Recuperé la tentación del cine, de las buenas historias en 35 mm, aunque el anuncio de Discine haya aniquilado todo el glamur de Movierecord y las antiguas bobinas ahora se despachen en un USB, tan simple, tan frío.
En cuanto se apagaron las luces y se silenciaron las voces, Thomas McCarthy me enredó en su propia ilusión “basada en hechos reales”. Un título del que recelo siempre. Escena 1, interior, día: en la redacción del Boston Globe, los periodistas reunidos en corro despiden a un compañero jubilado. Esa rara avis que tanto escasea ahora. Jubilado. Dentro de poco esta palabra perderá tanto sentido como cuando repites zapato una y otra vez. Jubilado. Jubilado. Jubilado. Recibe el discurso de sus jefes; el cariño, el aplauso, el reconocimiento de todos. “Hechos reales”… el aterrizaje de Matt Damon en Marte (The Martian) me lo tragué con más facilidad que esa primera escena. En seis años de profesión, solo he visto prejubilaciones: para evitar despidos.
Pero traté de inmiscuirme en esa miniredacción llamada Spotlight, ese grupo ultrasecreto que trabaja con sus pausas, sin prisas, su confianza en el instinto, su calma para masticar los hechos, digerirlos y ofrecérselos a los lectores para que entienda la realidad que los rodea. “Hechos reales, fuck”, resoplé, y me cambié de posición en la butaca. Ese inicio no me había sentado nada bien. Pero no volví a moverme.
Es Spotlight el camino tortuoso de un grupo de periodistas dispuestos a todo para desenmascarar el mezquino mundo de los curas de la Iglesia Católica que abusan de la confianza de los menores para abusar después sus cuerpos, su integridad, su dignidad, su vida entera. Y todo el entramado jerárquico que lo oculta y defiende. Uno, trece, noventa clérigos que, valiéndose de su superioridad física, económica y educativa, y con la ayuda de dios, humillan a miles de niños, cómplices por obligación de sus vergüenzas. Víctimas estigmatizadas para siempre. Estigmas externalizados en las lágrimas y en los agujeros de los brazos. Picos de miedo, rabia, impotencia y culpa atascados en las venas. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
La agilidad del guión de McCarthy, las notas de Howard Shore, las convincentes actuaciones de los jefes Walter Robby Robson (Michael Keaton), Ben Bradley Jr. (John Slattery), Marty Baron (Liev Schreiber), y los redactores Mike Rezendes (Mark Ruffalo), Sacha Pfeiffer (Rachel McAdams), y Matt Carroll (Brian d’Arcy), consiguieron convencerme de que debía recuperar algo de la confianza perdida en el periodismo. Es el cine, su magia, mi ilusión, mi inocencia. Toto.
A ritmo de thriller, las investigaciones en los tribunales, las frustraciones personales, las búsquedas en las hemerotecas, las negociaciones con los abogados, las conversaciones con las víctimas, las dudas en la redacción, la convicción por encima de jerarquías –“Bullshit”, escupe Ruffalo a Keaton en una discusión periodística– dan como resultado una película trepidante, que rescata la rebeldía y la emoción por el trabajo periodístico de otras épocas: Luna nueva, Primera plana, Todos los hombres del presidente…
Meses de trabajo, horas robadas al sueño y a la familia que desembocan, gracias a las rotativas, en un reportaje dominical que convulsiona la pacífica, superficial e hipócrita cotidianidad de Boston. Un escándalo mayúsculo y que tan cercano tenemos hoy: cuatro pantallas finales ocupan las ciudades del mundo en las que se ha demostrado y documentado el acoso indiscriminado a menores. Curas que incluso lo reconocen sin pudor y se muestran víctimas del sistema. Verdugos que no encontraron castigo sino guiños por parte de sus superiores, y la otra mejilla de quienes mantenían bajo su yugo físico, económico, educativo. Con la ayuda de Dios. El periodismo cumple su función, a pesar y por encima de todo.
La sonrisa, cuando todavía resonaban los cientos de llamadas que llegaban a la pequeña redacción de Spotlight la mañana en la que salió publicado el reportaje, me duró poco. Siempre es un trauma para mí que se enciendan las luces y tener que chocar con una realidad a la que no me apetece volver. Pero un sonido en mi teléfono multiplicó mi rabia por salir de la magia de los 35 milímetros. Otra baja en la redacción. Otro despido. Otra bofetada. Sin jubilaciones, sin aplausos, sin discursos cariñosos.
“Bullshit”. Pero no soy Mark Ruffalo. ¿Basado en hechos reales? No, Spotlight es ciencia ficción. Esto es la vida real; y el periodismo, cada día más un milagro. Un acto de fe.
Laura Elliot es periodista y editora de FronteraD.