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Mientras tantoSoy una tímida anónima, ¿y qué?

Soy una tímida anónima, ¿y qué?


Soy una tímida anónima… ¡Nunca pensé que podría decirlo, menos aún en público, pero ya está, dicho queda! Estoy sin un trabajo fijo, sí, como millones de personas en este país y yo, además, soy una irremediable tímida, ¿alguien da más?… sí, lo sé: desgraciadamente sí, siempre hay quién da más, de tanto “menos” que tiene. Y aunque al leerme en un espacio tan público como es internet no os lo creáis tengo una muy asentada tendencia a la introspección que los años, lejos de difuminar o, al menos, disimular, sólo han ido asentándola en mi carácter hasta constituir una parte más, y tan importante, de mi identidad.

Sin ir más lejos, no hace mucho, un amigo me recriminó haber permanecido demasiado tiempo callada en el trayecto de vuelta de un viaje desde Portugal hasta Madrid. Ese típico silencio de coche, incómodo, mitad timidez, mitad absorto ensimismamiento en el paisaje que pasa y pasa… ni siquiera la música de los Stone Roses consiguió tapar ese violento silencio y es que, por mi parte, me cuesta poner remedio si no se me facilitan un poquito las cosas. “La única pega que veo en ti” -me dijo muy firme- “es que eres demasiado callada”. ¡Bravo! ¡Hemos descubierto la pólvora! Ese comentario, tan gratuito, apenas consiguió enfadarme. ¿No te das cuenta de que cuando una mujer está callada es porque millones de cosas pasan por su cabeza? Además… el tímido es el primero, invariablemente, que sabe que lo es, así que no nos gusta nada que nos lo anden recordando todo el rato. Y es que, aún a riesgo de sonar un poco presuntuosa, a mí me ocurre un poco como a Onetti, soy también mejor oyente y disfruto más de la charla dejándome llevar, tantos y tantos hablando, tan pocos escuchando. Yo soy de éstas.

Y que yo sepa siempre lo fui, una tímida sin remedio, con pedigrí. En la escuela era de las que no se atrevían a levantar la mano en clase. Buena culpa de esto la tuvo aquella monja, la madre Carmen, estricta como las más de antes, que ya es ser “estricta”`, y es que, para una vez que me dio por participar en clase me equivoqué con la respuesta y me dio, la cabrona, una reprimenda tal que se me quitaron las ganas de volver a levantar la mano en ese curso y en los que vinieron después. Las cosas no mejoraron con el tiempo, al contrario, empeoraron sin remedio. A la madre Carmen sucedieron otras madres, otras doñas, Doña Socorro recuerdo o la profesora Reverte, la de francés. Creo que dejó de interesarme esta lengua por culpa suya. Implacable e impredecible, con ella no se sabía cómo y cuándo acertar. Pobre de ti si te equivocabas al pronunciar una palabra con un acento o te pillara hablando en clase. Así me fui acostumbrando a ir por la vida silenciosa, callada, un poco ausente de la realidad, como para no molestar, para no meter la pata, sin hacer ruido. Pero ojo, no os engañéis, andar a cuestas con mi timidez no va siempre unido a tener que arrastrar un miedo constante… al contrario, el miedo es sólo al error hablado; para todo lo demás, aquí estoy yo! No lo dudéis!

Los años de Facultad me fueron abriendo más al mundo, seguía siendo igual de prudente, poco dada a cualquier exceso, pero a golpe de porrazos (ya sabéis que ´porrazos` universitarios los hay de muchos tipos) te vas curtiendo en la vida. Eso sí, seguía prefiriendo entregarme a la lectura en lugar de irme a discotecas o al parque con las litronas, poco había cambiado en ese sentido.

Han pasado los años y aunque he disfrutado y disfruto también de discotecas y del lado más hedonista de la vida, reconozco que a veces es difícil adivinar lo que pasa por mi cabeza, que mi cerebro es una jaula de grillos, que tengo un mundo interior de tilines, hadas y brujas por dentro, como dice otro amigo mío. Que debería sacar todo lo que tengo dentro… Pero ya sabéis, a veces, las cosas que nunca se dicen son las más importantes, esas que se quedan en la garganta y que se niegan a salir. Los árabes, que son muy sabios -y que los refranes los bordan, la verdad- dicen que tenemos dos ojos, dos orejas, dos manos… y una sola boca…pssss,… calla mientras no tengas algo interesante que decir.

Pero aún así, veo que mientras ser extrovertido se cotiza al alza, sobre todo en el mundo laboral, los introvertidos gozamos de mala fama en este mundo de tantas y tan superficiales relaciones sociales. Y es que esta comunicación tan efímera no invita al tímido a lanzarse y, muy al contrario de lo que creen algunos, tras nosotros se esconde un gran potencial de creatividad, de sensibilidad y hasta un poquito, no me digáis que no, de misterio, y nuestro mundo interior suele ser tan rico que nos sentimos bien, plenos, sin necesidad de grandes estímulos externos. Y ya está, aquí estoy; la cosa no parece que vaya a cambiar: soy una tímida. Ahora, ya no tan anónima pero… ¿y qué?

 

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Fotografía: Película Tímidos Anónimos

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