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Staccato 2.501

No sé qué pensaría Freud de conocer mis sueños. A Fellini, su psiquiatra le recomendó que los dibujara, yo los escribo. Y los llamo staccatos.

Ya voy por el 2.501…

 Estoy en una universidad, necesitan para su departamento literario gente con inquietudes culturales. He preparado un currículum al efecto con una relación de mis colaboraciones, también he impreso y cogido con un clip algunos de mis mejores artículos. En la sala de espera, veo a M. Rosa y a otra compañera de mi antigua empresa. No sabía que también escribieran. Están sentadas la una junto a la otra, pero ni se han visto. Al cabo de un rato, se reconocen. Se preguntan por sus vidas y M. Rosa se muestra muy feliz con su nuevo trabajo de tele operadora en el hospital. Empiezan a llamar, sin querer al separar el clip del curriculum, rompo un pedazo de papel. Una vez delante del rector, observo que se parece a Cheever. No parece preocuparle que el curriculum esté roto. Sin dejarme hablar, me dice que este trabajo será una gran oportunidad en mi carrera, que al principio todo será “tranquilo”, pero que pronto estaré siendo muy reclamada y al decirlo noto sus ojos que me taladran. No sé a qué se está refiriendo, aunque creo saberlo. Por encima de las gafas, me mira el escote con desdén. Contrariada, aprovecho para abrocharme los botones de la blusa. Al ver mi actitud, se pone hecho una fiera y me dice que si me creo que mis textos valen algo, porque son una mierda. Salgo corriendo, Cheever y su ayudante me persiguen. Corro y corro sin dirección, completamente perdida.

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Parece una clase de universidad, yo estoy en primera fila. Primero habla un profesor y luego llega ella, muy parecida a una actriz de cine, morena y con clase. Sube los escalones del estrado y empieza a hablar. Lo hace bajito como si solo quisiera ser oída por unos pocos. Su discurso es divertido sin pretenderlo, mezcla la lección con series de televisión. El profesor que está a su lado, se queja del bullicio, pero a ella no le importa, a mí tampoco que la escucho hipnotizada.

 Estamos en el descanso, la profesora tiene a su lado muchos paquetes envueltos en papel charol de colores muy vistosos. Le dice a mi compañero que coja uno. Yo le animo a que coja el paquete naranja. Al abrirlo descubre un libro. Yo también tengo mi paquete, elijo uno rosa brillante. Mi libro trata de un egipcio. No es el libro de mi vida, pero me parece un detalle bonito.

 

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Subimos en un ascensor lleno de espejos los 29 pisos que nos separan de la terraza. A pesar de la niebla, desde arriba se divisa toda la ciudad en miniatura. Es una sensación de vacío que me hace sentir como un pájaro. ¿Sabes? aunque el nombre de Eme me encanta, tal vez debería llamarme Dolly Wilde o mejor Bell Jar por la Campana de cristal de Sylvia Plath. Es una ocurrencia estúpida que se me ocurre de repente. Jota de espaldas, ni siquiera me mira, mucho menos me oye, concentrado como está tratando de adivinar el Támesis y la cúpula de Saint Paul en medio del horizonte. El viento revuelve mi pelo, y eso me hace enfadar. Debería sentirme afortunada, estoy en la ciudad de los Beatles, soy escritora y la vida vuelve a sonreírme, pero lo que ahora de verdad deseo, es volver a ese estúpido ascensor, llegar al hotel de una vez y escuchar a los Blur.

 

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Foto:Grete Stern

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