

Alameda de Cervera, 14 de julio de 2023
Cuenta Dionisio Ridruejo en sus memorias que, poco después de terminar la Segunda Guerra Mundial, siendo él aún acérrimo falangista, habiendo sido ministro de Propaganda durante la guerra civil en el gobierno nacionalista, y expedicionario de la División Azul, viajó a Italia y fue sintiendo que la democracia era mejor, más confortable que la dictadura. En el franquismo, las instituciones armadas eran temidas por su innegable represión, pero también se les aplicaba un cariz burlesco, quizá, sin duda, para contrarrestar lo temible. A la pareja de la guardia civil, brutal, sumamente ignorante, iban dirigidos muchos de estos dardos burlescos. Aparte del establecimiento democrático, ha solucionado mucho el problema la entrada de las mujeres en las fuerzas armadas. Ya sabemos que los varones son más toscos, en el sentido de que suelen bastantes de ellos esgrimir, con deleznable descaro, la grosería de lo chistoso.
Permítaseme referir una anécdota, que no es burlesca, pero sí jocosa, sucedida en la democracia. Una conocida mía viajaba en su coche, desde un determinado pueblo y en dirección al pueblo donde se halla el instituto donde trabaja como profesora de griego. Iba un poco deprisa cuando le para la Guardia Civil. Se acerca al auto un número, ella baja la ventanilla, el joven guardia le habla: -Hola, Aurora. Ella piensa: Qué avanzado está todo. Con copiar el número de matrícula ya sale automáticamente, en un pispás, mi nombre. -Aurora, ¿no te acuerdas de mí? -Pues… no caigo. -¡Soy Eurípides! -Aurora, soy Eurípides, ¿no recuerdas?- Claro, ese chico, cuando estudiaba en el instituto, hizo el papel de Eurípides en una secuencia teatral que ideó Aurora para que sus alumnos la ejercitasen. Si esta respuesta se la hubiese inventado Francisco Nieva para una de sus obras de teatro (el guardia apareciendo en el escenario naturalmente con tricornio), diríamos «¡Qué imaginación tiene Nieva!». A veces, un simple acto cotidiano resulta asombrosamente fantástico.

Me produce mucho agrado contemplar a esas jóvenes uniformadas (en la Policía Nacional, o Local, Guardia Civil, Ertzaintza, Mossos d’Esquadra, Ejército Español), con la agraciada coletita o la media melena bajo su quepis y provistas de un rostro agradable y terso. Y si suben de grado, mi gusto sube.
Yo dejaba el andén y salía de la estación ferroviaria de una gran ciudad. En la marquesina exterior de la misma me encontré con la sorpresa de ver un pequeño cinturón policíaco, compuesto por varones, que rodeaba, sin tocarla, a una chica que gritaba histérica. Tocar, aun levemente, a una mujer por parte de esos hombres uniformados, hoy suscitaría espinosas controversias con graves resultados.
La muchacha seguía chillando, y los policías no dejaban de rodearla, impidiéndole el paso para que no escapase. El corrillo de gente seguíamos expectantes, aguardando el final. De pronto apareció la mujer policía que, delicada y elegantemente, redujo a la joven desgañitada y la esposó con suavidad. El espectáculo fue disuelto, con una gran eficacia, por una fémina tan resuelta y profesional.