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Mientras tanto¿Soy un escritor maldito?

¿Soy un escritor maldito?

El señor Alpeck va a la ópera   el blog de Andrés Ibáñez

La verdad es que nunca pensé que acabaría siendo un escritor maldito. Pero soy un escritor maldito. ¿Por qué? Porque escribo libros que nadie quiere publicar. Son ya cinco libros. Tres libros para niños, un ensayo literario sobre el tema de la imaginación y una extensa, ambiciosa novela.

A lo mejor a otro le gustaría ser un escritor maldito. Quiero aclarar que a mí no me gusta. No me gusta nada. Además, los que tienen vocación de escritores malditos quieren ser malditos, normalmente, por su vida en el límite, por sus locuras y sus desmesuras. Pero ni mi vida ni mi obra son así. Ese «malditismo» al estilo Rimbaud me parece hoy bastante pasado de moda. No me interesa el alcohol, ni voy de putas. Sé que esto ofenderá a muchos y dejará intrigados a otros tantos, ya que la opinión corriente es que para ser un buen escritor, un escritor de mérito, lo más importante es dedicarse con tesón a la bebida y a los burdeles. Pero yo, por extraño que parezca, no pienso lo mismo.

¿Escritor maldito o escritor muy malo? Ah, esto da que pensar. A lo mejor nadie quiere publicar mis últimos libros porque son horriblemente malos. En ese caso yo no sería un escritor maldito sino, simplemente, un escritor malísimo. ¿Será ése el caso? ¿Seré yo un escritor malísimo y no me habré dado cuenta?

El párrafo anterior era pura retórica, como ustedes comprenderán, porque yo sé perfectamente que soy un escritor de primera. Y que la razón de que lleve ya tantos libros escritos que nadie quiere publicar se debe al hecho (casi inconcebible, lo admito) de que he llegado a convertirme, contra todo pronóstico, en un escritor maldito.

Hay, sin embargo, otra posibilidad: que mi problema sea, precisamente, el opuesto. Es decir: no que sea un escritor maldito sino, por el contrario, que sea yo un escritor bendito.

¿Escritor bendito? Nunca se había oído hablar de nada parecido. Además, ser un «bendito» no parece algo muy deseable. En español, un bendito es un tonto que acepta cualquier cosa con una sonrisa. Uno que duerme mucho y que no se preocupa por nada. Dormía como un bendito. Se lo creyó como un bendito. No, no: para eso preferiría ser un maldito. Ser un maldito es mucho más sexy que ser un bendito.

Sin embargo, así como no me siento maldito en absoluto, sí me siento bendecido. Bendito, bendecido. De los dos participios, elijo el segundo. Para un escritor, vivir lo que yo estoy viviendo no resulta fácil. Digámoslo así, muy suavemente. Estoy viviendo el infierno, entrando lentamente en el infierno y adentrandome en el infierno más y más, hasta llegar al lugar de la más desesperante soledad. Me acuerdo de cuando era un joven escritor que tenía su primera novela terminada y la enviaba a las editoriales y nadie quería publicarla. Ahora vuelvo a ser ese joven escritor. Vuelvo a ser ese joven. Vuelvo a la juventud, es decir, a no tener nada.

Pero no es cierto que no tenga nada. Tengo a mi mujer y a mis dos hijos. Tengo la música. Tengo mi piano. Hacía tiempo que no tocaba tanto. En la música encuentro, ahora más que nunca, un mundo de absoluta libertad en el que es posible vivir vidas enteras llenas de una intensidad que me colma por completo. Tengo más cosas, además. Sé lo que soy como escritor. Sé lo que son mis libros.

Tengo además, a medida que me adentro más y más en este desierto, la sensación de estar bendecido. Más allá de la sensación de fracaso, de la desilusión, de la desesperación, que pasan por encima de mí como estados cambiantes, como olas de un mar de estados psicológicos con el que trato de no identificarme y que intento contemplar con distancia, como el que ve una tempestad desde la orilla, más allá de todo eso, digo, siento la sensación de mi propia persona. Siento mi presencia. Me siento a mí mismo.

Orfeo nunca logra salvar a Eurídice. Pero se salva a sí mismo. Quién sabe, quizá este infierno, este desierto, sean mi única posibilidad de salvarme. Algunos días siento que he perdido todo aquello por lo que he luchado toda mi vida. Otros, en cambio, que estoy logrando por fin aquello de lo que hablaba Aldana en un soneto: obtener «la victoria de sí».

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