«Surpresa» es quizá mi canción preferida de Caetano Veloso, una de las que me he puesto toda una tarde en el repeat, paseando o en la playa, tanto en la versión del propio Caetano (del discoCores nomes) como en la de Adriana Calcanhotto, que incluso me gusta más y que viene en elSongbook de João Donato. La música es de Donato, y de Caetano la escueta letra:
Que surpresa
Beleza
Luz acesa
Certeza
Que saudade
Verdade
Já chegou?
Então
Vem cá.
Al escucharla en esa filmación (por una vez un vídeo noble en YouTube, tras tantas aberraciones cursis con que suelen ilustrarse las canciones) me he acordado de otra sorpresa; tal vez la mayor que me llevé en Brasil. Como saben, el país me enamoró —aunque yo ya iba enamorado. Brasil me encantó, pero no me sorprendió en exceso: encontré, más o menos, lo que esperaba. Sólo hubo dos sorpresitas, y una sorpresa grande. La primera sorpresita fue reconocer a Lisboa en Río: los suelos con teselas, cierta distribución del arbolado, algunos aspectos del ambiente de la ciudad… La segunda fue el descubrimiento de las calles interiores de Copacabana e Ipanema, las que no dan a la playa y, por lo tanto, no aparecen en las postales. La vida de esas calles (también con algo de lisboeta), la belleza tranquila y llevadera de esas calles, sus cafés, sus comercios, sus fruterías… La sorpresa grande sucedió cuando abandonamos por primera vez Río. Íbamos a viajar a Belo Horizonte en autobús, en ônibus, y recuerdo que no esperaba nada, sino que pasaran las horas que teníamos por delante. Me acomodé en mi asiento, me puse el walkman, miré por la ventanilla la salida de la Rodoviária y el callejeo hasta dejar atrás la ciudad, y entonces me dispuse a relajarme: mis discos, mis libros, la conversación con Nádia. Y de pronto, a traición, la Naturaleza. No me lo esperaba, porque no suelo prestarle atención (no está entre mis intereses); ni siquiera había pensado antes en ella, en la naturaleza tropical. Pero allí apareció, hechizándome. ¡Sorpresa!