Al escenógrafo y director austriaco germánico, Adolphe Appia le habrían complacido los planteamientos estéticos y visuales de la serie televisiva Spartacus. Ese aire de pintura simbolista con sus atmósferas sonámbulas, por donde transitan héroes clásicos cabizbajos con sus lujosas túnicas hechas jirones en pleno ocaso de la fama. La pintura metafísica de Georgio de Chirico, ciertos cuadros de Paul Delvaux que congelan pesadillas surrealistas, y un cierto ambiente wagneriano o legendario, configuran esta rara estética de serpiente y arena por la que flotan los personajes sonámbulos del nuevo Spartacus televisivo norteamericano.
Aparentemente Spartacus continúa la aureola de sangre y violencia de Gladiator de Ridley Scott, buscando un éxito comercial equivalente. Aunque el homenaje principal que realiza esta serie de ficción erótica histórica, no es a los peplums romanos del cine de la década de 1960, sino a una película homófila y mítica entre la comunidad gay como lo fue Sebastiane (1975) de Derek Jarman.
El actor, director y activista homosexual británico, se embarcó en realizar una película en latín sobre la historia de San Sebastián, el favorito repudiado por el emperador romano Diocleciano, que fue exiliado al fondo de una remota isla mediterránea, custodiado por un puñado de guerreros pelásgicos. El ambiente estrictamente masculino del relato, aquellos atletas casi desnudos todo el tiempo circulando por la remota isla salvaje, huyendo del fragoroso calor del verano bajo los techos de sus tiendas y pabellones, dotaban a la película de un morbo homoerótico hasta entonces sólo explorado por el cine de Passolini. Además de los entrenamientos marciales, las rondas de vigilancia, y los baños en sus voraces playas, el acto de depilarse el cuerpo los militares desnudos, elevaba la temperatura sexual del filme. ¿Por quién no iba a ser deseado Sebastián, el muchacho-capricho del mismísimo Emperador de Roma, en aquella remota isla de hombres acalorados, que sólo contaban con el culo de las cabras para desfogarse? Por supuesto, esos mismos brutos de la ribera terminarían amarrando a Sebastián desnudo a un poste, violándolo salvajemente hasta llenarle el cuerpo de flechas, en pleno paroxismo sexual, y no ejecutándolo por el mero hecho de profesar el cristianismo.
Con este enfoque de erotismo gay (exaltación desorbitada del cuerpo masculino ensangrentado,) aplicado al personaje de Spartacus, los creadores de la serie mataban dos pájaros de un tiro: alejárse completamente de la película del mismo nombre protagonizada por Kirk Douglas, y dirigida –de encargo- en 1960 por Stanley Kubrick; y por otra, aproximar su Spartacus a productos ciematográficos recientes tan rentables como 300, ese comic escenificado de la milicia espartana en clave de Tom de Finlandia.
La primera temporada de la serie se ha centrado exclusivamente en la etapa de gladiador de Spartacus, encerrado en un ludus en Capua, al sur de Roma. Un auténtico nido de águilas, enclavado en la cumbre de una escarpada montaña, como si de la abadía de El nombre de la Rosa, o del castillo del mismísimo Macbeth (otro referente a la hora de concebir el guión de Spartacus,) se tratase.
Las intrigas y pasiones de los domines de la casa se entretejen con las del cuartel-gimnasio-cárcel que regentan en su villa. Arriba y abajo, los presos y sus guardianes, los amos y sus fieros perros humanos. En medio de esta convivencia animal e instintiva, se desatan con mayor facilidad las pasiones. Los amos aspiran a triunfar en el Senado de Roma, los gladiadores sueñan con ser dioses enla arena del Coliseo.
El argumento de la serie se convierte en un mero pretexto para propiciar las imágenes buscadas. Las escenas de lucha en el anfiteatro que domina la ciudad de Capua, están resueltas con todo lujo de sangre y violencia, regodeándose en los planos detalle de las mutilaciones y decapitaciones, más los geiseres de sangre que éstas provocan, y la catarsis orgiástica que desata en un público entregado al paroxismo. Sexo y sangre, orgasmo y muerte, servidos en bandeja de efectos digitales desaforados, imágenes ralentizadas, planos fijos en los momentos de mayor violencia. Todo exceso está permitido, si ayuda a crear la catarata de truculencia que Spartacus se ha propuesto como seña de identidad de la serie.
El sexo alcanza mayor sabor en las mazmorras y en las cuadras. En los bajos fondos de las casas, es donde mejor afloran los más bajos instintos humanos. Los cuerpos desnudos de los luchadores a la cálida luz de las antorchas de sus celdas, es puro comienzo de una fantasía romana de película porno gay californiana. Y no es sólo por lo extremadamente sensual del casting masculino de gladiadores, sino por cierto regodeo en las atmósferas, en las miradas, en los tempos íntimos que mantienen parejas de hombres desnudos que susurran en la noche.
La excelente música de Joseph Loduca es la encargada de empastar con magnífica factura las distintas tramas secundarias de la serie. Transita sin complejos, ni falsos mimetismos por aires de guitarra española, con fuertes percusiones étnicas, y arrebatos roqueros en las luchas de espadas. Se trata de una música con personalidad, no se parece a ninguna otra, y conecta directamente con toda la estética simbolista que se comenta al inicio de esta crítica.
La interpretación del elenco (en su mayoría australiano, pues la serie se rodó en Nueva Zelanda,) resulta tan contenida como correcta. Todos los personajes, salvo el del escocés John Hannah que interpreta con mayor libertad histriónica a Batiato -el domine de la casa- están siempre agazapados tras el aire que respiran, intentando hablar más con los ojos o el cuerpo, que con el gesto o la palabra. No es un buen camino, todos resultan un tanto planos y homogéneos, incluido Spartacus. El actor australiano Andy Whitfield tiene un rostro atractivo a la par que carismático, pero posee una reducida estatura, que le resta credibilidad a su divinidad en la arena. Quizás el personaje mejor dibujado, tras el de Batiato, sea el de Ashur, interpretado por el actor de origen libanés, Nick Tarabay, que consigue dar vida a un astuto sirio exgladiador tullido del ludus, que colabora en todos los negocios limpios y sucios de su Amo. Goza el actor de mirada y de un apasionamiento latino, que otorga algo de verdad a los estereotipados y anglófilos romanos de este Spartacus anglófilo de Nueva Zelanda.
La apoteosis final de la primera temporada ha venido bien servida por un excelente penúltimo capítulo, que sentaba espléndidamente las bases del desenlace. Igual que en el banquete final de Titus Andrónicus de Shakespeare, el teatro isabelino alcanzó su más intenso brillo sanguíneo; en el último capítulo de Spartacus los esclavos se han dado una buena orgía final de sangre, hasta superponer el salvajismo de la arena en la intimidad doméstica de la villa romana de sus amos y sus ilustres invitados. Tras un espectacular y bellísimo salto de plinto humano que realiza -a pleno contraluz de crepúsculo- el aguerrido Spartacus, elevándose por los aires, para terminar entrando en la tribuna, y clavando su espada en la frente del legado de Roma, su más antiguo y profundo enemigo, se desata la revolución de los cuerpos de los perros asesinando a sus amos. Inspirada argumentalmente en el asesinato de Sharon Tate, (esposa embarazada de Roman Polansky, ejecutada en 1969 por la familia del iluminado Charles Mason, en su lujosa casa de Los Ángeles), el final de Spartacus no deja romano tieso, ni a domine con cabeza, ni a domina viva, por muy preñada de su verdugo que se encuentre. Especialmente memorable resulta la escena del asesinato de un adolescente patricio romano, ejecutado por la esposa de un gladiador (íntimo amigo de Spartacus) que el joven había mandado matar por puro capricho.
La primera temporada de la serie concluye con la liberación de todos los esclavos de la casa de Batiatus, por parte de Spartacus, quien ha logrado salirse con la suya, y amenaza con hacer temblar a la mismísima República romana.
Las paradojas del destino han impedido a la cadena norteamericana Starz preparar la segunda temporada de Spartacus en condiciones normales, pues a su actor protagonista Andy Whitfield le diagnosticaron un linfoma cerebral, que le ha impedido encarnar a su personaje, en los nuevos capítulos rodados de la segunda temporada. El héroe que trajo la lluvia a Capua, y que venció a la sombra de la muerte en la arena del anfiteatro, no ha vencido en la batalla de su propia salud cotidiana, al menos momentáneamente. Tampoco extraña tanto; al final de la historia, Espartaco muere derrotado, por mucho que sea su leyenda recordada.
(En la siguiente dirección pueden verse fácilmente los capítulos de la serie Spartacus)
http://spartacus-blood-and-sand.seriespepito.com/