tengo una petaca de esencia memorial: de ese jugo de mandrágora que, según cuenta Cunqueiro, “concede al que lo toma la facultad de revivir cualquier momento de su existencia”. Se lo compré a… (mejor no lo cuento). Le doy un traguito a veces, como quien abre las páginas de un álbum olvidado. Los hay que beberían de él para intentar cambiar el curso de sus días. Volverían a una de esas encrucijadas en las que no tenemos más remedio que tomar una decisión, porque la vida remolonea y no parece dispuesta a hacer lo que acostumbra: decidir por nosotros. Y una vez ahí elegirían otro camino, que sin duda alguna sería el de la felicidad. Yo no: yo vuelvo por volver. Me bastan los fogonazos de regreso al pasado que producen los sorbos de este licor. (Aquel viaje en tren a Soria, una mañana de invierno de hace siglos…).
—¿Qué tienes ahí? ¿Qué es ese frasco?
—Mi petaca secreta de esencia memorial.
Hay que estar muy seguro antes de darle un trago al zumo de mandrágora. ¿Tendrá efectos secundarios? Y elegir bien: no todo del pasado nos gusta por igual. Pero qué grato, con las cautelas debidas, convocar a voluntad lo mejor de lo vivido. Nada que ver con la condena del Funes borgiano. Aunque tal vez los recuerdos no valgan para nada. Todos esos baños en los ríos de la juventud, las risas acordadas, los paseos, los abrazos, la ilusión… ¿Imágenes del pasado estériles y mudas? A menudo, también, estampas nimias y delicadas. Muy frágiles. Y sin embargo resisten con enternecedora obstinación y no acaban de irse por el desagüe del tiempo que pasa.
—No me acuerdo de nada.
—Dame la mano y bebe un sorbito.